Por Roberto García |
Si el domingo Lula se consagra en Brasil, habrá fiesta doble. En Olivos y en la Recoleta, cada barrio por su cuenta. Alberto en un lado, Cristina en otro. La vice utilizará el caso del triunfante paulista para justificar su propia vía crucis judicial, el maldito lawfare, la persecución de esos fiscales y jueces desalmados que la investigan por fortunas desmedidas o la utilización de aviones oficiales que trasladaban mesitas de luz para sus hoteles.
Y el Presidente, luego de últimos y agrios desasosiegos, saltará de alegría recordando su visita a la cárcel de Curitiba, en aquella muestra de solidaridad —y proselitismo, ya que entonces se postulaba en la Argentina— con un hombre que pasó 19 meses preso y estaba condenado a 12 años (recordar que salió del presidio por una cuestión procesal, no por inocencia de corrupción). Por lo menos, alguna palabra de aliento en momentos que casi todo el mundo lo esquiva.
Queda un tercero en la eventual celebración, el mimetizado embajador Daniel Scioli, quien también festejará con Lula en el caso de que gane en la primera vuelta u obtenga una diferencia cómoda para la segunda y, si resulta al revés, también lo hará con Bolsonaro: con ambos comulga, se abraza y sonríe, fascinante su destreza amistosa y habilidad camaleónica.
Alberto ya dio el primer paso y empapeló el centro de la ciudad con unos carteles que exhiben a Néstor Kirchner susurrando al oído de Lula, advirtiendo en la leyenda que los opositores están nerviosos frente a la victoria del brasileño. Como si los que fueran a votar el domingo sean argentinos. Se sube al carro romano antes de que lo inviten, supone que compró un ticket con anticipación y le corresponde un premio gracias a su amigo chileno Ominami que gestionó la entrevista tras las rejas.
A su vez, Cristina también se nutre de su finado esposo para el inventario personal, en un regreso al pasado: cerca del fin de su mandato, Néstor hilvanó un vínculo interesante con Lula, también con el generoso Chávez que repartía plata, imaginando un faro tripartito de iluminación populista e iberoamericana. Algo lenta esa proyección: durante buena parte de su período, el sureño detestaba ir a las reuniones con mandatarios vecinos, las consideraba una inutilidad, lastimosa pérdida de tiempo, y solía enviar por razones de protocolo a su vice Scioli como representante (al que luego ni siquiera le preguntaba cuáles eran los temas que habían tratado). Después cambió, ciertos acuerdos con Venezuela lo tentaron hacia la triangulación revolucionaria y socialista, se distanciaba del imperio.
Hoy esa dirección política aparece confusa, inclusive por razones externas: un amable Biden conversa con Lula, negocia, reivindica un eje clave en el Atlántico como socios, tradicional en la política exterior proclamada por un republicano como Kissinger. Mientras Bolsonaro respalda a Putin y éste lo semeja en su propio espejo. Mundo raro, se sospechaba que los Estados Unidos —al menos por la interpretación local del kirchnerismo— desean que se mantenga el ex militar en el cargo.
Tampoco nadie cree que haya un marxismo tardío en el ex Presidente Fernando Henrique Cardoso cuando decide asociarse con Lula y que éste, al mismo tiempo, lleve como segundo a un personaje de la derecha como Geraldo Alckmin y deje trascender que el neoliberal Henrique Meirelles podría ser su ministro de Economía. Igual que Massa, besando al FMI para salvarse, transigiendo en lugar de pelear con Washington, integrándose a una cofradía inspirada en el Perón de 1952, cuando acordó con la Standard Oil, igual que ahora lo hace el gobierno de los Fernández luego de las visitas a Houston.
Esta línea USA-Brasil-Argentina no es la que ven los turiferarios del “núcleo duro” de Cristina, más bien imaginan un curso opuesto, diferente. Por lo menos, en el relato. Confían, además, en que Lula de inmediato visite a la Argentina si mañana liquida su pleito electoral o en la transición a una segunda vuelta: le vendría bien a su jefa, piensan, en servirse del antecedente jurídico del brasileño que —sueñan— tal vez modifica un posible fallo en contra de la viuda, en que se borre la sentencia que ella dijo “ya está escrita”.
Insisten en que los procesos en tribunales son más políticos que jurídicos, por lo tanto, acontecimientos de esa índole revierten conductas o decisiones. Y que sirvan, por ejemplo, para bombardear a la Corte Suprema, responsable según ellos de los dolores de cabeza que padece Cristina por su indulgencia ante el controversial legado del marido, esa obra pública tan desarrollada por un empleado bancario llamado Báez. Notable contradicción cristinista: detrás de la multimillonaria de Báez, no hay nada; detrás de los desgraciados “copitos”, sin embargo, juran que hay una conspiración internacional, un complot sofisticado.
No está solo el oficialismo en su aversión a la Justicia. Se apropian de un consejo del ex jefe de Estado de España, el socialista Felipe González, a quien Cristina supo estimar, y que sufrió “lawfare” presunto por haber creado una fuerza de choque paramilitar. Por esa dura experiencia tribunalicia, a varios políticos argentinos les advirtió de que “no dejaran que la política sea judicializada”. Como le ocurrió penar a él con un tema de su absoluta responsabilidad. Son varios los testigos reconocidos por esa advertencia que, en rigor, plantea la conveniencia de que el Poder Judicial no le imponga condiciones a los servidores de la política. Ni siquiera tal vez por medio de la Constitución, ya que el poder electivo del pueblo es superior a los nombramientos de cualquier funcionario judicial. Como se dice últimamente, debe existir impunidad a quien fue elegido por una mayoría.
Además de salvar la penuria personal de Cristina en la Justicia, sus seguidores apelan a otra novedad con el posible visitante: el impacto regional de su viaje le renovaría a la Vicepresidente una consideración publica perdida, ya que hoy ese aspecto se encuentra peor que los bonos locales en el mercado. Difícil resultado para el empuje del socio vecino: no solo por acercarse y declarar a favor, Lula hace milagros. Aun cuando gane el domingo.
Aparte de este conflicto de intereses personales, otro fenómeno se advierte en el mundo empresario y político, una inquietud creciente por la relación con Brasil, generando seminarios, encuentros, audiencias. Sea por la discusión de una moneda única —en realidad, algo más modesto, un sistema de pagos común—, la flexibilidad y mutua observación de las fronteras ante determinados peligros (la droga, por ejemplo), condiciones para el otorgamiento de un swap (no alcanzado en tiempos de Scioli) o el intercambio comercial entre ambas naciones (el vecino se ha retrasado en forma evidente en sus exportaciones a la Argentina, se dejó arrebatar altos porcentajes por China). Tarea para economistas de los dos lados, entre otros especialistas, sin distinguir lideres, tendencias o crisis judiciales. No se sabe si Lula podría mejorar esta etapa, aunque se torna más razonable ese aporte que la intervención a favor de que un sector político controle y domine hasta el mismo Derecho.
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