Cámaras: "Numerosos personajes que arribaron a ese lugar sin destrezas ni capacidades"
Por Sergio Sinay (*)
Tanto en la literatura como en el cine, el teatro, las historietas e incluso la ópera, la ficción es el ejercicio creativo por medio del cual se crea una realidad imaginaria o se plantean tramas que transcurren en un universo paralelo, existente solo en la imaginación del autor y en la del receptor. Para que una ficción funcione, se necesita de un pacto entre ambos, un acuerdo que no se basa en la veracidad de lo que se relata, sino en su verosimilitud. Algo puede ser veraz, pero la forma en que se lo cuenta podría convertirlo en inverosímil.
Al revés, un logro de la ficción es conseguir que una historia sin sustento veraz termine aceptándose en su planeamiento imaginario como si fuera verídica. Quien primero planteó explícitamente el pacto necesario entre creador y receptor de la obra fue el poeta y filósofo inglés Samuel Taylor Coleridge (1772-1834), autor entre otras obras de Balada del viejo marinero y Kubla Khan (largo poema nacido, según él, de un sueño de opio). Junto a su amigo y colega William Wornsworth (1770-1850), con quien publicó en conjunto Baladas líricas, Coleridge es considerado uno de los padres del romanticismo en Inglaterra. Lo que pedía en su pacto era que, una vez inmerso en la ficción, el receptor (lector, espectador) suspendiera su incredulidad.
La Argentina está anegada por ficciones no literarias ni cinematográficas, ni teatrales, que están lejos de provocar el placer motivado por las buenas creaciones en aquellas artes. Ficción es un término que se origina en el latín fictus (significa fingido, no cierto, irreal). Hay una persona, por ejemplo, que finge actuar como presidente, pero cuyas acciones no merecen credibilidad alguna, acaso porque, como los malos actores, no está capacitado para transmitir verosimilitud. Otra persona, en este caso desde la vicepresidencia (cargo constitucionalmente menor), finge ser inocente de sus propias acciones destituyentes respecto del presidente y de las devastadoras consecuencias políticas, sociales y económicas de sus engendros. Para evadirse de la responsabilidad de actos por los que debe responder ante la Justicia, se finge víctima de ella. En el Senado y la Cámara de Diputados, numerosos personajes que arribaron a ese lugar sin destrezas, capacidades ni credenciales morales suficientes fingen ser legisladores, cuando en realidad son meros operadores de intereses ajenos o de provechos propios. Ni por asomo son verosímiles como representantes del pueblo. Este concepto (pueblo) es, a su vez, otra ficción que ninguno de los que se escudan debajo de ella para impunidades o rapiñas puede definir o explicar. En general, pareciera que pueblo es lo que cada uno decide que sea (habitualmente algo que le conviene o sobre lo que se arroga propiedad). Hay opositores que fingen haber nacido vírgenes y mantenerse aún así, a pesar de sus largas trayectorias como gobernadores, intendentes, legisladores y hasta presidentes en las que hay poco de lo cual enorgullecerse. Hay una corporación judicial que finge manejarse “a derecho” y bajo el manto de la ley, y que acomoda fallos, cajonea expedientes, deja morir causas y transa con el poder despojando de verosimilitud la noción de justicia.
Las ficciones argentinas no terminan en esas creaciones. Tocan también a un concepto de argentinidad que incluye la creencia de que somos tolerantes, amigueros, abiertos a los pueblos del mundo, pero que no oculta que amiguero y amiguismo no son la misma cosa, que la intolerancia se ha instalado en cada vericueto de la sociedad y de las relaciones interpersonales y que la xenofobia se manifiesta profusamente en conversaciones, redes sociales, cantos tribuneros, etcétera. Hay quienes fingen protestar por causas justas, aunque desconozcan cuáles son esas causas, y dejan a la vista que la de piquetero se convirtió en una profesión o changa más. Están también, en todo el espectro social, los que lloran miseria, pero no se privan de consumir todo lo que se les ponga enfrente. Hay más ficciones. Varias tocan incluso al periodismo. Saltan a la vista. Y en todos los casos son de pésima calidad. Mal escritas y peor actuadas, solo causan desesperanza.
(*) Escritor y periodista
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