Raúl Alfonsín durante su discurso en el Congreso, al asumir como Presidente de la Nación, inaugurando la restauración democrática argentina. |
Por Hugo Martin
El 10 de diciembre de 1983, Raúl Ricardo Alfonsín se levantó temprano. Era, por costumbre, un hombre madrugador. Se asomó desde la ventana de la suite que ocupaba en el hotel Panamericano y miró hacia la avenida 9 de julio, donde la fiesta por la vuelta de la Democracia no se había tomado descanso. Eran muchos los que llegaban a Plaza de Mayo, a la plaza de los Dos Congresos y a lo largo de la Avenida de Mayo para conseguir una ubicación privilegiada después de una noche de vigilia. Él, en cambio, había dormido bien. Desayunó liviano -”no recuerdo si tomé un café o un té”, dijo en una entrevista en 2005- y se vistió para comenzar la mañana que la vida de los argentinos cambió para siempre.
“Estaba muy emocionado, muy sensible. ¡Los políticos no somos de piedra, tampoco! Y era muy optimista, pero la situación me demostró que era muy difícil”, contó aquella vez. “Pero no fue por un momento en especial. Fue la asunción, toda, desde el principio hasta el final. Primero, el juramento ante la Asamblea del Congreso. Recuerdo mucho también el paseo por la avenida de Mayo, impresionante ver las caras de los que se agolpaban en la calle. Pero sin dudas, lo más maravilloso fue el acto del Cabildo, porque pusimos al revés la plaza. Había un colorido extraordinario. Estaba el pueblo…”.
La llegada al poder
Después de la derrota en la guerra de Malvinas el 14 de junio de 1982, Leopoldo Fortunato Galtieri fue desplazado. La nueva junta militar, que integraban Cristino Nicolaides, Rubén Franco y Augusto Hughes decidió que el presidente hacia la inevitable transición a la democracia fuera un general retirado, Reynaldo Benito Bignone, que negociara la posibilidad de que fueran las propias Fuerzas Armadas quienes juzgaran a sus pares por las graves violaciones a los derechos humanos. El plan original era que el ganador de las elecciones, que se celebrarían a finales de 1983, asumiera el 25 de mayo de 1984. Sin embargo, la debacle moral y económica del régimen militar -con un 20% de inflación mensual, la paralización de la economía, una deuda externa de 45.000 millones de pesos y exiguas reservas- hizo que esa idea se hiciera añicos y planearan la entrega mucho antes. El 12 de octubre se firmó el decreto 22.847 que convocó a elecciones el 30 de octubre de 1983 y el traspaso de mando el 30 de enero del año siguiente.
Pero lo que sucedió en las elecciones no estaba en los planes de la mayoría. Raúl Alfonsín, el hijo de Serafín y Ana María, el abogado de Chascomús, el esposo de María Lorenza y el padre de seis hijos, comenzó a recorrer de punta a punta el país. Llevaba la Constitución en la mano y una promesa de bienestar que resumía en el Preámbulo de nuestra Carta Magna con que terminaba cada acto. “No hubo reuniones ni publicistas para incluir el preámbulo en los discursos. Simplemente se me ocurrió a mí”, contaba.
El 30 de octubre, el candidato de la Unión Cívica Radical obtuvo la victoria en primera vuelta, con el 51.75% de los votos sobre el candidato justicialista, Ítalo Lúder, que alcanzó el 40.16% de los sufragios. Por su parte, el peronismo ganó 12 provincias, y el radicalismo, 8.
La contundencia del triunfo radical hizo que todo se precipitara. Los militares, urgidos, sancionaron la Ley de Autoamnistía. Pero Alfonsín, que desde un inicio se negó a cualquier acuerdo que jaqueara su idea de juzgar las violaciones a los derechos humanos, insistió, y logró, que la entrega del mando se anticipara por segunda vez. La junta militar, y Bignone, acorralados por su decisión y el formidable apoyo que tenía el presidente electo por esos días, firmaron un nuevo decreto, el 22.972, que estableció una nueva fecha.
Alfonsín, que había sido uno de los fundadores de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos el 18 de diciembre de 1975, aprovechó para fijar, él, la nueva fecha: sería el 10 de diciembre. La elección tuvo un fuerte contenido simbólico, desde 1948, se celebra el Día Universal por los Derechos Humanos, una decisión de las incipientes Naciones Unidas para el “Nunca más” universal luego de las vejaciones y los campos de exterminio de los nazis. El 5 de diciembre, la Junta Militar fue disuelta.
El día de la Democracia
Alfonsín decidió que su búnker de campaña sería el hotel Panamericano. Allí el 23 de noviembre de 1983, recibió una visita muy especial, la de las Madres de Plaza de Mayo, que llegaron con Hebe de Bonafini a la cabeza. Por eso mismo llamó la atención que no recibiera a otra figura que pidió ser recibido por él como el escritor Julio Cortázar, que por esos días había arribado a Buenos Aires desde París para los festejos de la instauración democrática.
Desde allí, el hombre que había cumplido sus 56 años en marzo de ese año partió rumbo al Congreso de la Nación, donde arribó a las 7.45 de la mañana. Apenas días antes, con las sesiones preliminares de los diputados y senadores electos, el Congreso había despejado las telarañas que habían crecido en sus escaños durante los pasados siete años. Raúl Alfonsín, junto a su vicepresidente, el cordobés Víctor Martínez, se dispuso a dar su discurso inicial, que duró 60 minutos.
El primer paso del acto lo dieron los ex presidentes democráticos vivos, invitados especiales a la fiesta: Arturo Frondizi e Isabel Martínez de Perón izaron la bandera nacional. A las 8.30, Alfonsín comenzó su discurso. Tenía preparadas 74 páginas ordenadas prolijamente dentro de una carpeta. Leyó apenas 28. El resto fue al cuaderno de sesiones. Pero lo primero que hizo fue quejarse: le habían puesto un vaso de soda en vez de agua, como pretendía. Desde detrás de sus anteojos, dijo: “hoy ha terminado la inmoralidad pública. Vamos a hacer un gobierno decente. Ayer pudo existir un país desesperanzado, lúgubre y descreído: hoy convocamos a los argentinos, no solamente en nombre de la legitimidad de origen del gobierno democrático, sino también del sentimiento ético que sostiene a esa legitimidad”.
“El pasaje a la libertad requiere una creciente comprensión de los ciudadanos sobre la importancia de cada uno de los actos que influyen sobre el conjunto social. Las libertades concretas implican libertades sociales, acceso a la educación, posibilidad de justicia igualitaria, derecho a la salud, resguardo de su intimidad y también, por supuesto, derecho al orden que el gobierno democrático garantizará con los medios que las leyes ponen en sus manos”.
A las 9.10 se entonó el Himno Nacional. Y el senador Edison Otero dio por concluido el acto. Ya presidente por los próximos seis años, Alfonsín salió del recinto acompañado por su esposa, María Lorenza Barreneche. Juntos abordaron el Cadillac descapotable y tomaron por Avenida de Mayo en contramano y custodiado por la fanfarria de los Granaderos a Caballo. A lo largo del trayecto hacia el Cabildo, que la pareja presidencial hizo casi siempre de pie, miles de personas y una nube de papelitos hizo épica la marcha. En el trayecto, contó Alfonsín aquel 2005 en charla con quien escribe estas líneas, pensaba “en no fallarle a toda esa gente. Hice todo lo que pude, pero la crisis me dijo que no a las soluciones que pensé para el pueblo argentino”.
A las 10.00 llegaron a la Plaza de Mayo, y 20 minutos después, por el desborde de la gente, pudieron arribar a la explanada de la Casa Rosada. Allí, a las 11.00 se produjo el traspaso de mando. Reynaldo Bignone le entregó los atributos. El hombre de los afiches con las manos entrelazadas daba paso a un presidente con banda y un bastón creado por el orfebre Juan Carlos Pallarols en madera de urunday, con una flor con 24 cardos y tres pimpollos en representación de las islas del Atlántico Sur. Luego le tomó juramento a su primer gabinete. En este orden, junto al escribano Echegaray, recibió a Antonio Tróccoli (Interior), Bernardo Grinspun (Economía), Dante Caputo (Relaciones Exteriores), Roque Carranza (Obras y Servicios Públicos), Raúl Borrás (Defensa), Antonio Mucci (Trabajo), Aldo Neri (Salud y Acción Social) y Carlos Alconada Aramburú (Educación). El “aplausómetro” indicó que el gran ovacionado fue Mucci, quien debería bregar con el sindicalismo. Al final del mandato, el líder de la CGT, Saúl Ubaldini, llevó la cuenta de los paros contra Alfonsín a 13.
En Plaza de Mayo, una multitud aguardaba la palabra del flamante mandatario. Ya el sol se hacía sentir y la gente se apiñaba. El hit favorito, al compás de los bombos de la Juventud Radical -toda una novedad en el añejo partido-, era “Y siga siga siga el baile, al compás del tamboril, volvimos a ser gobierno, de la mano de Alfonsín”. No había certeza si Alfonsín iba a hablar… ni desde donde. Finalmente, se supo. Y sorprendió.
La decisión de usar el Cabildo como tribuna y no la Casa Rosada fue tomada por dos motivos. El último que había usado los balcones de la Casa de Gobierno había sido Leopoldo Galtieri durante la guerra de Malvinas, una imagen que, desde luego, no deseaba asociar con su incipiente mandato. Por otra parte, el “balcón de la Plaza” había sido desde 1945 patrimonio del peronismo, y también quería comenzar con una impronta propia.
Fue un discurso breve, improvisado, de apenas 7 minutos, que culminó con el recitado del Preámbulo de la Constitución. Pero antes, dijo: “Compatriotas, iniciamos una etapa que sin duda será difícil, porque tenemos todos la enorme responsabilidad de asegurar hoy, y para los tiempos futuros, la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina”.
El protocolo indicó, luego, el besamanos del Palacio San Martín con los visitantes y diplomáticos extranjeros. Hubo siete mandatarios latinoamericanos. Entre quienes dijeron presentes estuvieron el español Felipe González; el entonces vicepresidente de los Estados Unidos, George Bush (padre); el premier francés Pierre Mauroy; el de Italia, Bettino Craxi; y los vecinos: el presidente peruano Fernando Belaúnde Terry, el de Nicaragua, Daniel Ortega y el de Bolivia, Hernán Siles Suazo, que recibió la deferencia de ser el primero en tener una reunión bilateral con Alfonsín.
Por la noche tuvo lugar la Gala en el Teatro Colón. A pesar que la jornada ya se hacía sentir en los rostros, Alfonsín y María Lorenza pudieron disfrutar de la música de Astor Piazzolla y Alberto Ginastera. En el final, la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires ejecutó el Himno a la Alegría.
Comenzaba un período de esperanza. Seis años después, Alfonsín anticipaba su salida del gobierno con unas palabras amargas: “No pude, no supe, no quise”. Pero por más que los gobiernos pasen y las soluciones de fondo esquiven a nuestro país, aquel 10 de diciembre marcó una certeza indeleble: que nuestro sistema de vida se trata de esto, que la gente elija una y otra vez su gobierno. Lo sintetizó Alfonsín en 2005, 18 años después, al recordar aquella jornada: “Fue muy lindo aquel día, sí… Se reinstauró la Democracia”.
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