Por Héctor M. Guyot
Tal es el grado de convicción que despliegan, tal el oficio que han desarrollado durante una vida de ponerse y quitarse máscaras, que por momentos nos hacen creer que se la creen. Actúan bajo la premisa de que la realidad sigue una suerte de principio democrático: no importa que la leche sea blanca; si todos repetimos que es negra, nos la llevaremos al buche como si fuera vino tinto.
La vida, para ellos, es un inmenso Truman Show. Hay que seguir adelante con el circo. Lo importante es estar entre quienes mueven los hilos. Eso exige actuar. Actuar para vivir. O para mantenerse en el poder, que vendría a ser lo mismo. Así, asumen el papel que les fue asignado con un desprecio asombroso por la verdad, por lo que han dicho ayer nomás y por una sociedad cada vez más renuente a dejarse cautivar (es decir, atrapar) por una red de palabras que escamotea la realidad.La realidad, contundente, está rompiendo el hechizo. Pero ellos siguen. Entonan un guión cada vez más endeble mientras se les corre el maquillaje. Los gestos ampulosos, ya desprovistos de épica, derivan hacia el grotesco. En medio de esa decadencia, les toca jugar el papel de sus vidas, el definitivo. Ahora, como en su mejor momento, van por todo o eso parece: eliminar las PASO, crear una ley que acalle la crítica, alterar el Consejo de la Magistratura y sobre todo aumentar el número de miembros de la Corte Suprema a fin de apropiarse de ella. Van contra la prensa y la Justicia con el objetivo de siempre: la impunidad. Pero algo ha cambiado: lo que antes se intentó desde una actitud ofensiva, de ataque, y no se consiguió, se busca ahora desde una posición defensiva ante una posible condena por corrupción que se cierne sobre la vicepresidenta. Para peor, con una menguante batería de recursos. Por momentos, a los menos dotados les queda solo el énfasis.
La desesperación que esto produce se refleja en el modo en que los soldados de Cristina Kirchner, funcionarios y legisladores, han demonizado en estos días a los miembros de la Corte. Los acusaron de “corruptos”, de “mentir alevosamente”, de “cortesanos cobardes”, de “banda de mafiosos”, entre otras cosas. En una puesta bien montada, actuaron como los teloneros del número principal, a cargo de la directora de la obra.
En ejercicio de su defensa, Cristina Kirchner dijo ayer que los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola mintieron. Que la calumniaron y difamaron. Que todo es una fábula que la tiene como víctima propiciatoria. En parte, por peronista. Advirtió, para amedrentar a quienes deben juzgarla según las leyes, que recurrirá a tribunales internacionales. Con un talento histriónico del que carece el elenco que la rodea, aleccionó a la audiencia sobre los principios del ordenamiento legal, explicó lo que significa la Constitución y hasta invocó al jurista Hans Kelsen. No está claro cómo refuta esto la evidencia reunida en la causa. Eso sí, desestimó el alegato de los fiscales por falta de “coherencia y de lógica”, todo lo que a ella le sobra. “La farsa ha quedado desmontada”, esa es la realidad alternativa que el coro y su directora se empeñan en instalar.
Desde su despacho en el Congreso, con la bandera argentina detrás, ella habló para la platea. Necesita ser el centro de la polémica, estimular a las redes, llevar al país a la ficción de sus puestas en escena. A veces lo consigue, y en esa dimensión alienada tiene alguna chance de prevalecer. Como todo actor, la vicepresidenta depende de la atención y la mirada ajena para seguir vigente. Una ley del espectáculo dice que una obra de teatro baja de cartel cuando se queda sin público. Acaso ya no sea necesario refutar cada impostura. Sí, en cambio, salir en defensa de las instituciones cada vez que se las ponga bajo amenaza.
Es el caso, según parece. Con los embates a la prensa y la Justicia, el oficialismo exacerba la polarización y carga el clima de una violencia latente, acaso para que los magistrados y la sociedad toda se tomen en serio la amenaza de Mayans: si hay condena, se pudre todo. En estos días, sin embargo, los ataques verbales de la caballería oficialista han sido tan ardientes que parecen dirigidos a pudrir todo antes de que llegue la sentencia. Decidido como parece a alcanzar su objetivo de impunidad a cualquier costo, el Gobierno castiga así a un pueblo que, sin horizonte a la vista, se hunde en el desasosiego.
Entre tanto palabrerío destinado a alimentar un relato enmohecido, la defensa de Cristina Kirchner dice, en concreto, que ella no firmó ninguno de los papeles que reasignaban partidas presupuestarias en favor de Lázaro Báez ni participó del control de las obras o el envío de dinero. ¿Por qué lo haría? Para eso estaban sus funcionarios. Lo relevante es que, previamente, los Kirchner habían montado la estructura necesaria para que, a través de aquel exempleado bancario que los acompañaba desde sus andanzas en Santa Cruz, y en virtud de una serie de hoteles vacíos, los fondos públicos circularan raudos –acaso mediante actos administrativos formalmente impecables, como alega la vicepresidenta– hacia el éxtasis de cajas fuertes muy bien cerradas.
© La Nación
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