Carentes de un mínimo nivel de pudor, hasta pretenden ser los émulos políticos de Los Beatles.
Por Sergio Sinay (*)
Dos noticias en el comienzo del año. Una buena y una mala. La buena es que cuando termine 2023 ya no estará este gobierno. La mala es que las opciones que se ofrecen a la ciudadanía para reemplazarlo confirman la profundidad del pozo en el que cayó la política argentina y, con ella, la esperanza de vislumbrar un porvenir significativo para el país. Algo grave si se toman en cuenta las dos dimensiones del tiempo en esta materia.
Según la dimensión histórica, alguna vez se analizará en perspectiva ese oscuro cono de descomposición política, económica y social que se abrió junto con el siglo actual, oscuridad en la que se perdieron valores esenciales de la convivencia, esbozos de ideales comunes, reglas de juego democrático, principios republicanos básicos, calidad educativa y sanitaria, garantías elementales de seguridad, niveles básicos de respeto, tolerancia y confianza en las interacciones humanas, se degradó la justicia y, por fin, se extendieron como un hongo devastador la pobreza y la indigencia. Todo ante la indiferencia, y bajo la responsabilidad, de una clase política en la que la calidad intelectual e incluso moral de la gran mayoría de sus integrantes alcanzó los raseros más bajos imaginables.
Cuando todo esto se estudie en perspectiva, al calor de las décadas y acaso los siglos, se verá que todos esos años perdidos, una vez puestos en la larga e infinita cinta de la historia, habrán sido pocos. Pero hay otra dimensión del tiempo. Es la que toca la vida de cada persona. Y en esa dimensión millones de historias individuales habrán transcurrido y se habrán apagado hundidas en el amargo mar de la impotencia, de la desesperanza, del vacío existencial. Una cosa es el tiempo que pierde el país debido a las componendas, las triquiñuelas, las chapuzas, la corrupción y la inmoralidad de sus dirigentes. Ese es un tiempo impersonal, incluso se lo puede considerar abstracto. Pero lleva en sus entrañas el tiempo de cada vida, lo corroe, lo corrompe, lo vacía. Salvo para quienes logran un lugar bajo el sol del poder político, económico o social (un sol que alumbra para pocos); para el resto, con distintos niveles de intensidad y de padecimiento, nacer, vivir y morir en la Argentina es pasar penosamente por el tiempo, penando por dejar una huella en él, iluminados ocasionalmente por fugaces relámpagos de alegría y felicidad, que pronto cesan. Pocas veces, o ninguna, con la sensación de ser parte de una construcción colectiva nacida de una acción cooperativa e impulsada por una visión convocante.
Inútil pretender que quienes componen esa clase política (incluidos quienes la llaman despectivamente “casta” pero usufructúan sus beneficios como el que más) comprendan la trascendencia filosófica y existencial de estas dos dimensiones del tiempo. Sus miradas miopes, su naturaleza egoísta, su discapacidad para la empatía, la generosidad y la compasión, su voracidad para zamparse un bocado, o una porción entera, de las tortas del poder durante sus cortas vidas (tan cortas como la de todos los seres humanos) los colocan de espaldas (espaldas blindadas) a la realidad de los millones a los cuales perjudican y cuyos destinos les importa un pito, salvo para sus falaces discursos de años electorales.
Mientras ambos tiempos transcurren, porque el tiempo nunca se detiene, algunos de ellos se dedican a destapar cloacas hediondas de las que extraen y desparraman excrementos en forma de denuncias, amenazas o extorsiones en el patético afán de conservar un poder que se les va esfumando y de escapar de la justicia que, tanto en su versión terrenal como divina, suele llegar. Y otros, los que se dicen mejores que aquellos, aunque muchas veces solo los diferencian las formas, se pelean de modo grosero y perruno por un hueso que aún no consiguieron pero del que ya se imaginan propietarios. Y, carentes de un mínimo nivel de pudor, hasta pretenden ser, por vía de ridículas fotografías, los émulos políticos de Los Beatles (¡nada menos!). Así comenzaron a transcurrir las dos dimensiones del tiempo en este naciente 2023. Tic tac, tic tac, tic tac.
(*) Escritor y periodista
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