Por Carlos Ares (*) |
Si todavía, mes y medio después, alcanza con ver, de paso por las redes, de reojo en la vidriera de un negocio que vende televisores, escenas de juego, los goles, el penal de Montiel, Messi de rodillas, el momento en que le dice a la familia “ya está”, si esas cinco o seis escenas fugaces inundan los ojos hasta el borde, ¿de qué sequía hablan? Más todavía, porque a veces, sin necesidad de volver a verlas, sólo con evocarlas a oscuras, en mitad de la noche, en duda, ¿fue un sueño?, en cuanto se escucha de fondo el rugir del coro turbulento que agita el cuerpo, muchachos, ¿quién dijo que somos unos secos?
Si me vas a medir el costo del sentimiento en términos de inflación, me banco el dato de la realidad. Como a cualquiera, también se me caen las lágrimas cuando voy al chino a comprar café, leche, fideos. Después de pasar la tarjeta ahí, todavía me queda algo para llorar en la farmacia. Ni hablar si se te jode la termocupla del calefón, necesitás zapatillas, o se te cae el celular al inodoro. El señor no lo permita. Ahí sí, en una ferretería, tienda de ropa, o local de tecnología, fuiste en cuotas. Doce tobilleras electrónicas.
Casi no queda para llorar, menos para regar. Olvidate por un tiempo de invitar a cenar, o arriesgarte a un: “dejá, pago yo”, cada tanto en un bar con los amigos, ¿Quién se hace cargo hoy, solo, de una mesa de cervezas donde nunca falta el necesitado que, además, aprovecha para agregar un sándwich de milanesa, de matambre, ¡o de jamón crudo y manteca! Decí que conocés de pibe a ese atrevido. La amistad todavía vale más que uno de salame.
Si es por las consecuencias de este sol ardiente, del implacable calor que no da tregua, te diría lo que me dice una amiga cuando, a pesar de ahuyentarlo como a una mosca ahí donde se posa Alberto, foto o declaración, protesta: “me la seca”. No hay nada que hacer cuando eso pasa. Nada, más que compartir el drama de los productores, rogar que llueva una semana seguida, acompañar sus reclamos. Tanto que ponen en retenciones cuando la cosecha es buena, 9.700 millones de dólares el año pasado, tanto se les debería poder ayudar ahora.
A propósito de Alberto, el secador serial de ánimo, estímulo, ganas de ponerla, el colega Matías Longoni, un auténtico bicho de campo hizo, como es su costumbre, un extraordinario trabajo de investigación. Me lo imagino en modo preso, encadenado, obligado a escuchar los 187 discursos públicos que dio el que hace de Presidente durante 2022. Piel y huesos al final del sacrificio, Longoni comprobó su sospecha inicial: el chamuyero profesional nunca, nunca, dijo la palabra “sequía”. Esto es: el que la seca nunca hizo referencia al drama de los que la padecen.
Cristina, se la seca a la Justicia. Massa terminó de secar al campo. Con el dólar soja recaudó como para comprar fasos y seguir tirando humo disfrutando el aguinaldo hasta marzo. Cuando se note la falta de lo que ya se cobró, el quilombo será parte de la campaña electoral. Las culpas se repartirán entre excusas, promesas, acusaciones mutuas. La que chorearon, la deuda que dejan, los millones de fotocopias de billetes que emitieron para calmar la sed, la pandemia, la guerra en Ucrania, la querida Fabiola. En el mientras tanto, en la espera a ver quién gana, el pan, el aceite, el gas, la luz, todo lo que costaba un huevo va a costar dos.
Así como siempre que llovió paró, es de esperar que la tierra seca se humedezca nuevamente. Para entonces ya no se podrá recuperar las cosechas perdidas, el ganado muerto de hambre, la vida desecada en el intento. El tiempo habrá convertido los ríos desbordados en las calles por los festejos de la Copa del Mundo en gotas que caen durante los aniversarios para celebrar los mejores recuerdos. Sin embargo, nunca faltarán motivos para hacernos saltar las lágrimas otra vez.
Un jugador, un actor, una película, una canción, andá a saber qué, o quién, tampoco sé cómo, ni por qué, pero si hay algo que todavía no se secó en este país es la emoción, el orgullo que sentimos cuando uno nuestro, algo de nosotros, embebido en estas aguas, se desarrolla, crece, gana.
No alcanza con la emoción, de acuerdo, pero que nunca nos falte.
(*) Periodista
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