Por Guillermo Piro |
Entre los distintos fantasmas con los que cohabitamos están, naturalmente, los fantasmas propiamente dichos, los que provocan que las cosas se caigan o se muevan sin razón aparente y hacen ruido por las noches, los traductores, que rara vez aparecen en las tapas de los libros y que, la mayoría de las beves, si son buenos, una vez iniciada la lectura desaparecen, o lo intentan, y los ghostwriters, los mejores, porque son inigualablemente leales y sus nombres, si son buenos, ni siquiera aparecen en los agradecimientos.
El ghostwriter, como el francotirador, tiene un estado de espíritu único, indiscutible en su rareza, raro en su carente necesidad de alimentar el ego, autosuficiente en el rigor con que se hace pagar, multifacetico en los roles que asume. Marcos Mayer, fallecido el año pasado, maestro de ghostwriters, escribió, entre muchas otras biografías, la de Carlos Corach y la Indra Devi. No deben de existir en el mundo personas más disímiles que esas dos, y sus respectivos libros ponen eso de manifiesto: son distintos. Marcos Mayer había asumido la personalidad de ambos y había escrito sendos textos absolutamente disímiles, sin ningún punto en común, sin ninguna coincidencia.
El método de trabajo se parece mucho al del periodista: preguntas, grabador en mano, notas al pasar y repreguntas. Luego, de un modo inexplicable (yo nunca fui capaz de hacer eso), el ghostwriter es capaz de ordenar todo ese caos hecho de palabras y recuerdos inconexos e imprecisos, modelando una historia con un principio, un desarrollo y un final. Sorprendente.
Otro tipo de ghostwriter, al que llamaremos ghostwriter fake, siente la necesidad de que su nombre trascienda, de modo que se ocupa de hacer saber a todos que la biografía de determinado personaje fue escrita por él. Es el ghostwriter de un solo libro, el poco confiable, aquel del que es necesario escapar prestamente.
Pero por lo general el ghost (reduzcamos su nombre, que ya sabemos de quién hablamos) se siente cómodo en la oscuridad, escribiendo en un rincón, plasmando la idea de otro, traduciendo en palabras armoniosas lo que el entrevistado dijo a tientas, sin completar las frases. Son cosas interesantes. Hay un placer secreto en no ser descubierto, en permanecer en el anonimato y al mismo tiempo dar a luz algo que lleva la firma de otro, que uno sabe propio, pero ajeno.
Todos recordamos a mediados de los 80 la aparición de La conspiración de los banqueros, de Jorge Garfunkel, y el haber certificado no con haber leído un par de páginas, isno un par de párrafos, que el ghost que estaba detrás de esa novela era César Aira, simplemente porque era una novela de César Aira. No una novela “a lo” César Aira, sino “de” César Aira. Mal ghost. A su modo, siempre un poco improbable, el autor en la sombra hizo trampa, poniendo sobre él una luz potentísima, haciéndose ver, llamando la atención. Tal vez ni siquiera era su intención ocultarse, de ahí que resultara tan fácil descubrirlo entre las ramas, o detrás de los arbustos, mal mimetizado, vestido de rojo en un paisaje verde.
Lo que importa es que se trata de una subocupación que merece una investigación concienzuda, seria: hace falta alguien que saque a la luz todos los nombres, las obras y las sobras, los secretos a voces, los misterios. Hace falta alguien que desentierre a los autores sepultados, ignorados. Alguien que los aplauda.
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