domingo, 30 de octubre de 2022

Los dedos detrás de las PASO

 Por Gustavo González

Se harán planteos económicos, democráticos y hasta éticos, pero en términos electorales, las PASO son malas o buenas, según las necesidades políticas de cada uno.

Son malas para los que tienen poder de dedo, aquellos que controlan estructuras partidarias con la influencia suficiente para presentarse como candidatos sin una competencia previa, o para imponer de la misma forma a sus propios candidatos.

Para ellos, ir a unas PASO implicaría un doble riesgo: perder, debido a que al ser internas abiertas los expone al voto de electores más independientes. O ganar, pero oficializando la existencia de competidores internos que no reconocen sus liderazgos y pueden conseguir una porción importante de votos.

Son buenas para los que suponen que no serán elegidos por el dedo del líder partidario, y entienden que su chance es abrir el juego a un electorado externo, no alineado con quienes manejan las estructuras partidarias. Aun perdiendo, entienden que una campaña por las Primarias les daría una visibilidad que, de lo contrario, no tendrían y un mejor posicionamiento hacia el futuro.

También están los que genuinamente piensan que se trata de un gasto innecesario, y quienes creen que mejora la calidad democrática.

Ironías. En el oficialismo, las PASO le sirven al Presidente. No a la vicepresidenta.

Alberto Fernández asume que esta vez, el dedo de Cristina Kirchner no solo no querrá elegirlo a él, sino que a ninguno de los dos les serviría que lo hiciera. El formato de una coalición amplia comandada por una líder extrema y un mandatario moderado que catalice armoniosamente las distintas miradas, no funcionó.

Para él, la única hipótesis de reelección pasa por domar la inflación, mostrar tres años seguidos de crecimiento tras la pandemia (10,3% en 2021, 5% este año y entre 2 y 3% el próximo), y convencer de que en un eventual segundo mandato gobernará sin depender de nadie.

Por eso debe ir a unas internas en las que tenga la chance de vencer a su antigua aliada, o a quien cuente con su apoyo. En todo caso, hoy está obligado a mostrarse competidor. Le queda más de un año de gestión.

Además, y con lógica, está convencido de que ella no se presentará. No porque lo acaba de decir su hijo, sino porque cree que si su alta imagen negativa era un obstáculo para que se presentara en 2019, nada mejoró en estos años.

La certeza de que no lo hará es la que en las últimas horas lo llevó a subirla a la competencia cuando dijo que Cristina “tranquilamente podría ser candidata en unas PASO, es una dirigente superlativa”. Una ironía.

Lo de Sergio Massa es distinto. A sus amigos les asegura que no competirá en 2023. Explica qué es lo que le prometió a su familia, que está dispuesta a soportar el actual esfuerzo, pero no más. Cuando se le pregunta si está seguro de que su familia no terminará aceptando que el de la presidencia sería un sacrificio atendible, responde: “No creo que lo acepten”.

¿Acuerdo Alberto-Massa? Un año antes de ser candidato a Presidente en 2019, Roberto Lavagna decía algo parecido: “No puedo ser candidato, mi mujer no me deja.”

En el caso de Massa, si su gestión no logra bajar la inflación, sin duda se cumplirá su promesa familiar y ni él ni el Presidente querrán exponerse a una derrota segura.

La duda sólo surgiría si su plan tuviera un grado aceptable de éxito: un dirigente que siempre soñó con la presidencia, ¿resistiría la tentación de competir si pensara que puede vencer?

Es cierto que, incluso cuando creyera que sería capaz de revertir el veto familiar, lo mejor que hoy podría hacer es seguir diciendo que no se presentará. Bastante ya tiene con lidiar con la economía y las internas oficialistas, como para abrir un nuevo foco de tensión, mostrando deseos electorales.

Cuando Martín Guzmán todavía no había caído en desgracia como ministro, Massa se mostraba leal ante un Alberto Fernández que en este diario había anticipado por primera vez que intentaría ir por la reelección. “Es legítimo que sea así y yo tengo tiempo a esperar”, decía entre sus íntimos.

¿Cumplirá ahora con el deseo de su familia? ¿O ya acordó con el Presidente que lo apoyará en una interna si las encuestas anticiparan que, de los dos, es Alberto quien tiene más chances de vencer? ¿Y que será al revés, si quien aparece con más posibilidades es el actual ministro?

Los últimos dos interrogantes son respondidos afirmativamente en la Rosada.

La pregunta adicional es si un Massa candidato sería el exponente de los sectores no cristinistas para competir en las PASO, o si está a tiempo de que una Cristina Kirchner resignada a elegir a cualquiera que pueda vencer a la oposición, lo acepte como candidato de unidad. Con PASO o sin PASO.

Por qué internas. Con el Presidente, sindicatos y dirigentes sociales en contra de abolir las Primarias, la cuestión en el oficialismo es cuántos de los 121 diputados que suelen acompañar al FdT terminarán sumándose a los veinte camporistas que empujan el proyecto. Y cómo se llegaría a los 129 requeridos para aprobarlo en Diputados.

El massismo podría apoyar la eliminación por considerarlo un gasto exagerado en tiempos de ajuste. Massa opina eso desde antes de ser ministro, aunque hoy implicaría meterse en un debate que salpicaría su gestión.

También están los gobernadores, incluso los no alineados con el Gobierno, como Schiaretti, que no apoyan el sistema de internas abiertas. Y quizá adhieran los tres legisladores libertarios, coherentes con su prédica de bajar gastos.

El Presidente sí contará con la negativa de Juntos por el Cambio. Aunque en las últimas horas se generó cierta controversia en algunos cafés macristas, sobre si Macri avalaría la eliminación de las Primarias con el mismo objetivo de Cristina de poder ser quien decida el candidato. O postularse él mismo, sin ir a una riesgosa interna.

El larretismo sostiene que, a diferencia de Cristina, el 85% de la estructura del PRO responde a Larreta, no a Macri. Y que entonces no hay dedo macrista que valga.

Son chicanas producto de la tensión que genera el hecho de que el macrismo, da por seguro que volverá al poder, y sólo falta definir el nombre del nuevo Presidente.

Pero hay un factor adicional que bloquearía cualquier cambio en el actual sistema electoral.

No se trata de votos concretos en el Congreso, sino de un clima social que haría imposible que diez meses antes de la elección, se acepte un cambio tan drástico de las reglas de juego.

Es correcto que las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, en la práctica, sólo son simultáneas y obligatorias, pero no suelen existir como Primarias Abiertas. En la mayoría de los distritos lo que pasa es que la gente va a votar en forma simultánea y obligatoria en las internas, pero se encuentra con que no hay internas.

También es cierto que, al hacerlas tres meses antes de las elecciones generales, producen alta incertidumbre política cuando sus resultados parecen imposibles de revertir. Ocurrió en 2019, cuando Macri cayó por 16 puntos.

Las PASO deben ser revisadas, para que tengan lugar sólo en los distritos en los que haya candidatos entre los que elegir, para que estén más cerca de las generales y para que permitan alternativas de acuerdos entre los competidores, menos rígidas que hasta ahora.

Ese debate debería empezar inmediatamente después de las próximas elecciones. Mucho antes de los comicios legislativos de 2025.

Para que no parezca que todo lo que guía a los políticos es el oportunismo.

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