Por Pablo Mendelevich |
Según la Real Academia, un batacazo es un “triunfo o suceso inesperado y sorprendente”. Si la fueguina Silvina Batakis hiciera un “Rodrigazo”, como propone Milei en memoria de Celestino Rodrigo, ¿se lo llamaría Batakazo con k (sic)? No hay que preocuparse por eventuales contradicciones semánticas. Con la sobreabundancia de absurdos que hay, hoy nadie se va a demorar en esas discusiones, mucho menos siendo ajenas a las sagradas cuestiones de género.
A Milei un Rodrigazo le parece necesario. “Ante el desequilibrio macro y financiero -dijo- se requiere de un ministro competente y con coraje para soportar que su nombre pase a la historia de modo horrible. Esto es así porque cuando la casta tenga que ajustar no lo hará y todo volará por los aires”. Milei parece olvidar que después del shock despiadado que aplicó en junio de 1975 el ministro de Economía puesto por López Rega, la siguiente estación fue el descontrol total de la economía que asfaltó el camino para el golpe de estado de Videla.
El Pacto Social se había derrumbado al morir Perón. Vino entonces el “sinceramiento” de Rodrigo (devaluación del peso de 150 %, subas de la nafta del orden de 180 %, aumentos de 100 % en los servicios públicos y transporte, con tope de 40 % para los salarios) que desencadenó el primer paro nacional de la CGT contra un gobierno peronista. El hartazgo y la indignación alcanzaron tal envergadura que hasta provocaron la caída de López Rega. Y con él, por supuesto, del servicial Rodrigo, a quien continuó una calesita de ministros de Economía (Bonnani, Corvalán Nanclares, Cafiero, Mondelli), mientras la hiperinflación corroía a la incompetente Isabel Perón. El único que sobrevivió al huracán fue el viceministro de Rodrigo, Ricardo Zinn, su ideólogo, quien apenas se instaló la dictadura devino… ¡materia gris de José Alfredo Martínez de Hoz! Inequidades de la memoria: el peronismo, que nunca le reconoce a aquel gobierno propio el mayor ajuste de la historia en un solo día, mucho menos habló alguna vez de Ricardo Zinn.
Como la Argentina padece de circularidad y el futuro es sustentable en lo que se refiere a incertidumbre, el pasado siempre llama, recurrente y maleable. Las estampas ajadas, desteñidas, pegoteadas unas con otras, aparecen en especial cuando hay fines de semana como el que acabamos de tener. Horas y horas sin ministro de Economía ni voceros ni señales de humo, eso sí, plagados de rumores. Por algún motivo, los primeros recuerdos de la fila suelen ser de presidentes débiles y de ministros de Economía débiles, dos colecciones que varias veces anduvieron de la mano.
Cuenta Félix Luna que en 1970 cuando Roberto Marcelo Levingston fue “elegido” presidente (por Lanusse) se vivió en las redacciones de los diarios una situación insólita: en ningún archivo había siquiera una foto del personaje, para los argentinos un verdadero desconocido (atención patrullas ideológicas kirchneristas: no se enojen por la mención de un dictador en medio de un comentario sobre la democracia, recuerden que Levinsgton tuvo de ministro de Economía al gran Aldo Ferrer, inspirador del Grupo Fénix, designado por Cristina Kirchner en 2011 embajador en París).
De Silvina Batakis sí había foto, pero no alcanzó para que el Financial Times no la tratara de una “casi desconocida ministra provincial”. A la foto que ilustra la nota en el periódico que leen los más poderosos hombres de negocios de todo el mundo no la tenían en Londres, usaron la que distribuyó Presidencia de la Nación. Muestra al Presidente y a su elegida charlando muy sonrientes en los jardines de Olivos como si estuvieran comentando, risueños, el problema del crecimiento desmedido de la economía argentina y su efecto colateral, que según Fernández es la inflación. Pero se ve que el ambiente bucólico de la imagen no enterneció al diario británico, porque les anticipó a los lectores que Batakis no va a poder calmar a los mercados. Un pronóstico apresurado. Apenas lleva dos o tres días de acierto.
En su primera declaración como ministra, realizada en un hall de la Casa Rosada, Batakis se confesó devota del equilibrio fiscal y prometió “la liberación de todas las fuerzas productivas de nuestro país”. La última vez que esas paredes habían escuchado tan sugerente sustantivo había sido cuando los chicos de La Cámpora hacían retumbar aquel cántico sacrificial dirigido a Cristina Kirchner: “acá tenés los pibes para la liberación”. Batakis se refiere, presuntamente, a otra liberación, que tampoco debe ser la liberación de las fuerzas productivas de la que hablaba Martínez de Hoz (coincidencia que observó el sitio lapoliticaonline) ni la de Fidel Castro, un amante de la frase.
En definitiva, aparte de presentarse como miembro de la iglesia del equilibrio fiscal, Batakis no dio ninguna señal clara acerca de cómo piensa compaginar la continuidad del “programa” de Alberto Fernández, quien se decía bien representado por Martín Guzmán, con las ideas antifondomonetaristas de su mentora, la vicepresidenta, quien hizo todo lo posible para hundir a Guzmán. Su mentora, digamos, el domingo, porque el lunes ya ni fue a la jura. Incluso mandó decir que el nombre de Batakis no se le ocurrió a ella, ella sólo bendijo.
Juntos por el cambio critica el espectáculo que da el gobierno, las internas, la falta de rumbo y reclama “responsabilidad institucional”, no mucho más. En cambio, Milei y Cristina Kirchner tienen recetas rotundas, contundentes para solucionar los problemas de la economía argentina. Para solucionarlos en la tribuna, se entiende.
El problema de la segmentación de tarifas, por ejemplo, la vicepresidenta sabe mejor que nadie cómo evitar que se concrete. Hasta tiene en el gobierno gente especializada para eso. En lo que tal vez los gobernantes sufran de cierta confusión es en la discriminación entre lo público y lo reservado. Como han venido demostrando, el Presidente y la vicepresidenta están a favor, en eso coinciden, de pelearse en público. Cada uno con su estilo. Ella lo amonesta (habría que inventar “lo lapicerea”), se burla de sus lapsus (una innovación, nunca en la historia un vicepresidente se había burlado en público del presidente ni viceversa) y él le contesta con la tibieza enfática que lo caracteriza, arrancando sus frases con cuatro palabras, “como bien dice Cristina”, para poder explicar enseguida que en eso (lo que sea) no está de acuerdo con ella.
El domingo por la tarde, finalmente, hablaron una hora por teléfono mientras hacían el casting para ministro de Economía, y por la noche, albricias, cenaron juntos en Olivos. Los oficialistas de uno y otro bando, los sindicalistas, los empresarios, los banqueros, los bancarios, por supuesto los opositores, los maestros, los policías, los militares, los panaderos, los albañiles, los plomeros, los científicos, los desocupados, los estudiantes, los marginales, el pueblo -como ellos siempre dicen- y los benditos mercados, todos querían saber qué acordaron. O todos querían creer que algo debieron acordar.
La respuesta salió sin demorarse de las oficinas de la Casa Rosada encargadas de informar, resumida en dos palabras: sin comentarios. A su pesar dieron la noticia. Alberto Fernández y Cristina Kirchner siguen sin entender que es un problema político lo que envuelve el desaguisado económico y que ellos son los protagonistas excluyentes.
© La Nación
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