Por Gustavo González |
La revelación no es que Cristina Kirchner no vaya a ser candidata a presidenta de la Nación. La revelación es que no va a ser candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires.
Ella no tenía dudas de que no sería presidenciable, simplemente que ahora anticipó lo que iba a comunicar en marzo.
Porque lo que había puesto en marcha en el último acto en La Plata (“Cristina Presidenta”), no era el lanzamiento de su campaña presidencial sino el lanzamiento de su campaña electoral para no ser candidata a la Presidencia.
Lo había hecho con el fin de ratificar su condición de primera electora del oficialismo y terminar presentándose, eventualmente, como candidata a senadora en el mes de marzo.Por lo menos eso es lo que entendía su círculo más íntimo.
¿Por qué ahora decidió anticipar los tiempos y, a la vez, renunciar a cualquier otra candidatura que, además, le otorgaría fueros parlamentarios?
¿Si ya sabía que el fallo iba a ser condenatorio, qué cambió para que anticipara su estrategia electoral?
Raptus o giro estratégico. Cerca suyo aparecen dos primeras respuestas.
Una viene de un funcionario que la conoce de años de compartir gobierno e intimidad, con ella y su marido: “La vi conmocionada y por momentos fuera de su eje. No hay que descartar que la haya ganado un rapto de bronca que le hizo decir lo que no pensaba decir todavía”. Algo similar sostiene un legislador oficialista, amigo personal de la vicepresidenta.
En cambio, desde su entorno político se asegura que el anuncio de que no sería candidata a algún cargo no fue un “raptus” sino algo planificado. Un giro en su estrategia electoral desde que se enteró del viaje a Lago Escondido de jueces y directivos del Grupo Clarín: “Eso cambió todo lo que teníamos previsto, porque ahí quedó expuesto el lawfare que venimos denunciando, la connivencia entre jueces y poder mediático. El cambio es que ahora ella les dice a los jueces y a Magnetto: ‘OK, no voy a tener fueros, métanme presa si les da la cara’.”
También se podría decir que hacer campaña estando efectivamente condenada no es lo mismo que hacerla como presunta culpable. Porque, ya con el fallo, ahora sí sufriría el castigo social.
No creo que sea así.
Es cierto que la lógica indicaría que los fallos judiciales condenatorios deberían funcionar como verdades inapelables, no sólo frente a la ley sino ante una sociedad que, se supone, debería repudiar a quienes resulten condenados.
Pero la crisis de credibilidad de la Justicia hace que el fallo que la condenó no sea considerado una verdad absoluta e incuestionable. Los millones que la consideran corrupta no necesitaban un fallo que lo probara. Los millones que la creen inocente no necesitan leer miles de fojas para coincidir con su líder, en que se trató de un pelotón de fusilamiento que no buscó la verdad sino la venganza.
La condena que no condena. Por eso, más allá de los efectos reales que vaya a tener este fallo en caso de ser ratificado por todas las instancias, en términos electorales la condena jurídica no llegaría a afectar ni sus votos a favor ni sus votos en contra.
Esa degradación de la credibilidad judicial es producto de un arduo trabajo al que se han abocado durante años políticos de todas las tendencias y jueces y fiscales que asumieron como propias las demandas y recompensas del poder de turno.
Cuando la vicepresidenta se queja de la relación entre política y Justicia sabe de lo que habla, porque antes, durante y después de su gobierno esa relación existió.
A veces fue un vínculo pornográfico, como con la Corte menemista integrada por socios y amigos personales del entonces Presidente. Otras, fue una exposición caricaturesca de la Justicia, a través de personajes como los tristemente célebres Trovato u Oyarbide.
¿Cuántos de los jueces de Comodoro Py podrían pasar hoy un test de independencia y rectitud ética y profesional?
La última investigación de la reconocida consultora regional Latinobarómetro indica que la desconfianza hacia la Justicia es una característica en todo el continente. El promedio de quienes confían en ella apenas llega al 25%. La mayoría desconfía profundamente de ella.
La Argentina ocupa el anteúltimo lugar entre 18 países de la región (el último es Paraguay), con un nivel de confianza que apenas alcanza al 16% de los encuestados. Según su par europeo, Eurobarometer, en el viejo continente la confianza en la Justicia se eleva al 53%.
Responsabilidad colectiva. La desconfianza no se limita a la relación impropia entre políticos y magistrados, sino a las sospechas de corrupción dentro de los tribunales y corporizadas en jueces enriquecidos de una forma inexplicable.
La mayoría de las causas contra el kirchnerismo que en los últimos años llegaron a los juzgados fueron denunciadas desde 2003 por los medios de editorial Perfil.
Que prácticamente no haya habido jueces, fiscales, medios de comunicación y políticos que durante años les prestaran atención a esos casos, ejemplifica la relación histórica entre Justicia y poderes de turno.
Habrá que agregar que durante esos años de alto crecimiento económico tampoco existió una sociedad conmocionada que exigiera explicaciones. La corrupción recién comenzaría a ser tema cuando ese crecimiento empezó a desaparecer.
Esta crisis de credibilidad de la Justicia que hace que hasta las causas más probadas sean dudosas, es responsabilidad central de jueces y políticos que lo hicieron posible. Pero también de dirigentes y sectores sociales que lo toleraron.
Nuevo escenario. El sorpresivo apartamiento de Cristina de la carrera electoral, cuatro meses antes de lo previsto, obliga a reacomodamientos anticipados tanto en el Gobierno como en la oposición.
En el oficialismo, al desaparecer temprano el fantasma de su candidatura presidencial, se vuelve la mirada sobre el actual mandatario y su ministro de Economía, si es que lograran domar la inflación. Y se inicia de nuevo el tanteo sobre algunos gobernadores que, con la candidatura latente de la vicepresidenta, no se animaban a oficializar sus intenciones. Por ejemplo, Jorge Capitanich como heredero de Cristina; o Sergio Uñac, como expresión del peronismo moderado.
La falta del fantasma Cristina corporizado en una boleta electoral también impacta sobre una oposición a la que le habría resultado más sencillo competir contra una condenada. En especial podría afectar a los halcones del macrismo y del radicalismo, que se hubieran mostrado como las contrapartidas necesarias para vencerla. Más especialmente, impactaría sobre Mauricio Macri, su espejo invertido.
Salvo que Cristina y Macri estuvieran leyendo mal las encuestas y el clima de época, ambos sabían que su rol inmediato no sería el de protagonizar una campaña presidencial sino intentar influir sobre la misma y sobre el futuro. Por eso, la única y gran revelación de la semana es que el escenario de marzo 2023 se anticipó a este diciembre 2022 y que la vicepresidenta tampoco será candidata a senadora.
Sin los expresidentes compitiendo, queda la duda de qué candidatos captarán el interés del electorado agrietado de uno y otro lado y cuál será su suerte: Patricia Bullrich contra Rodríguez Larreta, Alfredo Cornejo contra Facundo Manes o Gerardo Morales y un cristinista contra un peronista moderado.
Queda saber, además, si la falta de los mayores representantes de la polarización como son Cristina y Macri, deja a Javier Milei como el consignatario más eficiente de los argentinos quebrados que atraviesan las distintas ideologías y sectores socioeconómicos.
Pero la gran incógnita sigue siendo la misma.
Si ya existe una amplia mayoría transgrieta que coincida en la búsqueda de acuerdos de previsibilidad y confianza.
Y que despida a la grieta con el profundo deseo de que descanse en paz y para siempre.
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