Por Marcos Novaro |
El plan oficial para eliminar las internas abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) avanza. Ya tiene el aval del gobernador cordobés, Juan Schiaretti, un guiño de Florencio Randazzo, de la izquierda y la derecha y de legisladores de Provincias Unidas, todos grupos que no planean someter sus listas a la decisión de los votantes y se benefician de la dispersión del voto. Contra lo que conspiraría una primaria en que haya una fuerza de oposición ampliamente vencedora a nivel nacional y en los distritos más importantes.
Juntos por el Cambio, según todos los pronósticos, será esa opción ganadora. Así que se está quedando solo en la defensa de una regla electoral que le ha sido muy útil desde que se formó, en 2015, para resolver sus diferencias internas. Recordemos un poco esa historia y su creciente enamoramiento con las primarias obligatorias.
Hasta las presidenciales de ese año, las PASO habían sido un gastadero de guita pública sin mayor sentido. O mejor dicho, si habían tenido algún sentido, era sutil y poco confesable: el kirchnerismo se había asegurado con ellas desalentar los cismas y la competencia interna en el peronismo, debilitando las chances de que los disidentes se coordinaran para presentarle batalla. Con todo, no alcanzó con eso para detener a Massa, que en 2013 sorprendió a todo el mundo organizando de un día para el otro el Frente Renovador.
Dos años después serían las fuerzas no peronistas las que dieron la sorpresa, creando Cambiemos, la primera coalición que empezó a usar las PASO para resolver sus diferencias: las resistencias iniciales de lilitos y sobre todo radicales a reconocerle al PRO su preeminencia en la coalición se disiparían gracias al arrolllador triunfo de Macri frente a Sanz y Carrió por la candidatura presidencial en las primarias de 2015.
Con los años esa distancia entre la utilidad de las PASO para algunos y su inutilidad para otros se iría volviendo más y más patente: Cambiemos y luego Juntos por el Cambio en cada edición de las primarias presentaron más listas en competencia, en más distritos y para más cargos en disputa, mientras que el peronismo, de nuevo reunido en torno a Cristina Kirchner, se volvió más y más dependiente de su dedo para resolver esos asuntos. Igual que todos los demás.
Llegamos, entonces, a las vísperas de la elección de 2023 y el panorama no podía ser más distinto para el oficialismo y la principal oposición.
A esta las PASO le resultan a esta altura vitales para resolver su cada vez más intensa competencia interna, y también para mostrarse capaz, ante los electores, de encolumnarse detrás de los ganadores y formar una nueva mayoría, dos méritos que podrían potenciar su éxito en las elecciones generales, frente a la variedad de opciones que ofrece hoy el arco opositor.
Si como todo indica que sucederá, JxC ofrece el año que viene alternativas competitivas, tanto para la presidencia como para otros cargos ejecutivos en los distritos donde también rigen las internas abiertas, como es el caso de la provincia de Buenos Aires, y para la integración de las listas legislativas, sus chances de atraer la atención de los electores crecerán, en detrimento de las demás fuerzas de oposición y del oficialismo, ninguno de los cuales está en condiciones de ofrecer algo parecido. Porque no tienen esa oferta plural, o porque no se pueden permitir abrir la competencia interna.
En consecuencia, para el kirchnerismo a nivel nacional que se hagan o no las PASO en estas condiciones puede significar la diferencia entre una derrota digna y una catastrófica. Y por tanto sería determinante para las chances futuras de que Cristina, la única candidata posible al menos por ahora, siga siendo la jefa nacional del movimiento, y pueda fungir también una vez más como jefa de la oposición.
Pero eso no es todo. Las internas abiertas tienen también una enorme peligrosidad para la reelección de Kicillof, que el kirchnerismo considera su última trinchera, el baluarte por el que está dispuesto a pelear a muerte, dado que es el que podría permitirle bloquear al próximo gobierno, impedirle hacer cualquier cambio que a él no le guste, y disuadir al resto del peronismo de autonomizarse o desafiar su hegemonía interna.
Si se hacen las PASO, nacionales y provinciales, los votantes bonaerenses van a tener antes de la elección general una imagen bien clara de quién está en condiciones de destronar al actual gobernador, y quién no, y orientarán seguramente luego sus votos a favor de la alternativa más viable, convirtiendo a la votación general en una suerte de segunda vuelta. Que formalmente no existe: el gobernador bonaerense se elige por simple pluralidad de votos. Gracias a lo cual Kicillof podría llegar a ser reelecto, si hay mucha dispersión del hoy mayoritario voto opositor, con solo un tercio de las preferencias. Que es el tope de lo que puede aspirar a conseguir en las actuales circunstancias, con 7% de inflación mensual y 45% de pobres.
Este es el fundamental motivo por el que el kirchnerismo se desespera por eliminar las internas abiertas. Quiere asegurarse que el voto bonaerense de oposición se disperse: de ello depende que alcance allí, en el principal distrito del país, no una derrota digna como a nivel nacional, sino una victoria esencial para sobrevivir, para seguir controlando el peronismo nacional y bloqueando las reformas que rechaza. Y es también está la razón por la que se tienden a plegar a su iniciativa algunos socios inesperados, como Randazzo, la izquierda y Milei: todos ellos también esperan cosechar votos bonaerenses estimulando su dispersión, y odiarían ver que potenciales votantes de sus listas privilegian el voto útil para descabezar al kirchnerismo del distrito.
Podría de todos modos JxC, en caso de que la contrarreforma electoral que impulsa el oficialismo obtenga los votos necesarios en el Congreso, organizar una elección masiva por sus propios medios. Es al menos lo que sostuvo en estos días Macri, tal vez tratando de disuadir a la oposición colaboracionista de la conveniencia de quemarse con una iniciativa que igual él y sus aliados estarían en condiciones de frustrar en su objetivo principal.
Hay que ver, sin embargo, si esa interna no obligatoria es capaz de concitar tanto interés entre los ciudadanos: es cierto que en su momento la Alianza logró hacerlo, con la interna entre De la Rúa y Fernández Meijide, en 1998, y también está el antecedente de la masiva votación en la interna entre Menem y Cafiero en 1988. Pero esas votaciones históricas se hicieron en tiempos en que los partidos y alianzas concitaban gran adhesión de los electores, algo que hoy no sucede ni siquiera con quienes tienen por lejos las mayores chances de imponerse en las elecciones.
El oficialismo lo sabe y por eso insiste en que las internas obligatorias son caras, no le interesan a nadie, agotan la paciencia de los ciudadanos con reiterados llamados a las urnas. Y apuesta a que manipular las reglas de juego tampoco le provocará más rechazo del que ya cosecha en la sociedad: ¿qué le hace finalmente una mancha más al tigre?, si con ella se logra debilitar al próximo gobierno, obstaculizar su capacidad de formar una contundente nueva mayoría, y conducir los destinos del país, habrá sido una buena inversión.
© TN
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