domingo, 19 de febrero de 2023

A Massa le empieza a dar el viento de frente

 Por Roberto García

Solo los radicales de la vieja guardia parecen indignados con la presencia de Cecilia Moreau en la cabecera del Partido Justicialista. Impensable aún para aquellos que pregonaron el “tercer movimiento histórico”. La lastimosa náusea empezó cuando vieron entrar a la titular de la Cámara de Diputados al edificio de la calle Matheu, la hija del remasterizado Leopoldo y María del Carmen Banzas, una de las más preferidas militantes de Raúl Alfonsín, hombre rodeado de “gorilas” (Germán López, Borrás, Carranza)que ni siquiera compartía la blandura de Balbín con Perón. 

Aunque son tiempos de conversiones, irrita en el partido centenario el estrellato peronista de la Moreau, formada en la familia Alfonsín: ella se autopercibe alumna del General, Néstor y Cristina, como se reconocen de pronto los mapuches o aquellos/as que por voluntad adhieren a la mínima clasificación de los 33 sexos –lesbianas, hombres, trans, gays, drag-queens, mujeres, etc.– tan diferentes en el género, distintos entre sí, como los 33 asistentes a la cumbre de Matheu, casi todos enfrentados, quienes por conveniencia más que por identidad prometieron estar unidos, seguir juntos y darse dos o tres besos como los metalúrgicos de Lorenzo Miguel en épocas pasadas, costumbre francesa que nadie sabe quién la introdujo en el mundo sindical.

Música para los medios el amor francés de Moreau, Massa, Alberto y Cristina, presente por la telepatía gracias a los médiums de La Cámpora. Falso. Se cruzaron mandobles, indirectas, golpes debajo del cinturón y, de acuerdo a los comentarios, un saldo concreto: Alberto Fernández se mantiene como aspirante presidencial, reafirmó la posibilidad de las internas y volvió a sostener que no definirá su candidatura hasta más adelante. Le respondió a su ministro de Economía, quien intentó apresurar esa decisión. “Ni sí, ni no. Falta tiempo, finalmente Cristina me nominó en mayo”, recordó el elegido mal elegido. 

Porrazo camporista. Para La Cámpora fue un golpazo: creían que gracias a la presión de los meritorios Wado, Larroque y Máximo Kirchner le llevarían a la doctora ausente la cabeza del Presidente en una bandeja. Difícil ese ajusticiamiento para ellos: en general, los cuarentones camporitas hablan mucho de Rodolfo Walsh pero poco han aprendido de sus rescatables traducciones de la novela negra norteamericana. Allí los crímenes eran en serio. No se puede aprender sin leer.

El cristinismo sólo logró lo obvio: respaldo general a las vicisitudes de Cristina con la justicia, utilizando el surrealista eslogan de que ella está proscripta, como si portaran una resolución de la jueza electoral en ese sentido. Parte de la venidera campaña política: repetir la copia del exilio y veto que desde el 55 afectó a Perón y a sus seguidores, incluyendo fusilamientos. 

Trata de repetir La Cámpora con Cristina ese mismo destino de persecución y prohibiciones que, al menos de palabra, se justificó luego en la formación de la guerrilla partidaria, de Uturunco a los Montoneros. Seguramente, el 11 de marzo en un lugar del Conurbano, dos días después de los fundamentos del tribunal que la condenó, y el 24 de marzo (fecha conmemorativa del golpe militar del 76), la falaz bandera de la proscripción a Cristina será alzada en concentraciones para propiciar la misma candidatura que ella desechó.  Como si lo deseara una parte del pueblo y ella, inocente, nada tuviera que ver con ese reclamo. 

En rigor, para esos acontecimientos habrá que observar la evolución de las encuestas. Por ahora, dentro del oficialismo, ella prevalece con sobrada ventaja, Massa –su postulante presidencial designado y reconfirmado– no logra superar a Alberto F, cuya reelección también aparece complicada. 

Viento en contra. El hiperactivo ministro de Economía salió del quinto subsuelo de las preferencias y aún aguarda que algún ventarrón lo posicione mejor. Por ahora no lo favorece el clima para mover la vela del barco. Mientras, viajará a Houston para hablar de petróleo y gas, luego a India y Arabia Saudita, más tarde a China e Israel. Periplos para ganar fama internacional, algún crédito y conseguir afuera los votos que no encuentra adentro. Convicción no le falta. Si consiguió el favor de Cristina, supone que será más sencillo seducir al electorado.

Sin embargo y a pesar de los reconocidos esfuerzos (al menos frente a otros funcionarios, del Presidente para abajo), Massa aparece escorado por los torpedos de la inflación, a la que creía controlar porque todos los viernes observaba planillas del Indec y, cuando veía el desborde de precios de un cierto sector, operaba de inmediato llamando a los empresarios. Un control subterráneo que a la amante de esos controles, Cristina, podía fascinar. No dio resultado. 

También se demora el Repro con los bancos a pesar de que se redujo la magnitud inicial: de 5 mil millones se rebajó a mil. Otro proyecto estancado y que se anunciaba revolucionario ha sido el blanqueo, tan tentador que algunos pensaban en dejar de pagar impuestos porque podía ser más barato no declarar y luego exteriorizar los capitales en negro. Otra ilusión frustrada. 

Tampoco ha resultado como disuasivo la compra de bonos por parte del Estado, primero porque anunciaron inopinadamente la cantidad a adquirir (1.000 millones) con reservas exangües y, segundo, porque fracasó el objetivo de mejorar la cotización. Resultó al revés y para colmo hubo denuncias por “inside information”.

Por esos traspiés, sumados a la caída de reservas en el BCRA, en el mercado transitó la versión de que Massa renunciaba. Operadores con datos insuficientes que ni siquiera observaban una clave vacancia: el ministro todavía tiene sin resolver una vicepresidencia en el BID, uno de los cargos que podría ser una salida formidable para cualquiera. Como se sabe, el organismo dispone, con asistencia de EE.UU., fondos extraordinarios y además facilita al designado un trato con todos los jefes de Estado. Como Massa piensa como si fuera un jefe de Estado, no parece dispuesto a transfugarse a un organismo internacional, criterio diferente al de la mutante Moreau, que saltó de la cocina de la UCR a la del PJ.  

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