Por Marcos Novaro |
Alberto Fernández tenía que hacer algún sacrificio en el altar de Cristina Kirchner, si quería mantener mínimamente encaminados sus esfuerzos en pro de la reconciliación y la convivencia.
Y Kulfas le hizo fácil la elección de la víctima. Su partida no pudo manejarse peor, pero igual le proveyó al presidente un rato de paz en el frente interno. Más en concreto: unos meses más de vida para Guzmán, hasta que termine de saberse si es o no capaz de moderar mínimamente la inflación.
Kulfas, con el método Lavagna de salida
El episodio, de todos modos, generó muchos más costos que beneficios para el Ejecutivo en su conjunto. En gran medida porque Kulfas quiso usar el modelo Lavagna de salida: denunciar un caso resonante de corrupción cuando ya se está con una pata afuera.
Sin advertir la distancia entre su situación y la de Lavagna en 2005: su ejercicio del cargo debió haber sido menos deslucido y estar menos implicado en los desmanejos que denunció. Y también lo distinta que es la situación del actual presidente y lo mucho más dañina que resultarían para él sus denuncias: Alberto Fernández dejó ver que si no cambia más seguido funcionarios no es porque sea demasiado leal con ellos, no ganó mayores simpatías kirchneristas por haberse amputado otro miembro, no ha podido desactivar el escándalo, que ya cobró vida propia por vía judicial y va a ser el principal damnificado cuando el gasoducto en discusión se retrase.
De cualquier modo, era casi imposible que fuera a estar listo para el invierno de 2023, pero que esté detenido durante el invierno de este año va a sumar combustible al ya muy inflamable malhumor social.
Sumar volumen político
Como sea, además de para mostrarse conciliador con la jefa, el presidente aprovechó la volada para, como se dice ahora, “sumar volumen político” a una gestión que hace tiempo viene cascoteada por los cuatro costados.
Daniel Scioli en Producción, igual que Agustín Rossi en la AFI, sirven a ese objetivo. Y también al de mostrar un “albertismo que resiste”, que no está muerto del todo y hasta puede mostrar nuevos rostros. O no tan nuevos, pero al menos no del todo desgastados por las peleas internas y una gestión decepcionante. Scioli, con un poco de suerte y activismo de su parte, en las próximas semanas podría tal vez hacer olvidar el mal trago con Kulfas.
Vista así, la solución que encontró Alberto Fernández no deja de ser positiva también para el ciudadano medio. Porque la alternativa ya sabemos cuál era: una ruptura completa de la coalición de gobierno que nos arroje en el total desgobierno. Contra lo que fantasean aún los albertistas resilientes, que es todavía viable un gobierno sin Cristina Kirchner. Algo que cualquiera en su sano juicio se da cuenta equivale al suicidio.
Por suerte para todos nosotros, Alberto Fernández no siguió el consejo de esos audaces. Entre los que se había anotado hace tiempo el propio Kulfas, qué casualidad. Y qué desatino: si se querían rebelar, lo hubieran hecho dos años atrás; ahora a Alberto Fernández y su gente lo único que les queda es tratar de sobrevivir, y es mejor que se resignen. Para lograrlo, y que el gobierno no vuele por el aire, necesitan a Cristina Kirchner, así como al resto de los peronistas y a todos los actores sectoriales a los que puedan abrazarse.
Para todo esto, la presencia de Scioli viene también muy bien
Y puede que tenga algo más de suerte que Juan Manzur en la Jefatura de Gabinete. Porque, recordemos, aunque Manzur supuestamente llegó a ese cargo por sugerencia de Cristina Kirchner, lo cierto es que ni ella ni los camporistas se lo tragan, y tampoco los gobernadores le confían, apurado como estuvo desde un comienzo en montar su candidatura para 2023. Además, el tucumano quedó rápido fuera de juego como vocero oficial: sus conferencias e intervenciones en la prensa desnudaron sus limitadas capacidades en ese terreno, así que tuvo que ser reemplazado por Gabriela Cerruti.
Ahora que Cerruti también luce desgastada (es duro tener que comunicar lo que hace y no hace este gobierno), la aparición en escena de Scioli podría quitarle presión: manejarse con los periodistas está sin duda entre sus mejores dotes. Lástima que no lo esté también su conocimiento de las políticas productivas, pero es un detalle.
Como sea, lo que sin duda destaca hoy entre sus méritos no es tanto su labia y desempeño mediático, como el hecho de que se lleva bastante bien con todas las tribus que tienen convulsionado al Frente de Todos, y de cuyo mínimo entendimiento depende la supervivencia del gobierno. Una función que pasaba esencialmente por las manos de Alberto Fernández, y que desde que Cristina Kirchner inició su demolición, él ya no logra cumplir. Si Scioli pudiera complementar asimismo ese rol sería una gran noticia. De nuevo, para el oficialismo, pero también para el común de la gente.
¿Alcanzaría con eso para que se reinstale como “presidenciable”? Es pretender demasiado. No sólo porque su imagen pública es hoy tan mala como la del presidente, y no está muy por encima de la de Manzur, el expretendiente. Sino porque lo que tiene por delante es bastante poco prometedor. Con suerte, evitar que las cosas empeoren en materia de disponibilidad de las importaciones esenciales para la industria, y demás asuntos candentes de su cartera. Ser el nuevo partenaire de Alberto Fernández para venderle al peronismo la idea de que el Frente de Todos sigue siendo la única tabla de salvación posible contra una catástrofe electoral. Y de Guzmán, en la promoción de una política económica que tiene por única guía el incumplimiento disimulado y no abierto y rupturista del acuerdo con el FMI. Y claro, convencer también a los empresarios de que si ellos dos fracasan, los que vendrían a reemplazarlos serían mucho peores. En suma, buzones entre poco y nada convincentes concebidos para llegar boqueando, con el agua al cuello, hasta el final del mandato.
Ojalá se acomode a estas limitaciones y no trate de ignorarlas, detrás de sueños incumplibles. De otro modo, sí podría terminar como Manzur, y como el propio Kulfas, dañándose a sí mismo y a los demás.
© TN
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