miércoles, 18 de enero de 2023

Las enseñanzas de Israel a los ministros argentinos

 Por Pablo Mendelevich

Benjamin Netanyahu conduce desde hace menos de un mes el gobierno más ultraderechista y fundamentalista de la historia de Israel, nación que en abril cumplirá 75 años. Eso significa que comparte el poder con dirigentes y partidos de dudoso pedigree democrático, lo que está generando en la única democracia de Medio Oriente considerable revuelo.

El ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, del Sionismo Religioso, por ejemplo, quien además funciona como ministro subalterno de Defensa y es partidario de la mano dura con los palestinos y la anexión de Cisjordania ocupada, llegó a autodefinirse “de extrema derecha, homofóbico, racista y fascista”. A su lado Javier Milei podría ser confundido con Martin Luther King.

Netanyahu es el político que más veces fue elegido primer ministro. En total ya gobernó 15 años. Su retorno aparece sustentado en el conocido vicio popular de querer salvarse llamando de nuevo a quien armó el desbarajuste original (imposible no recordar a nuestro Cavallo, entre otros) bajo la creencia de que será el único que lo podrá arreglar. Pero el sábado pasado “Bibi” sumó otro récord a su abultado currículum: en su contra se armó en Tel Aviv la mayor manifestación de protesta en décadas. Salieron a la calle, bajo una fuerte lluvia, ochenta mil israelíes.

¿Contra qué protestaban? Contra la reforma judicial que quiere hacer el primer ministro para sacarle a la Corte Suprema la potestad de anular una ley, casualmente un tema que en la Argentina se halla en el centro del escenario. Acá la Corte también tiene esa facultad, la del control de constitucionalidad, pero el gobierno finge desconocerla. Directamente sostiene que la suspensión dispuesta por el más alto tribunal de una ley de 2006, la de reforma del Consejo de la Magistratura, es causal de juicio político a quienes la dispusieron.

Entrevistados por los medios de Tel Aviv, varios manifestantes opinaron el sábado que la intención oficial de modificar la esencia del régimen jurídico estaba relacionada con los problemas personales de Netanyahu con la Justicia. El primer ministro está acusado de fraude, cohecho y abuso de confianza en tres causas de corrupción.

Hoy fragmentada y derechizada, la sociedad israelí ha vuelto, pues, a las manos del líder local más duradero y más polémico de la historia, entre otras razones porque no surgió otro con capacidad para armar coaliciones y poner algún tipo de orden en el complejo panorama político, mucho menos alguien con su valiosa experiencia, en medio de una creciente desesperanza colectiva. Un estudio del Instituto para la Democracia de Israel (IDI), que se conoció esta misma semana, asegura que la confianza en las instituciones israelíes cayó al 33 por ciento. Hace diez años era casi el doble. El estudio también dice que la mayoría de los encuestados (58%) quiere que la Corte siga teniendo la potestad de anular leyes aprobadas por el Parlamento.

Con apenas tres años menos de vida que el peronismo, el Estado de Israel parece en varios aspectos un espejo deformado de algunas estampas de la Argentina. Para bien y para mal. Caleidoscopio unas veces sorprendente, otras capaz de despertar ira delante de quien escuche comparar realidades tan disímiles, países tan lejanos. Resultados, sobre todo en materia militar y de desarrollo, tan contrastantes.

Aunque la Argentina tiene cinco veces más habitantes y 127 veces más territorio, por muy poco Israel la aventaja en Producto Bruto Interno. Aparece en el puesto 29° del ranking mundial del FMI. La Argentina está en el 30°. En PBI per cápita, la Argentina figura en el puesto 67° e Israel en el 18° (2021, Banco Mundial). La economía de Israel se sustenta en la exportación de bienes y servicios de alto desarrollo tecnológico. Medido con el Índice de Éxito que le gusta al presidente Fernández, el de los premios Nobel acumulados, Israel y la Argentina están 12 a 5. Y así se podría seguir. Luego, hay diferencias cualitativas no mensurables. Los regímenes políticos son distintos, en la Argentina es presidencialista y en Israel, parlamentario.

Sin embargo, ha sido nada menos que nuestro ministro del Interior Wado de Pedro quien hizo en Tel Aviv, en abril del año pasado, el paralelismo más osado que se haya conocido. “Ven –les dijo a los periodistas que lo acompañaban en su gira- todas las coaliciones de gobierno están teniendo ruidos y no pasa nada”. Conducía por entonces el derechista Naftali Bennett una coalición de ocho partidos que empezaba a desgajarse y acá los Fernández ya pasaban temporadas sin dirigirse la palabra. De Pedro pretendió explicar que la culpa de cuanto acontecía la tenía -urbi et orbi- la pandemia, que el Frente de todos era una coalición y que no había que dramatizar eventuales problemas entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner: así son las coaliciones.

Ahora bien, ¿qué hacía el ministro del Interior en Israel? Formalmente había viajado para interiorizarse (sic) en procesos de cooperación y desarrollo relacionados con el agua. Su comitiva hídrica estaba integrada por siete gobernadores, entre ellos el entrerriano Gustavo Bordet, el sanjuanino Sergio Uñac y la rionegrina Arabela Carreras. La camaradería lograda durante el viaje no aguantó, se ve, hasta 2023. Esos tres gobernadores figuran entre los que no se subieron al ring del juicio político a la Corte.

En rigor, De Pedro fue a Israel hace nueve meses como precandidato presidencial y así fue tratado. Por eso, no por su interés en el agua, hasta lo recibió el presidente Isaac Herzog. Por algún motivo se piensa que para lanzarse a la carrera presidencial por el peronismo-kirchnerismo primero hay que visitar Israel. El mes pasado fue el turno del jefe de Gabinete Juan Manzur, quien también estuvo en Jerusalén con el presidente Herzog. Además participó de varias ceremonias, la más difundida, por Januca, en el Muro de los Lamentos.

Manzur consiguió una expresa autorización judicial para ser candidato a vicegobernador de Tucumán en las elecciones provinciales del 14 de mayo, pero tiene aspiraciones de convertirse en candidato presidencial por el oficialismo, grilla en la que suele ser mencionado junto a Daniel Scioli y a Sergio Massa. La semana pasada aparecieron en las calles de Mar del Plata misteriosos carteles que sólo decían “Juan XXIII”. Gracias a que estaban firmados en un rincón por “La Rucci” se pudo saber que no eran por el autor de la encíclica Pacem in Terris sino, como lo explicaron exégetas especializados, proselitismo presidencial del jefe de Gabinete, obviamente para este año.

Quizás se instaló en el peronismo un supuesto cabalístico cuando la senadora Cristina Kirchner viajó durante 15 días a Israel antes de resultar elegida (por su marido) candidata presidencial para las elecciones de 2007.

Es verdad que Israel, el país con más empresas de alta tecnología, con un sistema educativo de excelencia, con enorme atractivo para las inversiones privadas, tiene unas cuantas virtudes que podrían ser magistrales para la dirigencia argentina. Pero algo llamativo de las aparatosas visitas de los precandidatos De Pedro y Manzur es que ellos no parecen haberse interesado demasiado por los detalles de cómo Israel sorteó lo que es hoy el mayor problema argentino, que -sin desmerecer- no es el agua.

Israel tenía en los años ochenta una inflación del orden de 450 por ciento. Incluso llegó casi al 1000 por ciento. Ahora la inflación interanual es de 5,3 por ciento, más o menos como la nuestra, pero anual. La inflación argentina es superior al 20 por ciento anual desde 2010. Del registro de 2022 el gobierno celebró hace pocos días que no hubiera llegado -por apenas cinco puntos y medio- a los tres dígitos. Qué alivio.

La política de Estabilización Económica de 1985 no contó con el concurso del gremio de camioneros israelíes para controlar a los empresarios especuladores. Fue una compleja combinación de medidas monetarias y fiscales con cambios institucionales, tales como la independencia total del Banco Central. Resultó exitosa no sólo en el corto sino en el largo plazo debido a que inauguró una capacidad de resiliencia de la economía israelí para enfrentar crisis. Cambió en forma radical el modelo económico. Por supuesto que tuvo costos sociales, lo que no impidió que el caso sea materia de estudio en las universidades de todo el mundo.

El Israel de hoy, con las expectativas sociales en declive, seguramente habría merecido un reproche del presidente Fernández si él hubiera sido israelí; un reproche a Macri, se entiende. El ánimo de los pueblos está subordinado probablemente a las frustraciones, sujetas a su vez a la fragmentación.

Es curioso que el peronismo-kirchnerismo, siempre listo para demonizar a sus oponentes bajo el rótulo despectivo e indiscriminado de “la derecha”, se sienta agasajado y dialogue gustoso con la derecha israelí, que ahora se está radicalizando.

Tal vez no falta mucho para que el ministro del Interior explique que abolir el control de constitucionalidad de la Corte Suprema es tendencia en todas partes. Como los problemas en las coaliciones.

© La Nación

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