Por Fernando Gutiérrez
"Hasta la victoria con Lula y Fernández", dice a la cámara un brasileño junto a su pequeña hija, sonriente y haciendo una "L" con sus dedos pulgar e índice. A continuación, una imagen de Alberto Fernández junto al nuevo mandatario brasileño, abrazados -y con el argentino haciendo la misma "L"- cierra un video grabado por el servicio de prensa de la presidencia argentina. Y el mensaje sintetiza la esperanza del "efecto contagio" del que el Gobierno espera beneficiarse al iniciar un año electoral.
"Un líder comprometido con su pueblo que reivindica derechos y trabaja en unidad por la democracia. El pueblo de Brasil lo ha conseguido. Ahora será más fácil hablar de integración en nuestra patria grande", escribió Alberto Fernández en un tuit, que acompaña al video en el que se observan imágenes de militantes felices en el acto de asunción realizado en Brasilia.
El video generó una polémica instantánea en las redes sociales, donde volaron acusaciones de querer asociar su imagen a una victoria ajena.
Lo cierto es que Alberto tuvo su ansiada foto junto a Luiz Inácio Lula Da Silva, con quien mantuvo una reunión bilateral amable y plagada de felicitaciones mutuas -el brasileño reiteró el saludo por la victoria en el mundial de fútbol de Qatar- en la cual se decidió "volver a poner en marcha el vínculo entre los dos países".
Y prometió una política exterior coordinada, algo que tendrá su primera aplicación práctica en la visita que el brasileño haga a Argentina el 23 de enero, en ocasión de la reunión de la Celac en Buenos Aires.
Pero, más allá de la diplomacia regional y los realineamientos, para Alberto esta visita a Lula significó un mensaje claro dirigido a la interna del peronismo: hay un nuevo clima político en América latina, las elecciones no están perdidas, y el ejemplo a seguir es el de Lula, que -lejos de replegarse en su militancia y los discursos radicalizados- se alió con ex adversarios y amplió su base de apoyo.
Primer baño de realidad para Lula
Antes, el primer discurso de Fernando Haddad, nuevo ministro de economía de Brasil, podría haber generado aplausos entusiastas por cualquiera de los sectores en pugna dentro del Frente de Todos: dijo que su prioridad será "la generación de empleos, de oportunidades, de renta, los salarios dignos, la comida en la mesa y precios más justos".
Pero mientras el gobierno argentino continúa celebrando como una victoria propia el regreso de Lula a la presidencia de Brasil y busca capitalizar el cambio de tendencia política regional para mejorar sus chances en la carrera electoral, el país vecino ya empezó a dar las primeras señales de que los planes en la economía pueden llegar a ser más complicados de lo previsto.
El primer día de Lula en el poder parece confirmar lo que muchos sospecharon: que en un país altamente polarizado y con un gobierno que no tiene mayorías propias, todo cambio de política generará una resistencia. Ya temprano en la mañana, subió el dólar y las tasas de interés en el mercado de futuros, mientras que cayó la bolsa de valores paulista, en un movimiento liderado por Petrobras y Banco do Brasil.
Los analistas interpretaron esa situación como una primera señal de rechazo por parte del mercado al discurso inaugural de Lula, en particular por la marcha atrás en el proceso de privatización de compañías estatales.
Por otra parte, generó confusión el hecho de que el ministro Haddad, haya manifestado su preferencia por eliminar una exoneración fiscal a los combustibles, pero que al mismo tiempo se estuviera publicando en el diario oficial una prórroga de 60 días de esa medida. Esa contradicción en el mismo día de la jura del nuevo ministro ya puso una nota de duda sobre cómo se resolverán las discusiones internas en el nuevo gobierno y el margen de acción de Haddad.
Lo cierto es que Brasil se encuentra con una explosiva situación social y una economía que, si bien es altamente estable si se la compara con Argentina -se espera una inflación de 5,3% para todo el año- cuenta con una actividad poco dinámica. Los pronósticos de las consultoras apuntan a un crecimiento de apenas 0,7%, mientras se debate si continuar o no con la estrategia bolsonarista de altas tasas de interés como remedio para prevenir la inflación.
Y hay una tensión latente en el mercado. Lula "heredará" una dirección del Banco Central que ha mostrado preocupación por un posible repunte inflacionario, algo que se refleja en una política conservadora para recortar las tasas de interés. Y el arranque del ministro Haddad, que dijo que se eliminará el tope al gasto público que había sido instaurado por la gestión bolsonarista, puso una nota adicional de inquietud.
Por lo pronto, la tasa de referencia Selic permanece en su elevado nivel de 13,75%. Y la primera encuesta entre bancos tras la asunción de Lula reveló ajustes al alza en las previsiones del mercado sobre la inflación, a la que ubican por encima de la meta oficial. Es por eso que se espera un recorte muy gradual de la tasa, que sobre fin de año alcanzaría un nivel de 12,25%.
El Central, presidido por Roberto Campos Neto, un economista que pasó por la dirección del Banco Santander, ya advirtió contra políticas de crédito subsidiado y contra la reversión de reformas pro mercado, como la nueva legislación laboral.
Alberto Fernández y las expectativas argentinas
Es en ese marco de incertidumbre y puja con los mercados, que Argentina tratará de consolidar una alianza con Lula que vaya más allá de la retórica y se concrete en ayudas económicas. Por ejemplo, el desembolso de u$s689 millones para financiar el segundo tramo del gasoducto Kirchner.
El dinero, según se anunció, provendrá del Banco Nacional para el Desarrollo (Bndes), una institución que ya había tenido, durante la primera presidencia de Lula, un rol protagónico en la integración regional, al punto que ayudó a varias grandes empresas a instalarse en Argentina mediante la compra de negocios. En su discurso de asunción, Lula prometió que los bancos estatales volverán a tener un papel decisivo en el plan económico.
Por otra parte, está pendiente de aprobación un swap de monedas, por un monto de hasta u$s10.000 millones, que ayudará al Banco Central a reforzar su posición de reservas en un momento particularmente sensible. El país vecino tiene u$s331.000 millones en reservas, es decir siete veces y media el monto argentino -o un 65% más, si se lo mide en términos per capita-.
La metodología prevista es similar a la utilizada en el acuerdo con China: un monto nominado en reales, que podrá utilizarse para financiar importaciones desde Brasil. También hay posibilidades de que se avance en la aplicación de una nueva moneda binacional -llamada "Sur"- que cumpla el objetivo más ansiado por el Gobierno argentino: no tener que depender del uso del dólar para el intercambio con los principales socios comerciales.
Hablando en plata, las importaciones anuales desde el país vecino superan los u$s15.000 millones. Brasil es el segundo país -después de China- al que Brasil más le compra, al punto que vienen desde allí un 19,5% de las importaciones totales.
La balanza binacional es negativa para Argentina, dado que las exportaciones a Brasil rondan los u$s12.500 millones anuales. Y Brasil sigue siendo el primer comprador de productos argentinos -van allí un 14% del total-, un dato que ilustra por qué cada noticia sobre un enfriamiento de la economía brasileña es recibida como un baldazo de agua fría por los empresarios argentinos.
Para algunas industrias en particular, esa "Brasil-dependencia" es muy intensa, como ocurre con la automotriz, que envía al mercado vecino un 60% de los vehículos que salen de las terminales locales.
Pero claro, esa dependencia no sólo no se verifica en el sentido inverso, sino que la relevancia de la economía argentina para Brasil es cada vez menor. A fines de la década de los ’90, Argentina tenía el 14% del total de las importaciones brasileñas, pero 25 años después esa participación se desplomó a menos de 5%.
Según una estimación de la Fundación Mediterránea, si Argentina hubiese mantenido su "market share" histórico en las importaciones brasileñas, hoy estaría vendiendo unos u$s38.000 millones, casi el triple de la cifra actual.
La divergencia de caminos entre ambos socios se evidencia en muchos indicadores. Por ejemplo, hace 15 años la participación en las exportaciones mundiales del complejo sojero era similar, en torno de un 25%. Pero mientras hoy Brasil trepó hasta un 40% de participación, Argentina bajó hasta un nivel de 15%.
El plano en el que sí se registra un deterioro similar de ambos países es el social. El indicador de pobreza actual en Brasil es de 29%, un nivel menor al 35% que existía cuando en 2003, cuando Lula asumió por primera vez, pero bien por encima del 20% que había cuando traspasó el mando en 2010.
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