Por Gustavo González |
Alberto Fernández comprueba la idea sartreana de que hace lo que antes otros hicieron de él.
Los otros son Cristina Kirchner haciéndolo candidato a presidente y haciéndole padecer luego cada desobediencia hacia ella; y Sergio Massa, que supo crear las condiciones para hacerle sentir que era la única alternativa que le quedaba. Los otros también son el propio Alberto Fernández, quien en dos años y medio no pudo, no supo o no quiso construir un liderazgo que se hiciera hegemónico ante los otros líderes del Frente de Todos.
Cristina lo desgastó, Massa lo condicionó y, a diez meses de la campaña, Alberto aceptó entregar la gestión económica a un eventual competidor presidencial con la conciencia de que era lo único que le quedaba por hacer.
Lavagna, siempre Lavagna. La semana pasada decíamos que ni Silvina Batakis ni ningún economista podría aplicar exitosamente un plan que no transmitiera la sensación de que se trataba de algo más que de medidas circunstanciales y que, además, no contara con un fuerte respaldo político. Al menos de la coalición oficialista.
Massa corporiza la aceptación del Gobierno sobre la necesidad de generar un shock de certidumbre que derrame desde la política hacia la economía. No significa que vaya a funcionar. Significa que los políticos parecen haber tomado conciencia de que son ellos los que tienen que generar el clima adecuado para que las medidas técnicas tengan chance de funcionar.
Al oficialismo le quedan diez meses para demostrar si puede. En términos concretos, significa que de acá a diciembre la inflación debería tender a bajar a la mitad y que esa tendencia continúe durante el año electoral. Y en términos del PBI –el dato más relevante de un boletín de calificaciones de cualquier gobierno–, sería concluir este año con el crecimiento del 4% que acaba de pronosticar el FMI y un 2023 con otro porcentaje no mucho menor.
Este es el escenario que en las últimas horas se animaban a soñar en el Gobierno. Todavía no asumió el nuevo gabinete, pero es tal la ambición de poder en el peronismo que, con poco, es capaz de regenerar la utopía de la permanencia eterna.
Mientras tanto, el futuro ministro intenta formar su equipo. No le es fácil. No todos los economistas que hasta ahora trabajaron cerca suyo le están diciendo que sí. Algunos porque ya pasaron por el Estado y no quieren repetir la experiencia. Otros, porque están bien donde están.
El miércoles pasado, Massa fue a visitar a Roberto Lavagna a su casa de Saavedra, en busca de ideas y de nombres. Después de 17 años de dejar la última gestión exitosa de la economía, que los políticos vuelvan a él una y otra vez habla de la inestabilidad crónica del país. Además de Massa, también lo consultan el propio Presidente y Horacio Rodríguez Larreta, entre otros. Y lo hizo Guzmán antes de renunciar, azuzado por Alberto Fernández.
En abril, en una cena de tres horas en Olivos, Lavagna intentó convencer al Presidente de que Massa era la mejor opción para manejar la economía. Lo argumentó por su conocimiento de “la botonera del Estado”, por tener un equipo económico propio, por su relación con el establishment local y por sus contactos internacionales.
Por un momento, hasta pareció convencerlo, pero luego nada sucedió.
Hoy, como una forma de mostrar la adhesión de Lavagna, en el massismo hicieron trascender el encuentro del miércoles (incluso difundieron una foto de la camioneta del diputado frente a la casa) y aseguran que se sumará al equipo como asesor externo.
No será así, aunque seguramente dará su opinión cuando se la pidan.
Tres tristes temas. Por estas horas, Massa trabaja sobre tres temas claves: déficit, dólar e inflación.
Sobre el primero, además de un gesto simbólico como disminuir el número de ministerios, continuará el planteo de Batakis de congelar los ingresos al Estado. Sumando un seguimiento y control (¿a través de la Oficina de Presupuesto del Congreso?) para hacer públicos los resultados y demostrar que lo suyo no será solo declamatorio.
Massa también pidió averiguar cuántos trabajadores estatales se jubilan cada año. Lo último que recuerdan a su lado es que en su momento llegaban al 6%: el compromiso de que no se los reemplace sería otra medida.
Adicionalmente, evalúan algún incentivo para retiros anticipados.
En todo caso, lo que intentará transmitir es la toma de conciencia no solo de la necesidad de achicar el déficit, sino de la demanda social de moderar los gastos del sector público.
Aún sujeto a debate, este sábado ganaba la alternativa de implementar una quita de subsidios a las tarifas que sea menos compleja que la que ideó Guzmán y ratificó Batakis. Sería una suba general de luz y gas para todos los que consuman más de cierto límite. Por ejemplo, en el caso de la electricidad el límite serían 300 kw.
Hace tres semanas, en esta columna se contó que esa era la propuesta diseñada por especialistas de línea de la provincia de Buenos Aires y de las generadoras y distribuidoras de energía, con quienes el massismo mantiene excelente relación.
Los otros subsidios en revisión son al transporte, por lo que se esperan nuevos incrementos en los próximos días.
Otro de los temas claves es el dólar. Contrariamente a lo que sostenían Guzmán y Batakis, y sigue creyendo Miguel Pesce, los economistas de Massa entienden que se requeriría una corrección del orden del 20%.
Pero en ese punto se enfrentan a la lógica del titular del Banco Central, compartida por Alberto y Cristina, de que si el dólar estuviera retrasado este año no habría exportaciones récord, estimadas en torno a los US$ 90 mil millones.
Por ahora se piensan alternativas como el desdoblamiento cambiario y algún dólar diferencial para incentivar la liquidación de exportaciones y cuyo mecanismo resulte más simple que el que se conoció esta semana para el campo.
Orden. La cuestión que más preocupa es la inflación. Y la palabra que más repite Massa en los últimos días, en público y en privado, es “orden”.
Encuentra relación entre el desorden político y económico y el desorden de los precios, por eso intentarán mostrar que “la botonera económica ahora está en manos de alguien capaz de llevar tranquilidad a los mercados”.
Cerca suyo sostienen que una parte de la escalada inflacionaria de julio (¿8%?) fue producto de una incertidumbre que irá descendiendo a medida que se transmita orden y que se muestre disminución del gasto e incremento de reservas.
Con ese escenario, suponen que el Fondo será permeable a aceptar desvíos sobre lo acordado.
¿Aceptará CFK un esquema que consideraría ortodoxo? A quienes se lo preguntaron, Massa les respondió que está acordado.
Es sorprendente cómo, en medio de la crisis, el mínimo cambio de clima parece regenerar en el peronismo la sensación de futuro.
Massa, porque piensa que si tiene éxito se convertirá en el candidato de la unidad en 2023. Alberto, porque aspira a asumir los beneficios de ese eventual éxito, como cabeza de un Gobierno que atravesó la pandemia y la guerra en Europa. Y Cristina, porque se resigna a aceptar que nada sería peor que el regreso del macrismo.
Soñar con 2023 puede servir para escapar a la angustia de la realidad.
Pero no habrá futuro vivible para nadie sin antes resolver los problemas urgentes del presente.
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