Por Fernando Laborda
Cuando el fin de semana pasado evaluó con Sergio Massa la posibilidad de que este ingresara al Gobierno como jefe de gabinete con un amplio control sobre las esferas económicas de la administración nacional, Alberto Fernández dudó.
Advirtió que nombrar al actual presidente de la Cámara de Diputados en ese cargo y con semejante poder, podría terminar convirtiendo al actual jefe del Estado en una suerte de “presidente honorario” cada vez más alejado del poder real. Finalmente, el veto de la vicepresidenta Cristina Kirchner a esa reestructuración del gabinete puso fin, al menos temporariamente, a la posibilidad de la incursión de Massa por el Gobierno.
En las últimas horas, sin embargo, quienes hablan con frecuencia con el primer mandatario reconocen que Alberto Fernández es consciente de que hay algo peor aun que compartir el poder: el vacío de poder. “Se está tratando de ordenar la relación entre Alberto, Cristina y Massa. A metros del abismo, frenamos”, expresó un dirigente del Frente de Todos que tiene buen diálogo con el presidente de la Nación y el titular de la Cámara baja.
El diálogo que está teniendo lugar entre los tres referentes más importantes de la golpeada coalición gobernante se viene llevando a cabo con las desconfianzas lógicas por el daño que se han hecho, pero con la sensación de que todos ellos han comprendido la necesidad de transitar un camino de construcción de consensos, según fuentes del Frente de Todos.
Tras la sorpresiva renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía, el presidente Fernández aceptó en un principio la alternativa de incorporar a Massa al Gobierno, pero no se logró un acuerdo más amplio que contemplara una reestructuración de todo el gabinete, achicando el número de carteras, como pretendía el dirigente de Tigre, y con cambios tales como el pase de Juan Manzur de la Jefatura de Gabinete al Ministerio del Interior y de Wado de Pedro de Interior a Justicia, como habría sugerido Massa.
Toda esa ingeniería se cayó a pedazos en la tarde del domingo, en parte por la falta de un potencial ministro de Economía con peso específico y ante la desconfianza del propio primer mandatario, a lo cual se sumó la decisiva negativa de Cristina Kirchner, la socia mayoritaria de la coalición, a considerar semejantes modificaciones.
Pese a eso, en las reuniones que mantuvieron el Presidente y la vicepresidenta en los últimos días, de las que en algún momento habría participado Massa, surgió cierta voluntad de retomar el camino de una reingeniería del gabinete, sin que se descarte la incorporación del actual titular de la Cámara de Diputados al Gobierno. Especialmente, ante las dificultades de comunicación que sufre el Poder Ejecutivo, entre las imprudentes declaraciones que –a juicio de hombres del propio oficialismo– viene lanzando la flamante ministra Silvina Batakis desde que aterrizó en el Palacio de Hacienda y las dificultades que enfrenta la portavoz presidencial, Gabriela Cerruti, en cada conferencia de prensa, más allá de la pésima recepción del mercado financiero al reciente cambio ministerial.
Recurriendo a una metáfora futbolística, un diputado oficialista expresó la necesidad de “buscar un defensor picapiedra al menos para no terminar perdiendo por goleada”. La referencia apuntaba a Massa, precisamente por su experiencia, por sus ganas de entrar a la cancha y por “su vocación para resolver quilombos”.
Según el mismo dirigente, Cristina Kirchner y Massa tienen una concepción sobre el ejercicio del poder bastante afín, y es probable que el presidente de la Cámara baja coincida con la vicepresidenta cuando ella recurre al concepto de la lapicera.
No será sencillo alcanzar acuerdos frente a algunas de las demandas que viene formulando en las últimas horas Cristina Kirchner. La expresidenta está reclamando una reconfiguración de los planes sociales, desvinculando de su distribución a las organizaciones sociales; un salario básico universal; la renegociación de las metas del acuerdo suscripto con el FMI y un aumento en las retenciones a las exportaciones agrícolas, algo que solo se podría llevar a cabo mediante la aprobación de una ley por el Congreso de la Nación.
Asimismo, Cristina Kirchner demanda la inmediata renuncia de algunos funcionarios, tales como los dirigentes sociales Emilio Pérsico (Movimiento Evita) y Daniel Menéndez (Barrios de Pie); el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce.
La viabilidad de que el presidente y la vicepresidenta de la Nación puedan avanzar por una senda de acuerdos podrá empezar a evaluarse con los sendos mensajes públicos que efectuarán Cristina Kirchner, hoy en Calafate, y Alberto Fernández, mañana en Tucumán, donde se conmemorará un nuevo aniversario del Día de la Independencia.
El aperitivo se vio ayer, con el discurso que pronunció Máximo Kirchner en Escobar, oportunidad en la que celebró el alejamiento de Martín Guzmán del gabinete de ministros con un reproche al albertismo: “Se abrazaron a Guzmán, pero los dejó tirados y ahí está otra vez Cristina para sacarlos adelante”. Tal mensaje admite la intepretación de que los resquemores dentro de la coalición oficialista siguen latentes, aunque también permite tejer la hipótesis de que, como señala el dicho, muerto el perro, se acabó la rabia.
© La Nación
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