Jacques Lacan. Definió la "pasión por la ignorancia" de quienes saber las causas de su padecer. |
Por Sergio Sinay (*)
Se define la ignorancia como falta de información o conocimiento sobre un tema en particular o sobre todos los temas. Sin embargo, también es posible describirla como la negación a saber o a enterarse. Una cosa es no saber, no conocer, y otra es no reconocer, negarse a hacerlo. Ignorar, como en el segundo caso, no es lo mismo que ser ignorante, como en el primero.
En su reciente ensayo titulado Pasión por la ignorancia la filósofa, socióloga y especialista en derecho eslovena Renata Salecl se interna en el estudio de este fenómeno y sus complejidades, y pone el acento en una arista fundamental. El ignorante es, en cierto modo, inocente, mientras que quien se niega a saber y reconocer no puede alegar ignorancia: falta a su responsabilidad. La línea que separa ambos aspectos es una línea moral.Salecl toma para el título de su libro una definición que el psicoanalista francés Jacques Lacan rescató del budismo y aplicó a la conducta de aquellos que, en el proceso terapéutico, supuestamente desean conocer las causas de su propio padecer, pero en la práctica hacen todo lo posible por evitarlo. En el mundo de hoy la pasión por la ignorancia, en su sentido más disfuncional y menos inocente, tal como en la definición lacaniano-budista, abarca desde la salud hasta la economía, desde la tecnología hasta las razones reales del epidémico burnout laboral, desde las crisis de pareja hasta los problemas conductuales de los hijos, e infecta el escenario político en el que se desarrollan los actuales episodios aciagos.
En la noche del jueves pasado, el fallido y confuso atentado contra la vicepresidenta desató reacciones que podrían enriquecer las perspectivas con que se estudia la ignorancia. Quien no se permite dudar, quien no se da tiempo para esperar que afloren pruebas y evidencias, quien observa desde una atalaya única, fija y rígida los fenómenos y acontecimientos que se suceden ante su vista contribuye a su propia ignorancia y la expande en el aire. Las reacciones amigdalinas y emocionales que se sucedieron en todos los ámbitos (incluido el periodístico) a partir del episodio no hicieron más que reforzar esa actitud. De un lado y otro todos pretendieron saber. Las opiniones, los prejuicios y los fundamentalismos disfrazados de arrogante certeza reemplazaron a los argumentos y a las pruebas. Y en ese río revuelto volvieron a ganar los pescadores. En este caso los pescadores de grietas, de odio, de descalificación. La ignorancia tiene dos caras más sombrías y nefastas que otras. Una es la de quienes se empecinan en negar lo evidente, lo demostrado, lo fundamentado. La otra es la de quienes se empeñan en afirmar aquello de lo que no tienen pruebas, testimonios ni comprobantes. El nativo brasileño Fernando Sabag Montiel, cuyas facultades mentales están por estudiarse, sirvió de disparador (aunque el arma que portaba no se haya detonado) para que estos dos aspectos de la ignorancia se proyectaran sin freno, con una onda expansiva que solo puede provocar más daño y martirio a una sociedad ya herida, ya doliente, por la anemia republicana y por la práctica anómala y a menudo ficticia de la democracia. Casi nadie se privó de prodigar certezas de un color o de otro acerca del hecho. Y finalmente tanto quienes se apresuraron a demostrar que sabían solo exhibían su ignorancia, mientras quienes pretendían ignorar evidencias, conocían bien lo que negaban. Nada nuevo bajo el sol abrasador que quema en la Argentina.
A todo esto, siguen vigentes los alegatos de los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola, quienes además ofrecieron tres toneladas de pruebas para fundamentarlos. Y si fuera posible encender una vela en la oscuridad de estos tiempos, acaso esa débil luz pueda provenir de sostener el precario funcionamiento de los procedimientos republicanos. Que la noche de la negación y de la ignorancia no impida la marcha de la Justicia. Martin Luther King, el luchador por los derechos civiles, advertía antes de ser asesinado por un fanático: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda”.
(*) Escritor y periodista
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