Borges consideraba con malicia que Horacio Quiroga era una superstición uruguaya y que escribía mal lo que Kipling ya había escrito bien. Sin embargo, el autor de Historia universal de la infamia solía ser más benigno con otros narradores populares, que aunque practicaban una prosa desprolija o irregular eran capaces de crear escenas vívidas y relatos que se nos quedaban esculpidos para siempre en la memoria. Varias generaciones de alumnos argentinos nos encontramos en la escuela precisamente con uno de esos textos iniciáticos e imborrables: El almohadón de plumas, aquella siniestra historia que comenzaba con una frase literariamente afortunada: “Su luna de miel fue un largo escalofrío”.
Trataba, recordarán todos, de una joven esposa que en un caserón ceniciento y otoñal comienza a sentirse cada vez más débil, guarda cama y “se va extinguiendo en su delirio de anemia” hasta que finalmente muere. Es entonces cuando una sirvienta descubre dentro de su enorme almohadón un animal monstruoso y henchido –”un parásito de las aves”–, que noche a noche había succionado subrepticiamente la sangre de la bella.
El cuento fantástico vuelve terrenal el viejo tema del vampirismo, y sirve como alegoría sobre las criaturas humanas de todos los lugares y todos los tiempos que solo subsisten porque se alimentan de los demás, hasta que los dejan exangües y acaban con ellos. El vampiro mítico de todas las tradiciones –desde el folklore de la Antigua Grecia y la Edad Media hasta sus versiones ficcionales más contemporáneas– acompaña esa metáfora de la vida, pero perfecciona su perversión, puesto que no solo se sirve de su víctima, y la hace languidecer hasta la agonía y la muerte, sino que luego la transforma en una esclava y a la vez en un ser construido a imagen y semejanza que ahora también necesita “infectar” a los demás y servirse de sus fuerzas y fluidos para sobrevivir. El vampirismo como epidemia, psicología y cultura ha servido para muchos ensayos y novelas, y lo traigo a colación porque también explica el fondo del drama argentino.
Sostenida en el tiempo y en su férrea voluntad feudal de colonización, basada en las diferentes formas de la rapiña (impuestos salvajes, por ejemplo, a los sectores productivos y a las clases medias); basada en el insumo del resentimiento, en el uso discrecional del Estado y en el desarrollo de un clientelismo incesante, la infección populista avanza, penetra las mentes y va creando votos cautivos, una clase social parasitaria y un ejército cada vez más numeroso de chupasangres que vive en una realidad confortable y paralela. Cuando estas sanguijuelas perciben que sus jefes pueden perder el comando del castillo y que, por lo tanto, la alimentación corre serio riesgo se revuelven entonces furiosas, y a una mínima orden del vampiro mayor corren presurosas en su auxilio y se declaran en estado de resistencia. Funcionarios, empleados, burócratas, becados, artistas de variedades, sindicalistas multimillonarios, piqueteros de doble vida, menesterosos y hasta empresarios enviciados por el subsidio eterno intuyen que está en riesgo su modus vivendi y muestran sus colmillos afilados. No hay argumento racional que puedan aceptar, puesto que cuando el apetito es voraz no hay discusión posible; el terreno se vuelve entonces fértil para instalar en esa comunidad cualquier coartada, por más boba e inconsistente que sea. La idea, por ejemplo, de que un tribunal no puede sentenciar a un “dirigente popular” sin “atentar contra la democracia” (sic) es risible para cualquiera con dos dedos de frente, menos para los vampiros. Los gobernadores peronistas articularon, en su declaración, ese verdadero insulto a la inteligencia; en todo caso, una admisión involuntaria de que constituyen una oligarquía privilegiada e intocable.
Se ha puesto en marcha una descomunal batalla por el sentido, y una vez más la oposición parece ausente sin aviso del debate. Desde hace ya mucho tiempo la llamada “izquierda peronista” ha resultado muy eficaz para edificar mentiras coyunturales y falacias históricas. Conocido el fallo de Vialidad, lo primero que hizo fue conseguir la inmediata adhesión de los vampiros locales, que todos los días promueven una solicitada y se muestran dispuestos a paralizar el Estado u ocupar las calles. Luego logró que el Grupo Puebla viniera a darles una mano de pintura. Dentro de esa Internacional del Chavismo Caviar hay varios filibusteros de la falsa progresía iberoamericana, pero está también José Mujica, un hombre honesto que terminará en los hechos justificando el enriquecimiento ilícito de Lázaro Báez. Qué triste malentendido, qué vergüenza. La mala fe de esa banda de vampiros con jaquet, donde hay lobistas de contratos astronómicos, es directamente proporcional a la necesidad imperiosa que el kirchnerismo tiene de sellar la consigna del momento. Resulta evidente que el lema “Corrupción o justicia” no puede quedar en pie, por lo que ahora Cristina Kirchner propone “Mafia o democracia”, sin abandonar por supuesto el relato de que el “partido judicial” reemplaza al “partido militar” de antaño, y que ahora la “derecha” no dispara con balas de plomo sino con sentencias apócrifas. Ronda en el oficialismo el pánico de que la sociedad vincule este juicio oral con aquel juicio a los comandantes de la dictadura, y este vibrante alegato del fiscal Luciani con aquella célebre pieza oratoria el fiscal Strassera. El paralelismo es claro y directo: entonces estaban sentados en el banquillo de los acusados los capitostes del “partido militar” por sus aberraciones y hoy están los cabecillas del “partido populista” por su megacorrupción de Estado. El “partido militar” y el “partido populista” son las dos fuerzas que más se alternaron en las poltronas de la Casa Rosada durante los últimos setenta años; el primero felizmente feneció, pero el segundo creció y se convirtió en el mismísimo statu quo: después de tantas gestiones, tantos beneficios para el capitalismo de amigos, tantas dádivas, tanto empleo público para ñoquis y militantes, tanta ocupación territorial y tanta vampirización planificada, su poder resulta hoy ilimitado. El peronismo se convirtió hace rato en lo que combatía: es ahora el extorsivo poder permanente, que además coordina las mafias de adentro y de afuera, porque tiene vocación por los negociados oscuros, los lúmpenes, los cuentapropistas de la truchada y la violencia, los punteros del narco y los barrabravas del fútbol. Se puede gobernar la Argentina sin Magnetto, pero difícilmente se pueda sin Moyano. Que ya chantajea públicamente al próximo y eventual gobierno no peronista con “ponerse el casco” (sic) y trabarle la gobernanza; los vampiros interiores, aquellos que permanecerán en sus múltiples nidos y recovecos estatales, saben también que retornarán a la micromilitancia y al boicot en cuando los “intrusos” pretendan ingresar al fétido castillo y abrir las ventanas. Sucedió y volverá a suceder. Por eso la oposición republicana no solo deberá ser capaz de poner en práctica un delicado y efectivo programa de estabilización económica: tendrá a su vez que profundizar su voluntad y conocimiento en la lucha contra las mafias. Que de nuevo la estarán esperando y que le prometen una luna de miel tan cordial como “un largo escalofrío”. El slogan cristinista “Mafia o democracia” resulta, por todo esto, una proyección del inconsciente y una broma macabra. Los que han convertido al Estado en un botín, y desde su plataforma han atraído y administrado las diversas corporaciones mafiosas, son exactamente los mismos que durante veinte años han desplegado infinitas tácticas para cargarse la democracia. Refugiarse en ese sistema noble, que secretamente consideran anacrónico, y fingir con histrionismo dramático su combate contra los grupos gansteriles que ellos mismos generan, solo puede ser creído por las criaturas sedientas de mentira, succión y saqueo que han prohijado. Esos ávidos chupasangres que no pueden salir a la vida real, porque allí el sol de la realidad los reduciría a cenizas.
© La Nación
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