Por Fernando Laborda
La rectificación que Cristina Kirchner efectuó, durante su reciente reaparición pública en Avellaneda, respecto de su anuncio de que no será candidata a nada en las próximas elecciones da cuenta de que, en su cabeza, existen dos posibles escenarios. El de mínima la mantendría en el papel de líder del peronismo y potencial gran electora del candidato presidencial de la coalición oficialista. El de máxima pasaría por postularse una vez más a la jefatura del Estado, operativo clamor mediante.
Aunque el porcentaje de probabilidades de que este último escenario se concrete es menor, resulta lógico que la vicepresidenta no lo descarte abiertamente. Una razón es que la generación de misterio podría elevar los niveles de confusión en la principal fuerza opositora hasta último momento. Muchas veces se sostuvo en el macrismo que si Cristina Kirchner era la candidata presidencial del oficialismo en 2023, debía ser Mauricio Macri quien la enfrentase. En el kirchnerismo, no son pocos los dirigentes a quienes les agradaría que Macri sea el postulante presidencial de Juntos por el Cambio por sus aparentes debilidades intrínsecas, derivadas de su paso por el gobierno y de que tendría el techo electoral más bajo entre las principales figuras presidenciales de su sector político.
La lentitud y las dudas de los gobernadores peronistas para avanzar en el diseño de alternativas de poder de cara a las próximas elecciones presidenciales no hace más que volver a situar a la vicepresidenta de la Nación en el centro del escenario político-electoral. A tal punto que un conocido líder empresarial pronosticó: “Si nadie se mueve, Cristina renace”.
El nuevo relato que planteó Cristina Kirchner, durante la inauguración del polideportivo Diego Armando Maradona, puede sintetizarse en una frase: “No hay renunciamiento ni autoexclusión; hay proscripción”. Según su propio guion, la proscripción le ha sido impuesta por el “partido judicial”, como despectivamente denomina a la Justicia, y comenzó a pergeñarse el 9 de diciembre de 2015, en vísperas de la asunción presidencial de Macri, cuando la militancia kirchnerista comenzó a entonar el estribillo “Volveremos, volveremos”.
Como parte de ese relato, la vicepresidenta también sugirió que no sería casual que el próximo 9 de marzo sea la fecha elegida para que los miembros del Tribunal Oral Federal N° 2 den a conocer los fundamentos de la sentencia por la cual la condenaron en la causa Vialidad a seis años de prisión e inhabilitación especial perpetua para ocupar cargos públicos. Recordó que un 9 de marzo, pero de 1956, se publicó en el Boletín Oficial el decreto ley 4161, mediante el cual el gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu decretó la prohibición de mencionar los nombres de Juan Domingo Perón y Eva Duarte de Perón, al igual que cualquier referencia a la ideología peronista.
Es claro que detrás de ese mensaje cristinista hay un intento de victimización por parte de la expresidenta de la Nación. La condena que se le impuso por administración fraudulenta no está firme y podrá ser apelada por sus abogados defensores, por lo cual no le impediría postularse a cualquier cargo electivo en los próximos comicios. Sin embargo, ella insiste en que está proscripta.
La vicepresidenta intenta así pasar a ejercer un rol similar al que ocupó Perón cuando estaba efectivamente proscripto, y quienquiera que sea, en adelante, el candidato presidencial del peronismo no debería aspirar, según ella, a desempeñar un papel muy distinto al de un Héctor Cámpora o al de un Alberto Fernández, supeditado a una suerte de liderazgo moral que encarnaría la propia Cristina Kirchner.
El interrogante es qué porción del electorado en general y de los propios votantes peronistas en particular podría avalar una jugada semejante, a la luz de su probado fracaso tras la asunción de quienes hoy gobiernan la Argentina.
Las diferencias entre la vicepresidenta y el primer mandatario volvieron a manifestarse durante el acto público de Avellaneda. Cristina Kirchner calificó a un sector del oficialismo como “la agrupación amague y recule”, en lo que se interpretó como una forma de referirse al giro de Alberto Fernández frente al fallo de la Corte Suprema de Justicia que dispuso la devolución a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de los fondos que se le extrajeron en septiembre de 2020 para transferírselos al distrito bonaerense.
En este caso, la vicepresidenta obvió que quien firmó la decisión administrativa de hacer frente al pago al gobierno porteño con bonos fue alguien de su propio riñón político, como el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro. De todos modos, se tornó evidente que a Cristina Kirchner le gustaría una mayor firmeza del Gobierno para enfrentar al máximo tribunal de la Nación.
La expresidenta también describió a la ciudad de Buenos Aires como un lugar donde reina la abundancia y proliferan los servicios públicos. En igual sintonía, Alberto Fernández sostuvo que los porteños se preocupan por los subtes mientras que en provincias como Formosa la preocupación pasa por tener agua potable.
Si bien intentó ser un cuestionamiento a quienes gobiernan la Capital Federal, terminó siendo una vergonzosa confesión acerca de la ineficiencia de los gobiernos peronistas que administran esa provincia norteña desde hace casi cuarenta años.
© La Nación
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