domingo, 19 de junio de 2022

Carta de Güemes a Artigas


Por Pacho O’Donnell

Los dos fueron grandes caudillos, uno del litoral y otro del noroeste, y provenían de familias de acomodada situación social y económica pero prefirieron identificarse con la causa de los humildes. Fueron traidores de clase. Ambos se enfrentaron a la prepotencia centralista y feudal de un Buenos Aires que remplazó al colonialismo hispánico, consolidando su poderío político y económico sobre los “trece ranchos”, como despectivamente se designaba a las provincias, al adueñarse en exclusividad de los recursos de la Aduana.

Su integridad hizo que ambos jefes “bárbaros” como los calificaron los “civilizados” del puerto y sus aliados del interior, rechazaran intentos de sobornos enemigos. Eran los líderes de gauchos, originarios y afrodescendientes sin que ninguna autoridad los designara, como sucedía en los ejércitos formales, sino por elección espontánea de quienes se consideraban representados y defendidos en sus intereses y les pagaban con lealtad y coraje. Eran capaces de dar su vida por ellos como lo reconocería uno de sus enconados críticos, el unitario José María Paz: “ No obstante, era adorado de los gauchos, que no veían en su ídolo, sino al representante de la ínfima clase, al protector y padre de los pobres, como lo llamaban, y también, porque es preciso decirlo, al patriota sincero y decidido por la independencia; porque Güemes lo era en alto grado. El despreció de las seductoras ofertas de los generales e realistas, hizo una guerra porfiada, y al fin tuvo la gloria de morir por la causa de su elección, que era la de la América entera”.

El 5 de febrero de 1816 José Gervasio Artigas le envió una carta a Miguel Martín de Güemes cuya lectura es muy reveladora:

“Mi estimado paisano:

“El orden de los sucesos tiene más que calificado mí carácter y mi decisión pues el sistema está cimentado en hechos incontrastables, No es extraño parta de este principio para dirigir a Ud. mis insinuaciones cuando a la distancia se desfiguran los sentimientos y la malicia no ha dormido siquiera para hacer vituperables los míos; pero el tiempo es el mejor testigo y él admirará ciertamente la conducta del Jefe de los Orientales”.

Había llegado a sabiendas del jefe oriental la campaña de descrédito llevada adelante por los medios porteños acusándolo de, por ambiciones personales, desviar esfuerzos y recursos de la guerra contra España. Hasta Manuel Belgrano se hizo eco de ello: “Esta guerra no tiene transacción (la que libraba Artigas contra Buenos Aires) , la hacen hombres malvados sin objeto ni fin y para mí tengo que los promotores son movidos por los españoles… los que están a mi frente son gente en desorden y ellos correrán luego que vean tropas”. (Eduardo Azcuy).

“Yo me tomo esta licencia ansioso de uniformar nuestro sistema y hacer cada día más vigorosos los esfuerzos de América – seguía el salteño-. Ella ciertamente marcha a su ruina dirigida por el impulso de Buenos Aires; sería molesto en hacer esta narración fastidiosa que forma la cadena de nuestras desgracias y de que todos los sensatos se hallan convencidos. Su preponderancia sobre los pueblos le hace mirarlos con desprecio y su engrandecimiento le sería más pesaroso que su total exterminio”.

Tanto el oriental como el salteño debieron soportar la animosidad porteña, que no era retórica sino que enviaba ejércitos para doblegarlos. Había declarado la guerra contra ambos caudillos que defendían un modelo federal y popular para la organización de la patria naciente y que con su carisma habían concitado un apoyo que hizo temer al puerto por su capacidad de imponer sus designios.

“Las consecuencias de este principio son palpables en los resultados, y abatido el espíritu público nada es tan posible como nuestro anonadamiento. Por fortuna los pueblos se hallan hoy penetrados de sus deberes y su entusiasmo los hace superiores a los peligros…

“Estoy informado de su carácter y decisión y ello me empeña a dirigir a Ud. mis esfuerzos por este deber: Contener al enemigo después de la desgracia de Sipe-Sipe debe ser nuestro principal objeto”.

Artigas demuestra estar bien informado. La desastrosa derrota de las fuerzas patriotas en Sipe Sipe , bajo la pésima conducción de José Rondeau, marcó un momento en que la revolución estuvo en peligro. La defensa de la frontera norte quedó en manos de Güemes y sus “infernales” entrenados en rigurosas estrategias de la guerra de recursos o guerrillas.

A continuación el oriental le cuenta sus pesares al salteño: “Por acá no hacemos menos esfuerzos por contener las miras de Portugal”. El deseo de los gobernantes porteños de deshacerse de Artigas los llevó a hacer la vista gorda y apoyar secretamente la invasión luso-brasilera a la Banda Oriental. Acción tan ominosa como la de ordenar que las tropas enviadas para fortalecer el ejercito patriota diezmado luego de Sipe Sipe cambiara de objetivo y se dirigiese contra Güemes, quien había tenido la osadía imperdonable para el Directorio porteño de ser proclamado gobernador de Salta por el voto popular.

“Este gobierno rodeado de intrigantes duplica sus tentativas pero halla en nuestros pechos la barrera impenetrable. La fría indiferencia de Buenos Aires y sus agentes en aquella corte me confirma de su debilidad”. Efectivamente había porteños en la corte portuguesa en Brasil aconsejando sobre la invasión a la Banda Oriental. Entre ellos Manuel J. García quien sería el emisario de Rivadavia en la entrega de la Banda Oriental al Brasil obedeciendo instrucciones de Gran Bretaña.

“Nada tenemos que esperar sino de nosotros mismos. Por lo tanto es forzoso que nuestros esfuerzos sean vigorosos y que, reconcentrado el Oriente, obre con todos sus recursos.

Gracias al cielo que protege la justicia: nuestro estado es brillante y los sucesos dirán si se hace respetar de todos sus enemigos”.

Artigas demuestra un optimismo que el tiempo desmentirá, obligado a exiliarse en Paraguay luego de sostener una imposible guerra contra las fuerzas de Buenos Aires, de España, de Portugal y, como remate, contra su ex aliado Francisco Ramírez, gobernador de Entre Ríos.

Güemes, por su parte, será asesinado en una operación comando urdida por el jefe del ejército realista, Olañeta, y un sector de la oligarquía salteña, que no toleró el aporte en hombres, dinero, animales, bastimentos a que Güemes los obligaba para sostener la guerra independista, circunstancia que los perjudicaba en su comercio tradicionalmente sostenido con el Perú y el Alto Perú. Además de esa manera cortaron con el atrevimiento de una clase popular, soliviantada por el favor de Güemes que les entregó tierras incautadas a salteños renuentes o enemigos de la revolución y los eximió del pago de tributos y arrendamientos a quienes integraban sus fuerzas guerrilleras.

“Por ahora todo nuestro afán es contener al extranjero pero si el año 6 sopla favorable ya desembarazados de estos peligros podremos ocurrir a los del interior que nos son igualmente desventajosos”

Esta frase no deja dudas de que la prioridad de Artigas, quien da por sentado que también lo es de Guemes, es la guerra de independencia. Luego vendrían los tiempos de enderezar la insurrección patriota hacia la construcción de una república federal, popular, de espíritu latinoamericanista, opuesta al proyecto de los políticos porteños, centralista, oligárquico, porteñista, admirador de lo civilizado europeo y enemigo de la barbarie de gauchos y originarios, es decir de lo criollo, de lo propio.

“Entonces de un solo golpe será fácil reunir los intereses y sentimientos de todos los pueblos, y salvarlos con su propia energía. Entre tanto es preciso tomar todas las medidas análogas a este fin”.

Así como el caudillo oriental había logrado reunir bajo su influencia a todas las provincias litorales de orientación federal, la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y las Misiones, los “Pueblos libres”, que lo habían elegido su “Protector”, confiaba en que el gaucho salteño podría hacer lo mismo con las provincias del noroeste. La unión de ambos jefes y sus fuerzas podrían terminar con las pretensiones porteñas y hacer de Mayo una verdadera revolución de alcance social y no reducirse al cambio de una cúpula española por otra porteña. Justamente esta confluencia de ambos jefes populares y sus huestes es lo que más temió el puerto y sus aliados provinciales y entonces redobló sus esfuerzos por destruirlos.

Rivadavia y los suyos no pudieron ocultar su odio al celebrar en “La Gazeta” la muerte de Güemes, producto de una operación comando urdida y llevada a cabo por la alianza de un sector de la clase “decente” salteña y el ejército español comandado por el general Olañeta: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Zabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos”.

Artigas cerró su carta con

“Yo por mi parte ofrezco todos mis esfuerzos cuando tengo el honor de dirigirme a Ud. y dedicarle mis más cordiales afectos”

“José Artigas, Purificación, 5 de febrero de 1816”.

No pude constatar que Güemes hubiese recibido esta carta. Eran tiempos de guerra en que los chasques difícilmente podían cumplir con su misión.

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