Por Carlos Ares (*) |
Estaba manuscrita en la servilleta del bar. Cada tanto, solo para saber cuándo, por qué, desdoblo los triangulitos de papel que quedan tirados sobre el escritorio. Vuelvo a leer, no sin cierta curiosidad, qué anoté ahí. En general son frases con mas pretensiones que significados. Desconectadas del momento, de la tarde, las noticias, el estado sentimental en que fueron escritas, causan una gracia amable, condescendiente, perdonavida. En ocasiones, también un poquito de solitaria vergüenza.
Sin embargo, a veces, muy pocas, entre apuntes breves de pensamientos fugaces, destellos furtivos del sol en la ventana que da al parque, aparece algo que aún se sostiene, resiste como idea que vale la pena desarrollar. Nada del otro mundo, aclaremos de movida. Si provoca algún debate, suma argumentos, opiniones, inicia una conversación útil, entretiene, distrae del tiempo que falta hasta fines de 2023, cuando por fin se cumpla esta condena, tal vez la modesta idea habrá llegado a destino. Es decir, a alguno que la tome, la valore, la ponga en acción.
Para ser considerada buena, interesante, atractiva, la idea debe exponerse de un modo simple, claro, sin vueltas, ni letra chica. Que se entienda de una. Veamos entonces si supera la prueba de ajustarla a un título, un graph, un zócalo de televisión: “Votemos medidas, después personas”. ¿Qué tal ¿Les va? ¿Provoca mueca de desprecio? ¿Critican ya mismo al pie? ¿Pasan a otra página? Para quien, aún con dudas, conceda unos minutos más: “A ver, explicá, cómo sería eso”. A continuación, los detalles.
Antes, como si bajáramos una aplicación ciudadana gratuita útil para debatir, debemos convenir términos y condiciones. ¿Estamos de acuerdo con la Constitución, las leyes, la república, la división de poderes, la democracia?, ¿aceptamos que es el sistema indispensable para convivir en paz? Decir sí, poner la tilde, implica hacerse cargo de la parte que nos corresponde en las cosas que nos pasan. Reconocemos entonces, amigos, queridos lectores, que indignarse, putear, no nos libra de la responsabilidad. Ellos están ahí porque nosotros los elegimos. No nos hagamos los boludos.
En octubre del año que viene, a punto de votar nuevamente, se van a cumplir cuarenta años desde que recuperamos la rutina electoral, en 1983. Achicados los períodos presidenciales luego de la reforma constitucional de 1994, cada dos años toca legisladores, cada cuatro presidente, vice, gobernadores y demás por el tiempo establecido. Salvo cuando el peronismo pierde y hace todo lo posible desde la oposición para echar al que gana. Lograron acortar el mandato de Alfonsín, golpearon abajo a De la Rúa hasta hacerlo renunciar, se les atragantó Macri.
Los capos sindicales, los punteros, todos los que la tienen atada, no se bancan sin las cajas del Estado. Con esos antecedentes a la vista, optar entre quien grita, dice barbaridades, aparenta tener más “carácter, coraje, huevos”, o lo que se supone que un líder debe mostrar, no alcanza para enfrentarlos. Los muchachos peronistas controlan “la calle”. Como en el fútbol, además de meter hay que jugar mejor.
Si nosotros, los giles del común, damos por aprendido que no nos va a salvar un profeta, ¿por qué no se darían cuenta los que se autoperciben candidatos de que esto así como viene no va? Si bien se mira, quién/quiénes puedan pensar, anticipar, dar a conocer un plan, algún plan, pedir apoyo para cumplir con esos objetivos, explicar razones, motivos, en actos durante la campaña electoral, tienen una oportunidad única. Después, que el voto decida.
Desde el primer día, a cada paso, ante cada reforma, cambio o proyecto, el nuevo gobierno podrá dar, en público, en privado, donde corresponda, una respuesta bien democrática: “Estamos haciendo aquello que dijimos que íbamos a hacer, y que votó la mayoría”. No se trata de pegarle de voleo a cualquier cosa que nos parezca redonda a ver si, quién te dice, la clavamos en el ángulo. La suma de fracasos enseña, avisa, advierte que no hay soluciones mágicas, ni atajos.
No será ¡wow!, como para caerse de espaldas, pero antes de tirarla a la basura recuerden que tampoco es que hay tantas ideas mejores por ahí.
(*) Periodista
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