Alberto Fernández junto a Capitanich y Katopodis, en el Chaco.
(Foto/Presidencia)
Por Claudio Jacquelin
Una combinación inédita de incertidumbre política y económica en el comienzo de un año de elecciones presidenciales empieza a alterar a precandidatos y tomadores de decisiones. Nunca como ahora las incógnitas de esos dos universos han tenido tanta hondura ni se han prolongado tanto en el tiempo sin que aparezcan señales de despejarse.
La agenda pública sigue dominada por los temas de 2022. El año nuevo fue una auténtica convención sin efectos prácticos: 2023 todavía no empezó, las definiciones no llegan y los problemas siguen. Muchos aumentados. O inflacionados.
El único que celebra, paradójicamente, parece ser Alberto Fernández, a pesar de estar más hostigado que nunca por los propios y contar con el rechazo de casi dos tercios de los argentinos. Cada día que pasa sin que emerja un presidenciable claramente ganador y sin que la economía colapse es para él un día ganado a su fecha de vencimiento.
Desde ahí, en su terca vacuidad, el Presidente desafía e irrita al cristicamporismo, que alguna vez lo aceptó provisional y resignadamente como un puente entre el presente incierto de 2019 y un futuro posible.
Esa provisionalidad es lo que Fernández se atreve a discutir. Y se anima a instar a los pocos que le quedan y a tentar a los peronistas que siempre quieren terminar con el kirchnerismo sin concretarlo a que se sumen a su intento de reelección. Más que un bastón para un pato rengo. Aunque parezca política ficción. Nadie se jubila si no lo jubilan. Y la interna cruje y se fisura como nunca, pero nadie se dispone a quebrarla.
El fantasma de Chacho Alvarez y la deriva de 2001 reaparecen ante cada amenaza rupturista de cualquier lado del oficialismo. Presos de sus demonios todo se reduce a sostener un equilibrio inestable, sin poder evitar que cada tanta alguno sacuda la cuerda floja. Como para llamar la atención de un público cada vez más hastiado del mismo espectáculo.
Así, en el entorno presidencial celebran las contorsiones de los dirigentes de La Cámpora, liderados por el hijo Máximo, para cuestionar al Presidente y su gobierno por no responder a sus planteos distribucionistas, antifondomonetaristas y antiyanquis sin cuestionar (y abrazar) al ministro de Economía Sergio Massa, al que cuidan casi como propio o disimulan su ajenidad. Hasta que pase el temblor.
En ninguna de sus manifestaciones públicas ni en los off the récords que suelen difundir hasta por escrito los líderes camporistas aparece mención alguna al derrotero emprendido por la nueva conducción económica para nada afín con su dogmático catecismo, que incluye un cuestionamiento absoluto al orden internacional. Ese orden al que Massa responde cual alumno aplicado, aunque con muchas concesiones heterodoxas, que inquietan a los ortodoxos de cada extremo.
Nada dicen los camporistas de la “herejía” de que desde mediados de 2022 se fueron licuando jubilaciones y salarios estatales y achicando gastos públicos para llegar a sobrecumplir a fin del ejercicio 2022 las metas del demonizado (por los camporistas) acuerdo con el FMI.
Por el contrario, Massa es tenido “entre algodones” (según la jerga maximista) y los entrevistadores amigos no preguntan por esas contradicciones para nada secundarias. Siempre anclados en sus pasados, sobresale su encono con Martín Guzmán, que según las declaraciones del primogénito hijo bipresidencial parece seguir siendo el ministro de Economía. Ficciones nada borgeanas.
El veranito albertista
Fernández y los suyos se ilusionan hasta el espejismo en ese contexto. “Ya no es ‘Sin Cristina no se puede y con Cristina no alcanza, como en 2019. Ahora es ‘Sin el Frente de Todos no se puede y con el kirchnerismo no alcanza. Y Alberto sigue siendo el que sostiene el Frente. Hoy Cristina vale menos que en 2019 . No por culpa nuestra. Y La Cámpora no consiguió crear un candidato que asegure 40 puntos, a pesar de manejar el 60% del Presupuesto. Ni siquiera juntaron anteayer en Merlo a todo los referentes del peronismo bonaerense para escenificar la supuesta soledad de Alberto”, explican con sorna en la Casa Rosada.
Con la misma lógica desmienten que el anunciado llamado a una mesa política del FdT sea una concesión al cristicamporismo. “Será para la campaña y no para discutir medidas de gobierno, como ellos querían. Además, es Alberto el que llamará cuando a él le parezca”.
La resistencia pasiva o la pasiva agresividad es el arma albertista preferida ante el hostigamiento frontal del cristicamporismo. Fernández siempre es oblicuo y encoge su (ahora) más reducido abdomen. Así, el entorno presidencial atribuye los ataques de Eduardo (exWadito) de Pedro, Máximo Kirchner y Andrés “Cuervo” Larroque al “buen mes de enero que tuvo el Presidente”. Aunque ustedes no lo crean.
Sin dudas, 2023 no empezó. La inflación por venir y los efectos de la sequía, apenas atenuados por las lluvias de la última semana de enero, aún no han mostrado toda su entidad y alimenta sueños. El precio de la carne puede ser solo una “muestra gratis” del fin de las vacaciones.
En el inventario de “grandes éxitos del verano albertista”, los suyos cuentan su agenda internacional, que arrancó el mismo 1° de enero, con la presencia en lugar de privilegio en la asunción de Lula. Después suman la visita del presidente de Brasil, sin foto con la vicepresidenta, la cumbre de la Celac y la visita del premier alemán. Todo para consumo interno. Del peronismo.
Para la misma audiencia, los albertistas remanentes ponen en el inventario del “mes de Fernández” la brutal escalada contra la Corte Suprema de Justicia como una demostración de centralidad y un gesto hacia Cristina Kirchner o, mejor dicho, hacia los seguidores light (que los hay) de la vicepresidenta. Porque con ella no se ha vuelto a ver desde el día después del intento de magnicidio, hace cinco meses, aunque en los últimos días intercambiaron mensajes vía Telegram.
En un escenario interno de diálogo escaso, la obsolescencia de la premisa “sin Cristina no se puede”, que pregona el albertismo, no se registra ahora. No para todo ni para todos. Hace bien Sergio Massa a prestar atención a su sentido de la oportunidad (o a su oportunismo) para insistir en su prescindencia para la Presidencia.
La extrema tensión en el oficialismo pone en riesgo sus precarias estabilidades. Aun cuando su mayor logro es haber instalado como una verdad la idea de que su creatividad y su plasticidad extrema pueden evitar cualquier colapso. No es momento de anticipar jugadas. Ya lo practicó en 2013 cuando a sobre la hora acuchilló elplan sueño re-reeleccionista de Cristina. Ahora , ella y los suyos vuelven a estar a su merced.
Hasta varios opositores acérrimos admiran, obnubilados, la fábrica de conejos massistas. Tal vez, porque, como dice Pablo Gerchunoff en su insoslayable “Raúl Alfonsín. El planisferio invertido”, algunos hacen como el expresidente radical, que creía que algunos resultados económicos eran producto de la magia, ya que miraba la economía como los espectadores miran al mago.
De todas maneras, no hay que descartar que en un circo tan precario y poco capaz de generar expectativas cualquier truco oportuno puede cambiar expectativas. Al menos por un rato. A eso también apuesta Massa. Y Fernández. Y desvela al cristicamporismo. Cuestión de oportunidad. Y de suerte.
Opositores en procesión
La realidad cotidiana y las expectativas de futuro de la mayoría de los argentinos parecería contradecir los devaneos oficialistas y más los de Fernández. Sin embargo, el panorama opositor oxigena cualquier ilusión. Incertidumbre política sobre incertidumbre económica, como si no hubiera empezado formalmente el año de definiciones.
La recurrente procesión al santuario macrista de Cumelén de los dos precandidatos presidenciales amarillos y de varios dirigentes cambiemitas en apenas un mes expone la falta de consolidación de los postulantes de ese espacio, así como la centralidad que conserva Mauricio Macri. A pesar del rechazo que concita en más de la mitad los votantes.
El sostenido goteo que sigue horadando la imagen de Horacio Rodríguez Larreta, traducido en varias encuestas en una leve ventaja de su rival interna Patricia Bullrich, es una evidencia que admiten y encendió alarmas en el larretismo. La última búsqueda de foto-oportunidad por el parte del alcalde profundizó la percepción de esa debilidad y la demora de un despegue que no ocurre.
La imagen de Macri y Larreta mirando una bandeja con una taza provocó tanta sorpresa como memes. Muchos hicieron zoom sobre la foto para ver si en esa fuente o en ese recipiente había algún mensaje encriptado. No. Solo una mesa, una taza y una bandeja, en un escenario bucólico, eran el punto de coincidencia del líder y el precandidato.
La posterior foto de ambos con sus respectivas parejas alrededor de una mesa, con el dato de que la compañera de Larreta estaba de espaldas pareció insuficiente para contrarrestar los dos días de alojamiento y fotos brindados a Bullrich y su esposo. Otra pequeña ventaja para la halcona. Ni más ni menos que eso. Ninguno se llevó ninguna bendición. Pero en esta etapa de definiciones hasta los corners cuentan. Macri sigue siendo juez y parte. Y nadie se despega. En el oficialismo celebran.
© La Nación
0 comments :
Publicar un comentario