miércoles, 1 de junio de 2022

La fractura como insignia

 Por Roberto García

Unos se rompen porque van a perder. Y otros se quiebran porque van a ganar. Así viven las dos grandes coaliciones políticas del país, ambas apresuradas frente a elecciones todavía distantes, alejadas. Impaciencia colectiva, nac and pop argentina: la fractura como insignia.

Luego de un contumaz acecho, la poderosa Cristina no pudo con Alberto ni con el alfeñique de Martín Guzmán, que mantuvieron el Alcázar rosado. Más que poner gente en el Gobierno, la tuvo que retirar.

Ahora, la dama recurre al vaticinio común de distintos economistas neoliberales: 90 días de espera para una eclosión, por lo menos con el tipo de cambio. El dólar siempre fue golpista. Más la inflación persistente. Coincide en los pronósticos con las urgencias de los medios dominantes. Raro. También los de sus consejeros económicos: hoy la Vallejos debe aceptar pronósticos como los de su envidiado Martín Redrado.

Para colmo, en su intento por diferenciarse del Presidente, la Vice impuso a un fracasado Feletti, que abandonó la Administración con un 30% adicional en los precios. Gran aporte del dirigismo.

Ahora, la confusa Cristina –convencida de la derrota electoral venidera– postula una mesa política de los tres jeques del Frente. Ni que fuera la Junta Militar: 33% para cada uno cuando ella piensa que el Gobierno le corresponde. Débil y frágil, Alberto rechaza el intento. Como si no hubiera existido una mesa de los lunes en estos dos años con inútiles representantes del trío más mentado.

Una frustración sobre otra, tal vez inviable además: nadie imagina a Cristina, un día por semana, conversando formalmente con Massa y Alberto en su departamento, cuando la palabra compartir no figura en su diccionario.

También ese fragmento kirchnerista del Gobierno se lamenta por la falta de diálogo entre las dos cabezas ejecutivas, cuando antes presumía de que la viuda, por antojo, no lo atendía a su mal elegido. Ahora ha cambiado el cuadro: el que no atiende el teléfono es el mandatario. Lo que no supone una rebelión, apenas hartazgo de un marido agredido, naturalmente sumiso.

Por otra parte, esa pretensión dialoguista en la cúpula se desvanece en la historia: Néstor lo bombardeaba a Scioli, Cristina ni lo veía a Cobos, Alfonsín lo ninguneaba a Martínez y De la Rúa padecía las insolencias de Chacho Álvarez. Por lo tanto, son pueriles los argumentos de La Cámpora, tonterías de juventud en gente que ya no es joven.

Se agrega al incierto destino oficial, en la última quincena, un rol más determinante del titular de la Cámara de Diputados. Primero, en el trasiego de visitar a sus conflictivos socios, luego convocando a economistas críticos de Guzmán y, por último, defendiendo un tema personal: la suba del mínimo no imponible. Comprensible, pero con espamento deliberado, al difundir Massa dos cartas al Presidente por ese tema (como si no hablara con él) y, sobre todo, por anunciar temas económicos con Sergio Berni de ladero.

Poco sutil ese encuentro con un extravertido jefe policial que trató de temulento a Alberto y de irresponsable a la Cristina que lo designó. Suelto de cuerpo, sigue sin renunciar. No hay poder ni para reclamarle la dimisión.

Sin embargo, más que sentarse junto a quien había proferido esa denuncia, interesó la fotografía conjunta: muchos entendían que Massa no había borrado sus sospechas sobre los autores del famoso robo que sufrió en el pasado, la violación a su casa y a su caja fuerte, episodio escandaloso que afectó la salud de su esposa Malena (recordar que alguna vez trató de “forro” en público a Scioli). Cualquiera hubiera dicho que la cuenta de desgracias con Berni era inolvidable. O que, quizás, el olvido está lleno de memoria, según Mario Benedetti.

Quiebre anticipado. Se dividen entonces los que creen que van a perder y también quienes suponen, con demasiada anticipación, que van a ganar. Como si la partición fuera un proceso de reproducción celular, tipo la cariocinesis (como se sabe, a esta explicación científica el peronismo la reduce a los gritos del coito amoroso de los gatos).

Se advirtió el fenómeno en el bloque opositor, en la convención de la UCR del viernes 27: persiguen además una mayor tajada en el reparto con sus socios de una torta que aún nadie puso en el horno.

Se invocó mantener la unidad con el PRO y la Coalición Cívica, lema más escrito en el aire que en una pared. Fue una convención declarada anti Milei (al que echaron sin que éste hubiera querido entrar) y, sordamente, contra Mauricio Macri, quien no les quiere pagar lo que los radicales suponen valer. Esa insistencia del ingeniero parece separarlo de un Horacio Rodríguez Larreta más generoso. Claro, uno siempre fue un avaro y el otro hoy dispone de caja.

Por otra parte, se confirmó la candidatura provisoria de Facundo Manes para la presidencial 2023, aunque esa aspiración bien podría postergarse hasta 2027 si antes se arma una fórmula cruzada con el PRO. Sueño de Gerardo Morales, ahora capataz del partido.

Definieron también la nueva filosofía del partido, tan revolucionaria como la boina blanca: un estado no demasiado grande (populismo) ni demasiado pequeño (liberalismo). O sea, un pensamiento mediano.

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