Por Luciano Román
En un país que espera que lluevan dólares de algún lado, brotaron divisas de un basural. Parece la línea argumental de un cuento de Fontanarrosa, pero quizá sea una metáfora de la Argentina.
El curioso episodio de los dólares hallados en un depósito de residuos de Las Parejas (una pequeña ciudad santafesina ubicada a cien kilómetros de Rosario) parece ser, de algún modo, un reflejo del país. Habla de una Argentina en la que ahorrar se ha convertido en una odisea; la confianza en el sistema bancario sigue evidentemente dañada; el que puede acumular un capital, sea pequeño o mediano, prefiere ocultarlo de un Estado que vive al acecho y siempre listo para el “manotazo”.
El tesoro que fue a parar a los desperdicios refleja, por supuesto, otra verdad de Perogrullo: nadie cree en nuestra propia moneda. ¿Hubiera generado tanta algarabía y tanta excitación el hallazgo de billetes argentinos? ¿Alguien hubiera guardado un capital en moneda nacional o se hubiera apurado a gastarlo? Tal vez alguno hubiera creído que el peso había encontrado en un basural casi su único destino.
La historia detrás de los dólares es una madeja de hipótesis y conjeturas, sazonadas tal vez con mitos y fantasías urbanas. Nadie sabe, a ciencia cierta, a quién había pertenecido el dinero ni cómo llegó al basural. Es evidente, sin embargo, que se trataba de un capital oculto, inmovilizado, quizá escondido por miedo a la inseguridad, a la AFIP, a la inflación y a las devaluaciones.
El caso tiene resonancias metafóricas en un país en el que nadie se anima a arriesgar, y donde invertir se parece a un salto al vacío. Habla de una economía en la que la renta inmobiliaria ya no resulta atractiva y en la que colchón (o el armario) parece el único refugio seguro para el ahorrista de a pie.
Vecinos que remueven residuos con la ilusión de encontrar su salvación también parecen aportar la imagen de un país donde muchos esperan que un milagro venga a rescatarlos de la desesperanza. El deterioro de la Argentina obliga a reescribir hasta sus letras de tango: ¿Dónde hay un dólar, viejo Gómez?, debería preguntar hoy la música popular.
La historia de Las Parejas nos recuerda que en la Argentina los ahorros no se preservan, se esconden. Es la consecuencia de un país que no inspira confianza y que alienta, en contra de sus propios intereses, cualquier variante de economía informal. El contexto genera tanta incertidumbre que nadie que esté en condiciones de ahorrar atina a hacer otra cosa que no sea a esconder sus dólares, aun a riesgo de que terminen humedecidos, carcomidos por las termitas o enterrados en un basural. Cualquier alternativa inspira temor. Hasta las donaciones son desalentadas por una voracidad impositiva que busca sacar tajada del sacrificio ciudadano. El secreto también parece imponerse alrededor de cualquier ahorro, no solo por la inseguridad sino por cierta idea, alentada desde el poder, que estigmatiza o pone bajo sospecha a cualquiera que haya forjado un capital a través de su propio esfuerzo.
Los dólares escondidos en un ropero son, acaso, la imagen de la parálisis que genera la incertidumbre. Retratan también una cultura que se hereda de generación en generación. Padres que han perdido sus ahorros en el corralito, abuelos que vieron licuados sus esfuerzos con el Plan Bonex, o vecinos que quedaron indefensos ante la pesificación asimétrica, todos transmiten –de manera más o menos explícita– esa experiencia que desalienta cualquier espíritu de inversión y de riesgo.
El afán por tener un capital en dólares debajo del colchón (o escondido en el ropero) también nos habla de un país en el que el crédito se ha tornado inaccesible y “los ladrillos” han dejado de ser rentables y seguros. El mercado inmobiliario ha perdido dinamismo; los alquileres están sometidos a una legislación absurda y las tomas de terrenos o viviendas parecen gozar de alguna protección política. Todo conduce, entonces, a los dólares en el placard.
Que este episodio haya ocurrido en un marco de extremas tensiones financieras, con una inflación galopante que evapora los ingresos y un dólar descontrolado que cotiza por las nubes solo puede interpretarse como una ironía del destino.
No sería extraño ver al presidente del Banco Central excavando con una pala en el basural santafesino. A la metáfora se le agregaría la confesión de un gobierno que ha perdido la brújula y que solo parece apostar a que, a través de un milagro, broten dólares de algún lado.
Tal vez logremos torcer el destino si le encontramos significado y sentido a otra metáfora de Las Parejas: la que representan las palas. En ellas, después de todo, hay un símbolo de trabajo, de esfuerzo y de sacrificio. Si empezamos por ahí, quizá los dólares vengan solos.
© La Nación
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