Por Roberto García |
Ni bravucones de pelo en pecho, matasietes proclamados en el poder, se atrevieron a sublevarse. Bajaron la cabeza, juntaron las muñecas, les pusieron las esposas y aceptaron el dictamen de la Justicia: fueron presos. De Massera a Galtieri, de Vaca Narvaja a Perdía, hombres que por disponer de un arma eran más guapos que otros. Ninguno se rebeló, jamás hubo desacato.
Ahora, sin siquiera una condena inicial, apenas por el simple alegato de un fiscal que le pidió una pena a cumplir, la Vicepresidente se alza e inaugura un ciclo de desobediencia y una escalada de protestas para salvar su pellejo de la Justicia. Y, en particular, preside la unidad en el llamado peronismo garantía de supervivencia. Bajo la excusa de que es inocente, de que no robó, invoca a la presión constante de un núcleo partidario que promete quilombo, derivación violenta de lo que antiguamente el lenguaje consideraba un centro de saciedad sexual.
Singular la comparación de la viuda de Kirchner con uniformados culpables de los dos lados del mostrador, uno inclusive pariente. La Santa Cristina improvisa su preservación libertaria con movilizaciones cotidianas a su domicilio, a los actos como los de este sábado en Lanús y las promesas de otras concentraciones épicas en semanas próximas, como el 9 de septiembre en Santiago del Estero.
Se quita la máscara de los tribunales y, en lugares amigos, protagoniza su propia campaña presidencial: lo que no se consigue con las armas, se intentará con la fuerza de multitudes. Sea la libertad o el Ejecutivo. Pretende, si pudiera, una nueva ley para sí misma, arrojando el resto de la biblioteca al basural. Habrá que reconocer que la oposición le ha impuesto la candidatura presidencial para el 2023 y que, sin desearlo, el fiscal Luciani ha sido el acelerador de ese anticipo. Como si fuera una suerte de Duran Barba de estos tiempos.
Aunque se ha desencantado de sus abogados, Cristina sabe que el recorrido de la Fiscalía no tendrá desenlace feliz en su contra. Sea porque al final nunca irá presa —como Carlos Menem— y que, antes, tal vez la Casación observe inconsistencias del alegato. Pero su drama no es judicial, aunque la complicación a su hijo Máximo fue un episodio inesperado que le voló la cabeza provocando un encono mayúsculo. Algún tipo de culpa tiene con su familia, se sabe responsable de indiferencia ante ciertas acumulaciones de su difunto marido, y trata de cuidar a sus vástagos aunque ya pasaron los 40 años.
En lo personal, advierte y asume que le adelantaron la entrada al ruedo electoral del año próximo y que los alegatos de la Fiscalía han tenido más consecuencias políticas y meditativas que judiciales. De ahí el lanzamiento de su campaña para taponar las dos usinas que a su criterio más la castigan. En cuanto a los tribunales, desde este lunes empieza otra tarea: hablan las defensorías de todos los implicados en la corrupción, se supone algunos argumentos aliviarán para de la lluvia ácida que padece desde hace una quincena.
Como hubo reyerta en su domicilio cuando se acercaron los policías para aminorar las batucadas kirchneristas, se armó una tregua entre Ella y el Gobierno de la Ciudad. Las dos partes se asustaron ante un eventual descontrol en la calle y adyacencias por la llegada de bonaerenses, como si Estanislao López fuera a colocar su caballería en los palenques del edificio de Cristina. Terror de porteños, ambos. Uno por presunta invasión, la otra por razones de buen gusto ante la indiada. Esa beligerancia extrema se había expresado con inmadurez por el ministro del Interior Wado de Pedro: “Si no corren a la policía del lugar, incendiamos la Ciudad”. Pichón de Nerón, como la jefa cuando se exalta, aunque no se sabe si toca la flauta.
Y el propio Rodríguez Larreta como contendiente, quien había revelado una furia desconocida, personal, alentada por la que se considera su colaboradora más directa, quien le reclamó energía para la disipación de los bullangueros cristinistas. Dio la orden vía su asesor en Seguridad, D’Alessandro, y junto al envío de contingentes policiales se generaron escaramuzas semejantes a la salida de una cancha de fútbol. Horacio va a la platea, no le agrada esa costumbre, y Cristina desconoce el clima, hasta creyó que se repetían las bataholas sangrientas que se montaron para derribar a De la Rúa. Los dos mandaron a parar.
Ahora, ni siquiera parece que el cristinismo impulse, por el momento, una gigantesca manifestación en Plaza de Mayo. Por ahora. Empujan “movilizaciones permanentes en Recoleta”, modesta declinación de la trotskista “revolución permanente”. Los grandes actos imaginados, en cambio, se limitan con la historia, lo que traman es incomparablemente menor a los de Perón y Evita a mediados del siglo pasado, al de la muerte de Yrigoyen o al funeral de Julio Sosa o Ringo Bonavena, sin olvidar las dos apoteóticos de Alfonsín y Luder en el Obelisco al renovarse la democracia. Con diferencias obvias si se trata de números: en aquellos periodos esos registros multitudinarios de un millón o más de almas se producían cuando el país albergaba 10, 15 o 25 millones de habitantes. Hoy la demografía ya elevó a casi 50 millones la densidad y las expresiones populares de hoy son mínimas, se reputan importantes con solo reunir cien mil personas cuando esas cifras responden más a minorías selectas o pagas frente al silencio mayoritario.
Aunque en su renacida vida desde hace una semana, Cristina se enternece con los conmilitones que la vitorean en la casa, no olvida los riesgos de fallar en una convocatoria general y, además, como una egresada en Derecho, prefiere conservar lo que aprendió en la facultad más que emprender una revolución. Y, menos, desertar de lo que juró en l994. Aunque no lo parezca hay una razón evidente: sabe que ciertos acontecimientos indomeñables a veces concluyen con sus propios autores.
También, con disgusto, le toca atender el sonambulismo de un apartado Alberto Fernández que, ya sin aspiraciones de reelección, mastica rabia y le endosa al propio Sergio Massa responsabilidades. Como hacia Cristina con Guzmán, para socavarlo. Dijo, por ejemplo, a propósito de un informe de CEPAL: “Esto lo beneficia a Filmus, pero lo preocupa a Sergio” (por los recortes presupuestarios). Detalle menor con el que incomoda a Massa, quien revela cierto disgusto por preguntas, observaciones o incursiones del Presidente en algunas medidas de Economía. No es momento para perder el tiempo con curiosos o espontáneos, justo cuando algún tipo de acuerdo se perfila con el FMI y el recargado Sergio jura que está a las puertas de suscribir un “repo” importante, más deuda para salvar la crisis. Como Macri. No se sabe el monto, tampoco las garantías, ni si es un banco, un fondo o un país. Pero levantan la mano y dicen: “Está hecho”.
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