Por Daniel Santa Cruz
“Si le seguimos pegando tiros al piso del bote nos vamos a hundir todos” dijo Alberto Fernández esta semana a un grupo de Intendentes del FDT. Nadie le dio la razón, no ven como propio su fracaso. El Presidente carece de poder, está solo y lo sabe, solo lo defiende un círculo pequeño de funcionarios, el resto del oficialismo lo crítica o lo ignora y, en el mejor de los casos, intenta tener una relación respetuosa pero jamás lo encumbrarían como un líder. Cada tanto recibe elogios de algún gobernador de provincia chica o de un intendente. Después de todo, en un año electoral hay que ser amigo de quien maneja la caja.
El Presidente aporta lo suyo para dar sensaciones de desconocimiento de un rumbo cierto, jamás se sonroja cuando intenta salir impulsado de momentos incómodos con mentiras o con lecturas muy peculiares de la realidad: “Me tocaron dos años de pandemia y dos de guerra”, dijo esta semana en una entrevista. La pandemia debe dejar de ser una excusa, todos la padecimos y no solo sucedió en la Argentina, sí debemos recordar que es su responsabilidad administrar una de las peores gestiones sanitarias del mundo para sobrellevarla, además de un pésimo manejo de la economía y el abuso de las restricciones a las libertades individuales, con violaciones constantes a los derechos humanos y civiles y, por supuesto, las fiestas de Olivos y el vacunatorio vip.
Y el otro dato increíble que aportó en su defensa es hablar de la guerra entre Rusia y Ucrania y sus dos años de duración, cuando recién el próximo 24 de febrero se cumple el primer año de la invasión del ejército de Putin. Increíble que nadie se acerque a su oído a pedirle que corrija ciertas barbaridades discursivas que sólo hacen que su imagen se deteriore aún más.
En su afán de mostrar firmeza y manejo de la situación política convocó a una reunión de la mesa Nacional del Frente de Todos para el próximo jueves 16. Se sabe que Cristina, la jefa, no asistirá y casi seguro que su hijo Máximo, el heredero, tampoco. El ministro Sergio Massa dijo que sí, pero antes le pidió al Presidente que defina si va a ser candidato o no. ¿Cómo es posible que un ministro ponga en ese apuro al Presidente? Esto nunca sucedió, como tampoco que gran parte de un gabinete no le responda al primer mandatario, participe de actos donde se lo critica, se mofen de su incapacidad por lo bajo y en secreto, pero ninguno tenga la dignidad de renunciar. Todos los funcionarios de La Cámpora se encuadran en ese perfil, no disimulan sus críticas, no lo reconocen, lo ningunean con placer. Ya no es más aquel “Capitán Beto” o el simpático “Tío Alberto” que sirvió para ganar las elecciones, hoy es un inconveniente político para el ala dura del peronismo, que enfrenta una disyuntiva: Por un lado no lo aceptan, no lo quieren, y por otro, saben que no pueden vaciarlo de poder porque hay que llegar lo mejor posible a las elecciones y colocar la mayor cantidad de legisladores, en listas que seguramente integrarán la mayoría de ellos. Además, saben que si Alberto hace público que no va a pelear por una candidatura o un espacio de poder ya no podría gobernar ni siquiera una transición. “Hay que ser cuidadoso, si se baja ahora de todo, al otro día no lo saludan ni los Granaderos cuando ingrese a Casa Rosada”, dice un conocido dirigente ultra kirchnerista que suele tener más tacto que impulso para estas cosas.
El Frente de Todos tiene un año político muy complicado, con sus principales figuras enclavadas en sus propios fracasos y que sabe que sólo la coyuntura le va a permitir respirar otro día más porque cuenta con una oposición encerrada en su propio laberinto y que no cree en eso de moverle el piso al que tambalea. Hacen todos los esfuerzos necesarios, a veces tan exageradamente cuidados que se desdibujan como opositores, con el afán de exponer que ese juego desestabilizador es marca registrada del peronismo como lo demostró las pocas veces que le tocó ser oposición.
Pero si Alberto Fernández sueña o pretende ser candidato del oficialismo, su mayor fortaleza está en la debilidad de sus principales competidores internos. Con una Cristina que se somete a silencios cada vez más extensos, ya condenada por corrupción y con otras dos causas, Hotesur-Los Sauces y Memorándum con Irán, que pueden reabrirse con grandes chances de atravesar otros dos juicios orales, y con el desgaste de tantos años arrastrando al país a sus caprichos. Hay un vasto sector de la sociedad que la votó alguna vez, que está cansado de ella como centro de atracción política. Aun así sigue siendo la carta más fuerte del peronismo, pero con demasiados flancos abiertos para enfrentar una batalla electoral. Será por eso que ya se olfatea que Cristina y el kirchnerismo decidieron comenzar a prepararse para ser oposición. Y con Sergio Massa, que aceptó ser ministro de Economía apostando todo a ordenar la inflación, que se animó a recortar en áreas sensibles para la estructura del kirchnerismo, que decidió guardar silencio y mascullar bronca despachos adentro, pero con resultados que asustan, la inflación de enero debería estar entre 6 o 7 puntos, de acuerdo a varias consultoras privadas y al propio órgano de medición del GCBA. ¿Cómo se planta un candidato que se propuso domar la inflación como si fuera un caballo salvaje y aún sigue cayéndose del potro porque se le sueltan las riendas?
Mientras tanto, los gobernadores peronistas preparan sus desdoblamientos electorales para no quedar “pegados” a la elección nacional, y el peronismo de la provincia de Buenos Aires se rearma sin pensar en compartir un pedazo de ese poder con el Presidente. Cada cual riega su quinta.
Irónicamente, esta falta de opciones válidas le puede abrir las puertas al Presidente para intentar su reelección, con una gran curiosidad, una derrota sería solo suya, nadie lo acompañará en su retiro, no habrá mañana político para Alberto Fernández después del 10 de diciembre. Y algo más que no se puede soslayar: ante una gestión olvidable, una derrota digna sería su mejor epílogo.
© La Nación
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