Por Carlos Ares (*) |
Extraño los pronósticos de los ministros de Economía de antes. Los tipos hacían cuentas con una calculadora que imprimía el resultado en un rollo de papel. Caseros, bolaceros, se asomaban a la ventana, miraban el cielo, el clima, olían la puteada, intuían la bronca, te dejaban la esperanza. Tanto que en la calle se decía, “andá a saber”, “quién sabe”, “siempre se equivocan”, “por eso renuncian, o los rajan”, como ese Lorenzino que se quería ir.
Metadata, los agoreros de ahora tienen inteligencia artificial. Te observan todo. La deuda, el humor social, la canasta familiar, los precios, la inseguridad, la economía, el clima, el lenguaje, las tendencias, el empleo, la dinámica empresarial, el consumo de sustancias ilegales, la sequía, la altura del río Paraná, los juveniles que pueden llegar a Primera, los equipos que se van a ir al Descenso. No le erran una.
Hoy te observan, ponele, qué a causa de los US$ 500 millones al año para mantener Aerolíneas Argentinas que ponen los que apenas sí tienen para la Sube, más los $ 84.835 millones que se afanó la banda de la Jefa, ya te pueden asegurar que se viene otro invierno en bolas, tapando las vergüenzas con las manos. Como refugio de valor van a imprimir pagarés de deuda en papel de diario para abrigarse los pies.
Con meses, años de adelanto, te aseguran que vas a vivir como el culo, mínimo, ocho años más. Si fuera eso, hasta ahí, dos períodos de gobierno, de esfuerzo, de bancar con garantías de que vale la pena, bueno, dale, vemos, vamos. Qué le hacen dos, tres, cinco años más de sufrir al redomado, mansito, tigre ciudadano. ¿A quién le importa la vida que pasa cuando se mira desde adentro de una jaula?
Estos expertos en observar la miseria a la distancia se reúnen en las altas torres del saber. Cobran bien por medir las consecuencias sin padecer los efectos. Mínimo, hablan tres idiomas. El propio, el técnico, el del poder. Llevan los diplomas colgados de la solapa. Posgrado en mercados reducidos a puestitos de feria. Máster en tumores sindicales de Estado. Doctorado en dolores ajenos. Al final del día desenrollan sus catalejos bucaneros, escudriñan el mar de fondo, disparan un rayo de láser, calculan la extensión de la pobreza, el rebote del hambre a futuro, intercambian datos, apuntan, tiran bengalas, avisan.
En la sede Puerto Madero de la Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, los analistas del Observatorio de la Deuda Social Argentina hacen interconsultas en el bar, tomando una copa. Antes de la cena, con los auriculares colocados, los ojos cerrados, las palmas de las manos juntas, murmuran la oración que les llega en un podcast del Papa: “No escuchemos a los profetas de la desventura. No nos dejemos seducir por los cantos de sirena del populismo, que instrumentaliza las necesidades del pueblo proponiendo soluciones demasiado fáciles y apresuradas...”
Dan gracias, se confiesan, declaran algo en blanco, preguntan qué hay de postre, beben un limoncello, dejan para debatir con el café las diferencias entre pobreza e indigencia. ¿Cuál es el límite?, se preguntan. Discuten, citan frases de ocasión. Si no tenés nada, sos pobre, pero si no tenés nada de nada, sos indigente, dice uno. Definamos qué es nada, observa otro. Dudan. Piensan. No se les ocurre una idea. El vacío mental se les revela como una metáfora divina. Importan los datos, no las causas, coinciden. Baja la pobreza, aumenta la indigencia. Que después otros la cuenten como quieran.
El metaverso tira que el 50% de los pibes, hasta 14 años, son pobres. Se confirma el estigma, la marca que deja el hierro candente al nacer. La moneda con tu cara salió ceca nene, fuiste. No habrá para vos otra cosa que changas, comedores barriales, cartones, sobras, poxi, paco, pasta barata, algo para fumar. Los creyentes en que alguien, alguna vez, proveerá, se alarman. Temen que los ruegos, las misas, las bendiciones, la ropa, las monedas, la limosna, todo lo que sobra, no sean suficientes.
Observame ésta, advierte uno, de seguir como vamos no habrá reino en los cielos que alcance para todos.
(*) Periodista
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