Por Pablo Mendelevich |
Ese viernes, indignadísimo, José Ignacio Rucci, el líder de la CGT que nueve meses después sería asesinado por Montoneros, quería alquilar un avión para irse a Asunción a hacerle un planteo cara a cara a Perón.
Tras haber pasado 28 días en la casa de la calle Gaspar Campos, Perón había volado a Paraguay a visitar a su amigo Alfredo Stroessner, pero antes de dejar suelo argentino (al que recién retornaría medio año más tarde, el día de la masacre de Ezeiza) dejó caer la noticia neutrónica.
Le ordenó a Juan Manuel Abal Medina que le informara al peronista conservador Héctor Cámpora que él era el candidato a presidente para marzo de 1973. Lo que llevaba implícita la notificación a Antonio Cafiero y a Jorge Taiana de que ambos habían quedado descartados. Como todo el sindicalismo peronista, Rucci esperaba que el elegido fuera Cafiero. “Ahora se pudre todo”, dicen que exclamó el gremialista al enterarse de la decisión del líder indiscutido.
El jueves pasado se cumplieron cincuenta años de la nominación vertical de Cámpora por parte del líder que, al cabo de 49 días de gobierno, también fue quien lo defenestró. El cincuentenario les pasó inadvertido al peronismo y, quizás esto sea más curioso aún, a La Cámpora, que como está a la vista lo recuerda como nadie. De haberse conmemorado la fecha, seguramente se habría recordado el congreso partidario del subsuelo del Hotel Crillon, a una cuadra del Círculo Militar, donde se votó la candidatura de Cámpora en cumplimiento de la orden irrevocable del general, quien estaba impedido por Lanusse de presentarse.
Abal Medina, el intermediario, da su versión de aquellos sucesos en Conocer a Perón, el atrapante libro de memorias que acaba de publicar. Tal vez los líderes de “la orga” kirchnerista todavía no tuvieron tiempo de leerlo, sumergidos como están en imaginar el futuro después de que la líder sacudió al peronismo, más o menos como Perón hace 50 años, con una decisión disruptiva, la de su autoproscripción como candidata.
El apego del peronismo a producir reelaboraciones de su propia historia, a remixar, repone ahora la vieja discusión sobre la capacidad de los líderes de transferir votos, discusión que a decir verdad no fue inventada con aquel fallido plan de “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Roca, quien dirigió la política argentina durante más de tres décadas, la primera vez que dejó la Casa Rosada puso como sucesor a Juárez Celman, su concuñado, y no se podría decir que fue un éxito. Al caer en 1890, Juárez Celman interrumpió 30 años de orden sucesorio.
El siguiente líder de época, Yrigoyen, lo impulsó a Alvear. Después volvió él. Pos-Perón, un Menem nada entusiasta en 1999 con la candidatura del compañero Duhalde creó un modelo singular de extinción política a partir del triunfo-derrota de 2003 contra Kirchner, momento en el que el menemismo se desintegró. El riojano se refugió en el Senado con fueros para ahuyentar las persecuciones penales durante 15 años, más tiempo del que dominó la política argentina. En 15 años el senador casi ni pidió la palabra.
Vendrían los Kirchner con la original abdicación de 2007 y, tras la viudez, con la consagración del liderazgo de Cristina Kirchner, que hoy, transcurridos 12 años, está bajo replanteo con fuerte aroma a fin de ciclo. Ella rehúsa, precisamente, el camino de aquel Menem tan bien protegido como marchitado. Y difícilmente le sirvan para inspirarse los modelos de perduración de Roca, Yrigoyen y Perón.
Es que la historia mete flashbacks, no se repite tal como fue. Nunca había habido una fórmula invertida como la de 2019, experimento certero desde el punto de vista electoral que si también hubiera sido eficaz en la acción de gobierno (¿era posible?) quién sabe de qué estaríamos hablando hoy. Antes, sin ir más lejos, nunca habíamos tenido actos como el de la semana pasada detrás de la Casa Rosada, en un parque. El festejo de un presidente por sus tres primeros años de exitoso gobierno, al que no asistieron sus dos ministros principales, el de Interior y el de Economía, mucho menos la vicepresidenta, ni La Cámpora, ni los gobernadores (salvo uno), tampoco las masas peronistas.
Tampoco tuvimos antes un líder opositor como Macri, que carga baterías en la FIFA, a 13.000 kilómetros, y no sabe si quiere ser el gran elegido o el gran elector, quizás porque percibe que carece de potencia para ser las dos cosas, un líder de época que si quiere volver, vuelve.
Así las cosas, lo que está por verse no es otra cosa que el método de selección del próximo presidente. ¿De qué dinámica surgirá? ¿Alguien lo impondrá como candidato? ¿Debe esperarse, tal vez, una ordenada compulsa democrática, las tan tironeadas PASO, de escasos antecedentes efectivos en la trascendente misión que la ley les asigna?
Experiencia metodológica no falta. En todo caso la duda es cuánto se aprendió de ella.
© La Nación
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