Por Gustavo González |
Cuando se está al borde del precipicio durante largo tiempo, no quedan demasiadas alternativas. Se salta o se vive. Por suerte, la humanidad suele tener una particular obstinación por la supervivencia.
Después de una década de danzar sobre el abismo, la sociedad argentina empieza a desechar la idea del suicidio colectivo que implica zambullirse una vez más en el pozo de la grieta.
Esta semana hubo un nuevo indicio en esa dirección. El Coloquio de IDEA este año se tituló “Ceder para crecer”. Se explicó así: “Es tiempo de que todos cedamos un poco para lograr que el país vuelva a crecer.”
Es un gran paso. El concepto de “ceder” implica el reconocimiento del otro. No parece mucho, pero tras una década de polarización en el que una parte de la sociedad y de sus representantes demonizaban a la otra parte, “ceder” implica aceptar que existe un otro con el que será mejor negociar que seguir enfrentándolo. Un otro que, seguramente, también deberá ceder algo para alcanzar un consenso superador.
En un par de columnas se expuso aquí la idea de que la dirigencia argentina necesitaba arribar a un acuerdo de “insatisfacciones equilibradas”. Una síntesis que implicara una base mínima de satisfacciones para todas las partes. O, al menos, para un porcentaje mayoritario.
Los empresarios, sindicalistas y políticos de cada lado, junto a sus respectivas representaciones mediáticas, son los que deberían deponer algunas de sus muy satisfactorias verdades absolutas en pos de alcanzar algunas insatisfactorias verdades relativas que aglutinen a una nueva mayoría ampliada.
La noción de ceder significa que quien lo hace acepta reducir sus pretensiones. Ninguno logrará una satisfacción completa de sus intereses, pero siempre será mejor que la paralización que provoca la confrontación constante.
De todos modos, es esperable que la noción de “insatisfacciones equilibradas” deje afuera a los negacionistas del consenso, a quienes en estos años hicieron de la grieta su modo de ganarse la vida y a los que, genuinamente, siguen entendiendo que no habrá futuro si su sector no termina destruyendo al otro.
Encuentros privados. El lema del Coloquio, en sí mismo, obligó a negociaciones previas entre los propios empresarios. No todos estaban de acuerdo en que el sector debía ceder algo: “¿Qué más vamos a ceder? ¿Pagar más impuestos?”, fue el cuestionamiento de los más críticos. Al final, se impuso la moción de la mayoría, representada por el presidente del evento, Daniel Herrero, ex CEO de Toyota: “Como una forma de explicar lo que queremos decir con ceder, en esta ocasión ni siquiera vamos a pedir bajar los impuestos.”
El viernes, entrevistado en el programa de Jorge Fontevecchia (Radio Perfil y Net TV), el sindicalista de la construcción Gerardo Martínez lo resumió así: “Ceder es no tener halcones. Es defender los intereses propios, pero sin descuidar el bien común. En la política todos creen ser dueños de la verdad, pero el resultado es terrible. No merecemos tener el nivel de estancamiento que tenemos. Debemos generar una plataforma de encuentro donde todos tengamos que consensuar. Es fácil decirlo y difícil obrarlo, pero hay que intentarlo. Nadie tiene que ser fanático de sus ideas.”
Es cierto que es más fácil decirlo que hacerlo, pero para hacer antes hay que pensarlo y verbalizarlo. De hecho, la Uocra y los empresarios de la construcción llevaron a la práctica el concepto de “ceder”, acordando hace tiempo un modelo laboral que le restó litigiosidad a una actividad caracterizada históricamente por la informalidad y la contratación temporaria.
Empresarios y sindicalistas son los más urgidos por salir de una grieta que desde hace más de una década paralizó la economía, más allá de los distintos modelos políticos que se probaron. La polarización extrema garantiza que las reglas siempre serán cambiantes y sustenta la doctrina nacional de la incertidumbre permanente. Sin confianza, se frenan inversiones y contrataciones. Y pierden todos.
Por eso, los encuentros informales entre empresarios y gremialistas son tan frecuentes como las coincidencias. Incluso cuando se habla de nuevas normas de contratación que reconozcan los derechos del personal en blanco y permitan la formalización masiva de empleados en negro y la incorporación de nuevos trabajadores.
Kintsugi. Esas reuniones privadas volvieron a suceder en Mar del Plata, aunque no se las haya difundido.
Hace años que empresarios y sindicalistas vienen reclamando que la dirigencia política cambie confrontación por diálogo y que haya un Estado que genere las condiciones para que sea más sencillo alcanzar acuerdos entre unos y otros.
Pero es más difícil que ese Estado ayude a buscar consensos cuando quienes lo conducen no creen en él.
Cristina asumió su segundo mandato prometiendo diálogo y asociándose con cierto radicalismo encabezado por un moderado como Julio Cobos, pero sólo fue una estrategia electoral.
Macri hizo campaña con la antigrieta, pero la crisis y las elecciones legislativas de 2017 lo convencieron de que era mejor recrear a un enemigo al que echarle la culpa de todo.
Alberto Fernández también fue el candidato para un electorado que en 2019 volvió a pretender un presidente moderado y su campaña fue en el mismo sentido.
En el cierre de IDEA, el Presidente reivindicó el lema del coloquio (“Ceder es ser más empático con el otro”, dijo), y usó la metáfora del “kintsugi”, la técnica japonesa para reparar las cerámicas rotas. Pero él no supo, no quiso o no pudo transformarse en el jefe de Estado que consiguiera reparar las heridas de la confrontación.
Ceder prejuicios. La competencia electoral del próximo año pasará más por el enfrentamiento entre los moderados y los polarizados de un lado y del otro, que entre las diferencias económicas de cada propuesta.
“Empatía”, la palabra usada por Fernández en su discurso es, precisamente, el nombre del movimiento de Facundo Manes, el precandidato radical que está convencido de que existe un reclamo mayoritario para dejar atrás la polarización. Manes corporiza el problema en Cristina y Macri. Lo mismo piensa Horacio Rodríguez Larreta, aunque por ahora, se cuida de criticar en público a su ex jefe.
La empatía de un mandatario es entender que en la sociedad hay intereses en juego. Que no se trata de entidades endiabladas sino de sectores que pugnan en busca de mayores beneficios.
Este año, frente a un foro empresario en el Llao Llao, Macri los sorprendió diciendo: “Los empresarios me venían a visitar para felicitarme por las transformaciones que intentaba llevar adelante. Pero cuando llegaban a la puerta, giraban y decían: ‘Pero la mía está, ¿no?’”.
El ex presidente no entendía que esos empresarios podían apoyarlo, pero que a su vez, seguían velando por sus intereses.
Lo mismo que hacían él y su padre cuando intentaban conseguir los mayores beneficios del Estado.
En todo caso, el problema no son las pretensiones de los distintos sectores, sino la capacidad o incapacidad de un gobierno para lidiar con los intereses de unos y otros. Para arbitrar o crear las condiciones para que todos entiendan que ceder un poco, en cierto momento, puede ser más beneficioso después.
Ceder también es entregar un poco de los prejuicios de cada uno y aceptar que no es el mal el que está enfrente, sino personas que piensan o tienen intereses distintos.
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