Cristina-Alberto: "Esta burda pelea es un agobiante espectáculo pornográfico"
Por Sergio Sinay (*)
El 5 de octubre de 2021 murió en Cali, Colombia, donde había nacido, el escritor Hernán Hoyos. Tenía 91 años. A partir de finales de la década del 50 había publicado una serie de novelas que él mismo definía como de “sexo-ficción” y que lo convirtieron en un autor de culto. Algunos de esos títulos dan la pauta de su perfil literario: 008 contra el Sancocho, Sin calzones llegó la desconocida, El tumbalocas, Frentenalga y careculo. El pudor social y editorial reinante entonces obligó a Hoyos a publicar y vender sus libros por cuenta propia.
Aun así, el tiraje de su obra completa, que abarca más de cuarenta títulos, superó largamente los 500 mil ejemplares. Su compatriota Óscar Collazos, respetado novelista y crítico cultural y político, dijo que lo envidiaba porque era el único escritor colombiano que, antes de Gabriel García Márquez, había logrado vivir de la literatura.
Conocido como El Pornógrafo de Cali y como El Marqués de Sade de Cali, Hoyos era un hombre culto, buen conversador, católico declarado y seductor impenitente, que cambiaba de “amores” (así llamaba a sus conquistas, siempre más jóvenes que él) con alta frecuencia y lo hacía basándose en su caudalosa y creativa labia. Fue objeto de estudios literarios, tanto académicos como en revistas culturales.
En la Universidad Andina Simón Bolívar, de Ecuador, hay una tesis sobre su obra escrita por Diana Carolina Gutiérrez, y en Youtube se puede ver el documental Hernán Hoyos, un escritor de mala reputación producido por Carlos Fernando Rodríguez Bejarano. En ese film Hoyos afirma que escribía para un público popular: mozos, mecánicos, empleados de comercio, viajantes, etcétera.
Cuando el periodista cubano José Pardo Llada fue invitado a disertar sobre periodismo y literatura en un colegio de mujeres, en Cali, pidió que levantaran la mano quiénes habían leído a García Márquez. De las treinta alumnas, dos lo hicieron. A continuación, inquirió quiénes habían leído a Hoyos. Todas las manos se alzaron.
La obra de Hoyos (que no se privaba de describir tríos, coitos anales, lesbianismo y todo tipo de experiencias sexuales) se inició mucho antes de que se filmara Garganta Profunda, el clásico del cine porno de los 70, protagonizado (a disgusto y forzada por su novio, un proxeneta psicópata) por Linda Lovelace, quien nunca pudo recuperarse del desquicio que le produjo esa experiencia.
Esta película, que también inspiró el alias del misterioso confidente impulsor del caso Watergate, motivo de la renuncia y el ocaso del presidente estadounidense Richard Nixon, fue recordada y mentalmente recuperada esta semana por el presidente Alberto Fernández en otra de las inevitables gaffes que protagoniza cada vez que se expresa en público.
En apariencia confundió Garganta Profunda con Garganta Poderosa, una revista ideológicamente afín a su gobierno. Pero, como se sabe desde hace tiempo, el inconsciente existe. Y representa las siete octavas partes sumergidas de nuestra psiquis, en tanto la conciencia (en la que confiamos como referencia central de percepción y razonamiento) es apenas la octava parte emergente.
En el inconsciente se apretujan todas aquellas imágenes, fantasías, deseos, impulsos y recuerdos que reprimimos o que no alcanzamos a manifestar. También cosas que sabemos, aún sin saber que las sabemos, y que pugnan por ser alumbradas.
El inconsciente presidencial parece haber querido denunciar (a pesar de la voluntad de ocultarlo) el carácter pornográfico de las internas que atraviesan al Gobierno y que paralizan o desvían su gestión.
En la pornografía no hay misterio, no hay sutileza, no hay creatividad ni imaginación. Como señala el filósofo coreano Byung-Chul Han, en la pornografía la relación entre el ojo y lo que ve es directa, cruda, sin simbolismo. En esa transparencia hay violencia, indignidad, miseria moral, la vergüenza desaparece, como el pudor o la discreción.
La burda pelea entre Fernández y Fernández es, desde esta perspectiva, un agobiante espectáculo pornográfico que no merece el amable respeto que, con el tiempo, sí supo cosechar la obra de Hernán Hoyos.
(*) Escritor y periodista
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