Por Roberto García |
Primera alerta: 12 de febrero, La Pampa, convertida en playa de entrenamiento electoral por la realización de las primeras PASO del país. Comienza el vértigo de los anticipos comiciales y aterrizan en esa tierra los cabezudos partidarios de los dos bloques competitivos por la presidencia. Como si La Pampa fuera un lugar de veraneo.
No solo se dirimen internas distritales, también el esbozo de las presidenciales. En esa categoría ya se puso fecha el último candidato a la Casa Rosada, el radical Gerardo Morales, incorporado desde el radicalismo en desmedro de Facundo Manes: aterriza para respaldar a un tal Berhongaray, hijo de un conocido senador que hablaba como Fernando de la Rúa.
Su rival en la coalición opositora, Maqueyra, recibirá la adhesión de otros viajeros: Patricia Bullrich, Miguel Pichetto, Horacio Rodríguez Larreta y quizás Mauricio Macri, si mantiene las formas luego de festejar su cumpleaños el 8 en su casa del sur. Y, en particular, si atraviesa la convocatoria de la cumbre del PRO, dos días antes, en una cita presencial para superar afanes y disgustos.
Reencuentro. Nadie cree que Mauricio diga entonces si será o no candidato, en su entorno juran que la indefinición lo beneficia. Hasta ahora ofrece dos caras, una agria para el intendente Larreta, otra cálida para la Bullrich. Tal vez esta anécdota sume para el entendimiento del rostro de Jano.
Hace tiempo, en una charla de hermanos, se rompió el amor filial. Algunos sostuvieron que fue una cuestión de dinero y negocios, otros aceptan que la diferencia surgió de una pregunta: ¿Para qué querés volver a ser presidente? Respuesta: quedaron pendientes reformas, también correcciones personales y se produjo un cambio en la sociedad merced a los desastres de los Fernández, Cristina y Alberto. Insistió el amigo:
—Entonces, querés volver a hacer lo mismo.
—Sí, lo mismo, con más energía y determinación. Y otra experiencia.
—Pero, ¿no entendiste que le fue mal a tu gobierno con esa propuesta, que te terminó ganando Cristina?.
A esa altura, el diálogo se había convertido en confrontación. Y para añadir carbón a la caldera, el amigo agregó: “Te equivocás, a menos que quieras hacer otra cosa y con otro elenco. ¿O pensás seguir con los mismos colaboradores?”.
—Sí, con los mismos. Han sido fieles en general.
Esa última contestación rompió las barricadas. Ambos se dejaron de ver, quizás luego Macri debe haber pensado que, si bien él había cambiado en cierto sentido, muchos de los que lo asisten aún mantienen comportamiento de manada. Supone que él puede modificar esa conducta.
Sea la razón que fuera para volver a encontrarse, lo cierto es que le endilgan a Pablo Clusellas, ex secretario de Estado, haber mediado para la frágil reconciliación entre el expresidente y Nicolás Caputo, el hermano del alma. La responsabilidad a Clusellas tiene cierta lógica: camina sin hacer sombra.
Este episodio ayuda a que más de uno especule sobre la actitud de Macri con relación a su candidatura, convencido de que gana en la interna y vacilante ante la elección general. Eso dicen. Duda sobre el alcance de su potencia, le falta turmalina, mientras se resiste a la monotonía y ambivalencias personales de Rodríguez Larreta y comulga con la Bullrich porque le cuelgan atributos masculinos que le impiden usar minifaldas. Como si fuera una condicion imprescindible para gobernar.
Debe ser porque ese tipo de carácter entusiasma frente a las carencias observadas en la Casa Rosada. Intríngulis para ella: por más testosterona que tenga, no puede levantarse contra Macri si éste decide postular. Cada noche, sin embargo, se va a dormir con otra impresión: tiene bajo la almohada la reciente fotografía que junto a su marido se sacaron con el ingeniero y Juliana Awada en Cumelén. También el comentario del ex mandatario: esta es mi foto, lo que me representa.
Click. Curiosa esta vocación fotográfica de los políticos, no por el arte de Avedon o Robert Capa, sino por retratarse como prueba de su ego, tal la intrigante porfía entre Cristina y Alberto por una instántanea con Lula. Ni que fuera la inalcanzable figurita de Messi por el álbum del Mundial. Pero sirvió para consagrar el odio de Ella con Él y la escaramuza posterior del ministro De Pedro, inaguantable por no exhibir en su escritorio un recuerdo del presidente brasileño.
Crisis total, impotencia de Alberto para echarlo –solo recurrió a su candidata a vicepresidente Victoria Tolosa Paz para mostrarle la puerta de salida– y conveniencia de Wado para no renunciar aduciendo resiliencia.
En esa pelea quedó estacionada la reunión de la Celac, el discurso pragmático de Lacalle Pou (atacó a los dictadores mientras le pedía a Maduro la aceptación de un embajador), la otra frustración de Cristina (casi nadie atendió el lawfare que ella denuncia en la Argentina), la ausencia de Maduro (estúpidamente le echó la culpa en un audio a la Bullrich, le concedió una importancia inesperada) y las propuestas a cumplir por las más de dos docenas de países que poco tienen que ver con las tendencias políticas. Ni eso se rescató.
Discreto, Massa evitó conflictos y opiniones, también asistirá a La Pampa para apoyar a la fracción oficialista –no solo viaja a la India y a China en los próximos dos meses–, se sabe insustituible para los Fernández y hoy juega a la perinola con el nombre de dos mujeres: Fernanda Raverta, si atiende los intereses de Cristina y la logia Cámpora, y Natalia De la Sota, si se preocupa por las demandas del interior peronista.
No sabe qué sector le conviene que lo acompañe en la fórmula. Debe deshojar la margarita del mundo femenino, única cantera posible de aspirantes para la vicepresidencia, sin otra condición que su propia condición. Sin tomar examen, ver currícula, experiencia o conocimiento. Avanti morocha.
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