Por Marcos Novaro |
Las peleas en el peronismo desde que esa fuerza se reunificó, en 2019, han sido permanentes, virulentas y también bastante desconcertantes e inútiles.
Porque nunca llevan a nada, no han servido para definir campos contrapuestos, no giran en torno a diferencias claras que puedan agruparse, o resolverse de alguna manera, sino que consisten en entreveros que se estiran interminablemente, se diluyen con el paso del tiempo, o como mucho se resuelven a medias y preservando siempre la máxima confusión y las señales ambiguas.
Así ha sido en el terreno económico y también en el judicial, los dos asuntos, junto a la cuestión de la deuda y los posicionamientos internacionales que ella exigió, que más absorbieron a los funcionarios del Frente de Todos. Y en los que, hoy que inician su último año, está bastante claro, fracasaron.
Eso puede atribuirse, en primer lugar, a que las ideas con que los encararon eran inviables. Postergar pagos externos sin generar mínima confianza no iba a servir para ganar tiempo, sino para perderlo. Pretender que la economía K volviera a crecer, insistiendo con sus viejas recetas, simplemente porque se pagara menos deuda, no tenía ningún sentido. Y menos sentido aún tenía esperar que las causas por corrupción quedaran en el olvido, por más jueces y fiscales que apretaran o hicieran a un lado.
Pero además de esas quimeras, pesó y mucho el hecho de que no hubo ninguna otra idea a la mano cuando esas empezaron a fallar.
También ha influido y mucho la calidad de los liderazgos. Los principales protagonistas de este experimento se han estado echando culpas entre ellos de un modo bastante penoso y ninguno mostró una mínima capacidad de alzar la cabeza un palmo por arriba de la polvareda que ellos mismos levantaron. Merecerán ser recordados como reedición tragicómica de aquella famosa película de Sergio Leone, “la sorda, el tuerto y el ciego”.
Pero, de nuevo, pesó también y mucho el hecho de que el resto de la dirigencia oficial practicó el más extremo oportunismo, se fue acomodando a los vientos que en cada momento soplaron desde el vértice, sin asumir mayores compromisos con nada de lo que estaba en discusión.
Esta ha sido particularmente la actitud preponderante entre los gobernadores. Que antiguamente, es decir antes del kirchnerismo, solían ser la cantera de donde se nutría la dirigencia nacional del peronismo. Hoy, en cambio, son figuras apenas locales, deslucidas, e incapaces de ejercer ningún liderazgo.
Así lo están demostrando en el último episodio de la saga frentetodista contra la Justicia, el pretendido juicio político contra la Corte.
Podría pensarse que algo nuevo está pasando, porque por primera vez en mucho tiempo algunos gobernadores, tanto peronistas como aliados provinciales, que han sido hasta aquí bastante dóciles ante las locuras que se deciden en Buenos Aires, tomaron distancia y se negaron a avalar el ataque a los supremos. Pero sería un error esperar que de ello resulte un movimiento más amplio, una postura más moderada y razonable de esos sectores peronistas y afines sobre el problema en discusión, menos todavía un reflotamiento de la ´avenida del medio´. Las divergencias tienen demasiado tufillo a historia conocida y a oportunismo. A querer sacarle el cuerpo al conflicto nacional, pensando exclusivamente en los problemas locales. Y esto por varios motivos convergentes, que escapan incluso a la buena o mala voluntad de los gobernadores involucrados.
En primer lugar, las elecciones están demasiado cerca, más cerca todavía debido a la vocación de los mismos mandatarios provinciales por despegarse de la competencia nacional. Y todos ellos saben que su futuro depende, además de lograr ese despegue, de que la nación los banque, con el dinero de las transferencias discrecionales y con la indicación de no dividir por nada del mundo las listas peronistas distritales.
Es que, por más que algunos se diferencien en temas como la Corte, los gobernadores necesitan tanto de la polarización como Alberto, Sergio y Cristina. También para ellos polarizar es la última tabla de salvación, la postrera razón de ser de un proyecto político en descomposición. Así que, aunque estén muy a disgusto, nadie va a poner, al menos hasta que las elecciones hayan pasado, sus pies fuera del plato.
En segundo lugar, pesa la inviabilidad de la iniciativa, todos saben que el juicio político va a fracasar, cuentan con que la oposición lo frene, así que no se hacen demasiado problema con el asunto, ni mueven un dedo para ser ellos los que lo hagan naufragar. Sucede algo parecido, aunque por la expectativa opuesta, a lo que pasó con la votación del acuerdo con el Fondo. Entonces muchos legisladores peronistas se dieron el lujo de faltar a la sesión, abstenerse o votar en contra, para salvar su autoimagen antimperial, porque descontaban que la oposición garantizaba su aprobación.
Ahora, muchos que preferirían que el juicio político no avance, se van a callar y votarán con disciplina por la afirmativa, confiando en que sean otros los que la harán fracasar. Con tal nivel de oportunismo en sangre se entiende que para esta dirigencia peronista sea difícil imaginar cualquier apuesta política alternativa.
Por último, y lo más importante, sucede que los disidentes en este asunto de la Corte lo son porque en sus distritos hay votantes que se preocupan por estas cosas, los atropellos institucionales alevosos no les gustan ni les son indiferentes. Y esos gobernadores tienen que disputarle al menos parte de esos votos a la oposición si quieren ser reelectos, o ser sucedidos por sus delfines. Por eso el cambio de postura de Gustavo Bordet, de Entre Ríos, y la toma de distancia desde un principio de Omar Perotti, de Santa Fe. Aunque consideraciones electorales de este tipo deben haber pesado también en otras cuantas provincias. El problema es que son justamente esas provincias las que más probablemente el peronismo pierda de todos modos en estas elecciones.
Así que la competencia electoral va a terminar haciéndole un favor a los K, aunque los perjudique en el resultado general. Va a debilitar las bases de una posible disidencia antikirchnerista dentro del peronismo. Algo que ya sucedió en 2015 y 2017, no es tampoco un fenómeno nuevo. Y ha aleccionado a los dirigentes peronistas respecto a la inconveniencia de alejarse demasiado de Cristina Kirchner, o hacerse mucha mala sangre con sus iniciativas más locas.
Este es un punto crucial, no solo para entender las pocas chances que tiene hoy un eventual intento de reflotar la “avenida del medio”, sino también las de iniciativas futuras para promover la sucesión del liderazgo en el peronismo, o para sumar a una parte significativa de él a una coalición reformista y moderada.
Y es que, si bien la ofensiva del gobierno contra la Corte efectivamente ofrece una oportunidad, porque aleja a sectores más o menos razonables de esa fuerza de la conducción nacional del Frente de Todos, estos grupos son los que tienen más chances de perder sus cargos en las próximas elecciones. Y así, la competencia termina facilitando la continuidad del predominio kirchnerista en el PJ.
Los peronistas entrerrianos y santafecinos vienen acercándose a sus pares de Córdoba en varios frentes y desde hace tiempo, en parte porque tienen problemas parecidos, que comparten en la Región Centro. Puede que sus miradas sobre el futuro del peronismo sean más parecidas hoy de lo que han sido en los últimos veinte años, y más distantes de la melodía que suena a nivel nacional. Tienen en común también que no simpatizan ni confían demasiado en ninguno de los tres grandes del buen humor, ni con la sorda, ni con el tuerto ni con el ciego. Así que es difícil saber a qué candidato presidencial van a apoyar. Pero tienen pocas chances de encontrar uno que les guste, menos todavía de arrastrar a peronistas del resto del país detrás suyo, y puede que finalmente lo que ellos quieran o no apoyar sea irrelevante, porque para cuando llegue el turno de la elección nacional ninguno esté en control de sus distritos.
Esas tres provincias son las que tienen más chances de pasar a manos de Juntos por el Cambio a mediados de este año. Es más, son las que sí o sí necesita ganar la coalición opositora para tener más territorio respaldando una eventual nueva gestión nacional que el muy limitado que tuvo a su favor en 2015. Así es que el peronismo que se aleja del kirchnerismo tiene altas chances de ser exterminado por los opositores extrapartidarios del kirchnerismo. Toda una ironía del destino, en vez de cooperar entre sí, los antikirchneristas se debilitan unos a otros. Que, entiéndase bien, no es fruto del capricho de nadie, ni de una mera falta de comprensión por parte de los actores involucrados, tiene su lógica que actúen como lo hacen, porque están compitiendo por los mismos votos. Pero no deja de ser una desgracia para la viabilidad de un gobierno reformista.
La pregunta queda flotando y afecta más que al peronismo a Juntos por el Cambio.
Esta coalición va camino a la victoria, así que en su seno prima el optimismo, creen estar abriendo nuevos horizontes. Sin embargo, al mismo tiempo, quieran o no, están reiniciando una historia ya vivida, en que se dedican a morderse la cola, lo que derivó en un final bastante penoso, recordemos, en 2019. Es que a ellos les conviene un peronismo dividido y no sometido mayoritariamente al dedo de Cristina. Pero dado que los votos moderados que necesitan los disidentes peronistas para prosperar son los mismos que JxC requiere para ganar la elección, su éxito en las urnas equivale a debilitar a posibles socios en el Congreso y eventualmente en la gestión, y a promover entonces la continuidad del predominio k en el peronismo.
Esta es la historia que está recomenzando, ahora que la política empieza a ordenarse para las ya inminentes elecciones. Y en relación a ella, pareciera que esta competencia no va a ofrecer nada demasiado nuevo.
© TN
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