Por Gustavo González |
Los cristinistas le explican a Alberto Fernández que la única forma de que un candidato del Frente de Todos gane en 2023 es asumir posiciones más extremas. Dan por sentado que sin controlar la inflación no habrá alternativa ganadora, pero creen que aun reduciéndola no habrá triunfo, sin esa polarización adicional.
Los halcones del PRO y del radicalismo le advierten lo mismo a presidenciables como Horacio Rodríguez Larreta y Facundo Manes: van a ganar quienes muestren más dureza frente al peronismo. O las palomas se vuelven halcones o deberían dejar paso a exponentes clásicos de la grieta como Mauricio Macri o Patricia Bullrich.
Javier Milei es el ejemplo de unos y otros para demostrar la necesidad de cierto electorado por los discursos extremos. Los halcones de ambos lados coinciden en que ese posicionamiento del libertario les “roba clientela”.
Grieta oficial. Un escenario electoral en el que solo compitan candidatos extremos garantizaría un 2023 de tal conflictividad que seguramente terminará impactando, un poco más, sobre la economía. Mientras que un futuro presidente inspirado en la profundización de la grieta, garantizaría la continuidad del modelo de confrontación permanente.
La hipótesis de máxima es una competencia entre Cristina, Macri y Milei. Y un presidente surgido de ellos tres.
Hay movimientos en cada uno de esos sectores. Entre aquellos que están convencido de que ese es un futuro posible y deseable, ya sea con esos nombres o con otros que representen lo mismo. Y entre quienes están dispuestos a resistirlo.
La marcha del 17 de octubre de Máximo Kirchner y Pablo Moyano fue un mensaje al Presidente, a Sergio Massa y a la mayoría de la CGT, de que se debe levantar la voz y recrear a un enemigo al que satanizar y al que genéricamente denominan “la derecha”. Creen que el endurecimiento permitiría, al menos, consolidar un núcleo duro de adherentes para resistir en el Congreso y en la calle dos amenazas concretas: el avance de una reforma laboral y los problemas judiciales de las familias Kirchner y Moyano.
Lo cierto es que ni el Presidente, ni Massa ni la CGT piensan que ese sea el camino. El primero aspira a que con una inflación que se aproxime al 53% que él recibió (o menor si funcionara algún eventual plan antiinflacionario), concluirá el cuarto año de gestión con cifras (PBI, inversión, obra pública, desocupación, pobreza) que lo volverían competitivo. En cualquier caso, les responde, la estrategia para vencer no es profundizar la grieta.
Lo mismo piensa su ministro: los discursos beligerantes, cualquiera sea su origen, generan incertidumbre y atemorizan a los inversores. Nada bueno en tiempo de economía electoral.
En la central obrera está pasando algo inédito. Por un lado, se produjo un acercamiento impensado con los movimientos sociales para enfrentar al camporismo en los comicios.
Por el otro, silenciosamente se puso en marcha un “think tank” para elaborar propuestas políticas que dejen afuera a los extremos ideológicos. Se llama Espacio Laborar y detrás de él están sindicalistas de peso como: Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez, José Luis Lingeri y Juan Carlos Schmid. Los une el temor a Cristina y a Macri, y su primer acto público será este miércoles con una conferencia en Parque Norte de la que participarán economistas, sociólogos y empresarios de distintas tendencias.
Grieta opositora. En Juntos por el Cambio se vive el mismo dilema.
Macri y Bullrich cada vez endurecen más sus discursos y, directa o indirectamente, presionan a Larreta para que haga lo mismo. Por ahora, solo lo logran en parte: en lo económico, el candidato se muestra tan asertivo como su ex jefe a la hora de prometer un plan de cien horas para generar cambios profundos y alcanzar rápido, no sólo un déficit cero, sino un superávit fiscal.
Alguien que lo conoce bien como el historiador económico Pablo Gerchunoff esta semana dijo en Modo Fontevecchia que “nadie le cree a Larreta que sea un halcón, afortunadamente no tiene ese temperamento”. Algunos entienden que su endurecimiento busca no desentonar con su sector duro y con el electorado que ese sector mejor representa.
Manes, en cambio, está convencido de que una forma de crecer es mostrarse en contra de los halcones radicales y macristas. Por eso se mete sin que lo llamen en el duelo público con Macri y Cristina: “Argentina está presa de dos minorías intensas que no nos dejan pensar el futuro”, repite.
El propio Milei está extremando su discurso ya extremo acercándose, más y más, a grupos vinculados con la última dictadura, como el hijo de Antonio Bussi. Algo que ya le produjo deserciones y lo aleja de una eventual alianza con José Luis Espert en la provincia de Buenos Aires.
Los políticos de la grieta son el fiel reflejo de la sociedad de los extremos. Y los extremos cruzan a todos los sectores socioeconómicos, pero especialmente a las capas medias. Es allí donde, históricamente, la frustración económica acumulada se suele transformar en furia. En otras épocas, era de esos sectores medios y medios altos de donde se nutría la lucha armada.
Por eso el cristinismo, el macrismo y el mileismo (también el trotskismo, pero la mayor formación de sus cuadros suele ser un filtro que racionaliza esa furia) compiten por votos dentro de los mismos sectores sociales y geográficos, como en el Conurbano Bonaerense.
Porque más allá de los diferentes intereses que conviven dentro de ese electorado, lo que los une es la rabia. La razonable angustia por la falta de movilidad social.
Macri lo describe como “la sociedad fracasada”. Puede resultar ofensivo para algunos, pero transmite bien lo que sienten esos votantes.
Dos razones. Lo que además une a los extremos es la simplificación. Así como una de las características de la razón moderada es aceptar la complejidad de los problemas y de la existencia en general, la razón polarizada simplifica los problemas de tal forma que resulten de fácil resolución intelectual.
La razón moderada promueve políticos más reflexivos y menos asertivos.
La razón extrema produce líderes que dudan poco y afirman mucho.
En el mismo programa de Radio Perfil y Net TV, Macri expresó bien lo que es la simplificación filosófica: “Nunca creí en los grises, creo que el blanco y negro genera muchísimo valor porque construye lo que mueve una sociedad. Cuando salís del gris y le das a la gente certidumbre y le decís esto está mal y esto está bien, todos saben cómo manejarse.”
Cristina, Milei y otros representantes de la razón extrema, adscriben a la misma filosofía. Esa es la lógica con la que acuerdan.
Los unen sus formas, pero las formas también son el fondo. Son más agresivos, porque al convencerse de que la lucha es a favor del Bien, no deben ser contemplativo con el Mal. Y son asertivos, porque la tienen clara.
Uno podría decir, junto a Serrat, bienaventurados los que la tienen clara porque de ellos será el Reino de los Ciegos.
Pero ellos son importantes en tanto representan a sectores sociales que legítimamente están urgidos por soluciones simples y rápidas.
Si no existieran Cristina, Macri y Milei; esos sectores los inventarían.
La duda, permítanme dudar, es si esa razón extrema que prevaleció en el país en la última década, todavía es mayoritaria.
O si será el tiempo de un modelo de moderación que aporte previsibilidad política y reconstruya relaciones sociales y económicas.
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