domingo, 18 de septiembre de 2022

De la pax peronista a la pax argentina

 Por Gustavo González

La principal diferencia entre la era Guzmán y la era Massa, es que en la primera la interna del FdT estaba al rojo vivo y se definía en público.

Desde que el Gobierno se enfrentó al precipicio tras el portazo del ex ministro y se designó a Sergio Massa en su lugar, hubo un consenso en que es mejor llevar adelante un programa que deje parcialmente insatisfechos a todos, que seguir dando pasos hacia el abismo.

No se sabe si la pax peronista durará tanto como la larga pax romana, pero haberle sacado ruido político al ya complicado ruido económico, trajo alivio en el oficialismo y un poco de tranquilidad a los mercados.

Proyecciones. El cristinismo veía a Guzmán como un ortodoxo con piel de cordero. Y en Massa ven lo que es: un peronista típico, ni ortodoxo ni heterodoxo, un pragmático que usará las herramientas que considere más oportunas en cada ocasión. Y las que hoy utiliza son muy similares a las que intentaba usar su antecesor. Solo que a él se lo permiten.

El 7% de inflación en agosto y una expectativa anual que el promedio del último relevamiento del Banco Central (REM) ubica en 95%, mostrarían que la ortodoxia aplicada hasta ahora para bajar el gasto y la emisión y subir las tasas, todavía no estaría dando sus frutos.

Esta semana se conocieron los lineamientos del Presupuesto 2023: 60% de inflación, déficit de 1,9% del PBI (en línea con lo acordado con el FMI), un crecimiento del 2% y un dólar oficial a diciembre 2023 de 270 pesos.

Tanto los especialistas relevados por el Central como la mayoría de los economistas, estiman que la inflación estaría 20 puntos por encima de la presupuestada y, a la par, también más alto el valor del dólar oficial. Pero creen alcanzable la baja del déficit de 0,6 puntos (de un supuesto 2,5 de este año) si la disminución de subsidios sigue el ritmo inflacionario y las importaciones energéticas implican menos erogaciones que las de este invierno.

En cuanto al crecimiento, el último REM del Central (promedio de 38 consultores y entidades financieras) proyecta un cierre de este año en 3,7% (similar al 4% estimado por el Fondo) y del 1% para 2023 (3% según el FMI).

Si las módicas cifras de incremento del PBI calculadas por los privados (no las del Fondo, ni las del Gobierno, que son superiores), se parecieran a la realidad, la actual administración terminaría su mandato con un PBI de +4%. En orden descendente en la comparación con los últimos mandatarios, le seguiría la segunda gestión de Cristina con +1,5% y, en tercer lugar, la de Macri con -4%.

Inflación y elección. ¿Alcanzar el mayor crecimiento, pandemia mediante, de las últimas tres mediocres gestiones, será suficiente para volver competitivo al oficialismo dentro de un año?

Difícil. El clima social no entra en un Excel. El estancamiento de la última década genera un desgaste acumulativo al que dos años de pandemia le sumaron angustia e incertidumbre. Ese eventual crecimiento será poco para compensar las dificultades económicas del día a día y hacer olvidar las consecuencias del feroz internismo de la coalición de gobierno. Y todo sería más difícil todavía si la inflación no descendiera.

La duda es qué pasaría si se pusiera en marcha un plan antiinflacionario que provocara un brusco cambio de expectativas de los precios (como los que generaron el Plan Austral o los más exitosos de Cavallo y Lavagna).

El Austral comenzó cinco meses antes de las legislativas de 1985 y alcanzó para que el radicalismo en el poder se impusiera con el 44% de los votos, 20 puntos por arriba del segundo.

La convertibilidad se puso en marcha a fines de marzo de 1991, también cinco meses antes de las legislativas de ese año, en las que el peronismo en el poder obtuvo 41% de votos, 12 puntos encima del radicalismo.

El plan antiinflacionario de Lavagna no fue de shock, a diferencia de los anteriores, pero haber pasado de 26% en 2002 a índices de una cifra en 2004 y 2005, le permitió al kirchnerismo triunfar en las elecciones intermedias de 2005 por 30 puntos de diferencia sobre el radicalismo.

Si el Gobierno quisiera tener alguna posibilidad de triunfar en las próximas presidenciales, debería llegar con precios notoriamente a la baja o aplicar en marzo, cinco meses antes de las PASO, un plan antiinflacionario cuyos resultados resulten palpables a la hora de votar.

Gestos y consecuencias. Así como la interna oficialista decidió un día dejar de generar incertidumbre política sobre la economía, qué pasaría en el país si los políticos aceptaran una convivencia civilizada. Una pax argentina sin fecha de vencimiento.

El jueves, la conmoción posatentado instó a la vicepresidenta a llamar al diálogo. Es un primer paso. El siguiente debería ser cierta autocrítica por tantos años en los que el cristinismo alimentó desde los medios y las tribunas a un estado de emoción violenta en la sociedad.

También una parte de la oposición debería dar ese paso: reconocer que la demonización de Cristina es tan tóxica institucionalmente como la que se hace del ex presidente.

Macri triunfó en 2015 con una campaña antigrieta, pero las elecciones legislativas de 2017 y la profundización de la crisis, lo llevaron a buscar un Mal al que responsabilizar por lo que no salía bien. Se alimentó tanto el carácter demoníaco de Cristina que, por momentos, logró lo contrario: al tornar tan caricaturesco el encono, genera dudas sobre la culpabilidad de todo lo que se la acusa.

En octubre de 2020, en plena pandemia, titulé “El abrazo Macri-Cristina”, una utopía en forma de columna.

Tomaba el ejemplo que habían dado en ese momento los ex presidentes uruguayos Julio Sanguinetti y Pepe Mujica, históricos rivales políticos. Decía que “todas las actitudes de los líderes tienen consecuencias, sus gestos de odio inspiran odio, los gestos de mesura generan mesura”.

Mencioné en ese texto gestos similares de la historia argentina, como cuando Alberdi le ofreció, ad honorem, sus servicios de abogado a su archienemigo Rosas, cuando éste fue sentenciado a muerte y Alberdi lo consideró una condena injusta. O el recordado abrazo Perón-Balbín.

CFK-MM. Como se vio hasta ahora, no tuvimos mucho eco en la dirigencia quienes desde PERFIL venimos pidiendo hace años gestos de conciliación antigrieta. (Aunque en las encuestas, el 75% hoy ya pide lo mismo).

Ahora, tras el atentado, volví a fantasear con la idea de que un hecho de semejante conmoción podría resultar un giro en esta historia.

Al día siguiente de que la vicepresidenta apareciera por primera vez después del ataque, con un tono conciliador, un periodista le preguntó a Macri si aceptaría encontrarse con ella. No lo rechazó. El mismo viernes, Oscar Parrilli también se mostró abierto a un encuentro entre ambos.

Hace 60 días fue el senador José Torello, amigo íntimo de Macri, el que cruzó la grieta para pedirle una reunión a Cristina en la que primó el protocolo y la cordialidad. Torello es de los que creen imperioso salir de la trampa de la polarización en la que todo lo que el otro dice está mal, porque lo dice el otro.

Pero quizá Cristina y Macri ya no puedan volver atrás para admitir errores y reconocer al otro con el respeto mutuo que merecen dos ex presidentes democráticos.

O quizá sí. Ojalá que sí.

La sociedad y la economía lo agradecerían.

© Perfil.com

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