Por Sergio Suppo
Ocurrió hace diez días en el Coloquio Anual de la Unión Industrial de Córdoba, uno de los foros empresariales más importantes del interior del país. Subió al escenario el secretario de Industria, Ignacio de Mendiguren, y expuso sobre la situación de la producción. Dio un amplio detalle, mencionó datos, cifras, citó la evolución de distintos sectores.
El público, más de 600 empresarios del centro de la Argentina, apenas le prestó atención al enviado del ministro Sergio Massa. Pocos, luego del mensaje, podían decir de qué había hablado De Mendiguren. El secretario de Industria fue víctima del desinterés y las escasas expectativas que provoca la administración de Alberto Fernández. Aunque el auditorio era por naturaleza hostil, tampoco se molestó en escuchar para luego criticarlo.
Cuando faltan diez meses para las PASO, los industriales, al igual que otros muchos sectores de la Argentina, esperan con ansiedad ver qué propondrán los candidatos a suceder a la fallida versión del peronismo reunificado detrás del liderazgo kirchnerista.
Del otro lado de la grieta, las señales que deja escapar la oposición no pueden ser más confusas. Descontada la natural competencia por quedarse con la candidatura presidencial, en Juntos por el Cambio sus protagonistas no paran de mostrar contradicciones y torpezas.
Todos saben que se oponen al kirchnerismo y hay casos en los que esa posición es casi un fin en sí mismo, con prescindencia de los argumentos propios imprescindibles para sostener cualquier proyecto político de poder. Para muchos es más cómodo ser lo contrario del kirchnerismo como punto de llegada, no como punto de partida.
Las posiciones son tan conocidas como diferentes entre sí. Mauricio Macri, a mitad de camino entre volver a buscar la presidencia o ser un árbitro en Pro, pide una nueva oportunidad para hacer las cosas en forma más rápida y tajante, y pone como límite todo vestigio de populismo.
Es una forma de recuperar migrantes vehementes hacia Javier Milei, pero también un principio de enfática diferenciación con Horacio Rodríguez Larreta. El camino de Macri es el mismo que el de Patricia Bullrich, que cada semana trata de llamar la atención con ideas fuertes y promesas de acciones contundentes.
No es difícil imaginar que entre Macri y Bullrich surgirá uno de los aspirantes presidenciales de Pro, en la renovación de un esquema que se repite desde hace dos turnos electorales: jugar la suerte electoral del país entre uno de ellos y el kirchnerismo.
Rodríguez Larreta navega por otras aguas, cada vez más distantes de su exlíder, en un ejercicio de diferenciación que le fue impuesto por Macri más que por él mismo. Cuando el expresidente habla de “populismo light” se refiere al mismo tiempo al jefe de gobierno y a los dirigentes del radicalismo.
Facundo Manes dice en público que su construcción no respeta los límites de Juntos por el Cambio y que Cristina y Macri comparten el signo del fracaso. No termina de aclarar si eso terminará en una ruptura con Pro para explorar una hipotética tercera vía con el peronismo republicano a la que su propio partido se resiste.
El jujeño Gerardo Morales no resignó su aspiración presidencial, con un discurso que toma distancia de las fórmulas puramente liberales que fija como regla el expresidente, pero mantiene un vínculo táctico con Bullrich. En la coexistencia entre unos y otros reside el riesgo o la oportunidad de dividirse o mantenerse unidos.
Medido, el alcalde porteño apenas replica que sus ideas están reflejadas en sus acciones de gobierno, a las que siempre describe ajenas al kirchnerismo. Y, lo más importante, Rodríguez Larreta insiste en la necesidad de consensuar acuerdos de fondo como principio de un destino político que cierre la famosa grieta que divide a la Argentina.
Las encuestas que con tanta profusión como imprecisión se publican a diario indican que la moderación de Larreta no tiene premio y que a los candidatos más estridentes les va mejor.
En esos mismos sondeos prevalece la idea de que la suerte electoral del oficialismo es muy difícil de revertir. Estos datos son corroborados por las señales del kirchnerismo al refugiarse en torno a la gobernación de Axel Kicillof a esperar otro turno nacional. Solo una sorpresiva decisión de Cristina Kirchner de volver a competir por la presidencia podría modificar esa situación en el largo camino que todavía queda hasta las elecciones del año próximo.
Esos indicadores no conmueven a Larreta. “No cuenten conmigo para hacer lo que no siento”, repite cuando le preguntan sobre la beligerancia de otros competidores.
Hay, por fin, otra diferencia que permanece oculta y todavía no ha sido revelada. ¿Macri, Bullrich y Larreta piensan lo mismo sobre la dimensión del esfuerzo que será necesario hacer para sacar a la Argentina de esta nueva crisis?
Entre quienes suelen conversar con el jefe de gobierno porteño hay quienes le hacen notar que los argentinos están superados por la prolongación del (des)ajuste, la inflación en crecimiento y la pobreza. Y que, ante tanto desconsuelo y sufrimiento, él puede ser el candidato que proponga una salida, por la vía menos usada y más perentoria: un plan antiinflacionario. Es, al fin, un discurso contra el viento de quienes postulan un largo desfiladero de nuevas estrecheces.
Una cosa es la actitud con la que cada candidato opositor llegará a la decisión de presentarse a las elecciones primarias. Otra, distinta, es la oferta que presente para resultar más atractivo que el resto.
Corto pero cambiante, con promesas de sorpresas y giros inesperados, el momento hacia el recambio político ya comenzó. Navega entre inquietudes, padecimientos y vivencias que parecen ajenas a los candidatos a intentar cambiar el rumbo de este país sin timón.
© La Nación
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