Por Carlos Ares (*) |
Una brisa cálida hamaca la mar verde turquesa. Los dedos de los pies amasan harina. Apoyás la cabeza en las ojotas marrones, envueltas con la camisa de lino blanco. Anteojos negros, modelo aviador, auriculares, suena Camarón. Canta Juku, “yo quiero estar como camarón/ en la playita tomando ron”. En sunga violeta te revocás los abdominales marcados con protector UVA 70. Reforzás el enduido en las grietas. Sin más esfuerzo que fruncir los labios, sorbés la pajita de una copa de ron color miel, bien helado.
No hagas preguntas. ¿Cómo, cuándo, de dónde sacaste la guita? Relajá, amigo, cronista crónico, pará con el oficio, sos tu otro yo, el que delira. Estás metido en el tipo de alucinación que provoca el verano. Cuarenta de calentura térmica, sin contar el porcentaje de inflación. Hasta respirar cuesta un huevo. Dejá vivir. Si no te cabe éste, soñá tu propio sueño. Usá el “ponele” de comodín.
Ponele que pintó oferta, te dieron mil cuotas en pesos. Ponele depto amueblado con sillones blancos, el celeste infinito de la pileta en un balcón que da al mar, servicio de playa, carpa verde, sombrilla amarilla, desayuno, cena, todo incluido en Las Toninas. Tenés que cuidarte de no meter las patitas en el agua. El frío te puede despertar. Estás ahí entonces, echado como un lobo marino, rumiando de placer, relamiéndote los bigotes, dormitando después de una noche de sexo salvaje, ponele también, como hacía tiempo que no se te daba.
De pronto, en un entrecerrar lento de párpados, ves que a doscientos metros se levanta una ola extensa como una cordillera. Viene hacia vos, el único humano tirado ahí en medio de un silencio aterrador. En ese momento comprendés por qué estás más solo que Alberto. No hay cartel de Echarri avisando que la Patria está en peligro, ni lágrimas de periodistas llorando por los jubilados ahogados con la mínima, ni Mesa del Hambre donde sentarse. Volaron los cuervos Larroque, ladran los perros Verbitsky, una Massa de roedores, Vila, Manzano, Filiberti, huyen con las bandejas de queso.
De pie frente al destino inevitable, los brazos abiertos, pechito lampiño, te ofrecés al tsunami económico que se viene. Piernitas firmes, nalgas contraídas, preparado para recibir el impacto. Cuando ya te das por ahogado en la crisis, notás que el oleaje te atraviesa con una lluvia de imágenes líquidas. Estás ahí, inmóvil, mirando escenas del pasado.
Poco a poco, las fotos se revelan claras contra el azul noche ¿Es la casa de tu infancia? ¡Sí, mirá! El barrio, los pibes, el colegio, el equipo del club, ellas, ¡esos peinados!, ¡esa canción!, el golazo convertido, el que te comiste, el viaje, ¿dónde?, ¿cuándo?, Mendoza, Mar del Plata, las Cataratas, ella después, esa noche, nuestro tema de amor, ¿te acordás? Los abuelos en sepia, los viejos en blanco, negro, tus hijos en color miran a la cámara de tus ojos, sonríen.
La descarga te rompe la cabeza. Llena de mar la boca. La espuma hace cosquillas, te revuelca como si te atendieran al paso en un lavadero de personas. La emoción detona un vaporoso géiser de amores guardados, protegidos, contenidos, que cabalga a bordo de una Banana Boat. Nadie se cae de ahí. Todos arriba, toda una vida.
¿Toda? ¿Dónde están los que faltan? ¿Qué fue de la pena, la melancolía, el dolor, la furia, las piñas que diste, que ligaste, la cicatriz de la traición, las broncas, las injusticias, los insultos a los ladrones que saquean el país? ¿Tanto putearlos para terminar olvidando? ¿Te vas a resignar a que esos canallas, aún condenados, se vayan sin devolver la que se llevaron, sin pagar en prisión por el tendal de miseria que dejan?
Despertás asustado, empapado en un sudor salado. ¿Pueden recuerdos tan preciosos volverse pesadilla en un instante? ¿Qué hacer? ¿Rendirse? ¿Partir? ¿Dejarles hasta lo que somos? Por lo que han hecho, lo que se ve que hacen, es de temer que todavía, cuando falta un año, sean capaces de meterse en los registros más íntimos, amorosos, para mentir, reescribir inclusive tu propia historia.
Por las dudas, no le cuentes a nadie la parte a salvo de tu sueño fantaseado en papel. Sostené el deseo.
Elegí querer.
(*) Periodista
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