Por Guillermo Piro |
En 2016, la artista y periodista kurda Zehra Dogan, que entonces tenía 27 años, fue arrestada luego de haber publicado en un sitio web algunos posts en donde denunciaba la violencia del gobierno de Tayyip Erdogan contra el pueblo kurdo. Lo que al parecer más molestó a las autoridades fue un dibujo de la ciudad de Nísibis en ruinas donde flameaban una banderas turcas. El dibujo se volvió viral, al punto que empezó a aludirse a él como “el Guernica kurdo”. A causa de ese dibujo Zehra fue condenada a tres años de cárcel (para ser precisos a dos años, nueve meses y veintidós días).
Zehra cumplió su condena y fue liberada en febrero de 2019. Naturalmente, en prisión no dejó de dibujar. Las autoridades no descontaron ni un día de su condena a pesar de la solidaridad recibida de organizaciones como Amnesty International. Hasta Banksy le dedicó un mural en Nueva York.
Zehra y otras mujeres detenidas en cárceles turcas le inspiraron a la escritora australiana Antonella De Biasi una novela juvenil llamada Zehra. La muchacha que pintaba la guerra, de la que no tengo noticias que esté por publicarse en español. La protagonista tiene 12 años y su historia se parece mucho a la de Zehra Dogan: termina arrestada y organiza una muestra de sus obras en la cárcel.
Zehra también publicó un libro. Se llama Prisión Nº 5 y es una novela gráfica. De ese libro tampoco se conoce aún edición en español, pero es seguro que tarde o temprano alguien lo publicará. Zehra minimiza su talento: “Me interesan todas las técnicas artísticas –dice–, y a veces elijo el medio más apropiado, dependiendo del momento y de mis capacidades. Pero no me considero a mí misma como una autora de novelas gráficas. Elegí ese medio porque pensaba que a través de él podía contar del mejor modo mis días en prisión. Pero no pensaba hacer un libro con todo eso”. Zehra agradece a todos aquellos que le escribieron cartas durante su detención escribiendo en una sola carta de la hoja y dejando libre el reverso para que ella tuviera dónde dibujar y escribir. Un soporte precioso sobre el que Zehra trabajó con lo que tenía a mano: restos de lápices, fondos de té o café, fluidos corporales, pinceles hechos con cabellos y alguna pluma de pájaro, “materias primas y técnicas que hoy sigo utilizando –dice Zehra–. Dificultades, prohibiciones, presiones y escasez de recursos me estimularon en la búsqueda, influenciando inevitablemente todo lo que utilizo en mi trabajo”.
Y junto a las herramientas de trabajo, las compañeras de celda: “Todas estaban siempre presentes, no solo con sus respectivas experiencias, reflexiones e historias de vida, sino también con su participación en el proceso creativo propiamente dicho. A veces simplemente mirándome trabajar. Otras veces haciendo aportes directos. Durante la pausa del café semanal, por ejemplo, yo extendía un trapo sobre el piso para que cada una de ellas imprimiera en él la huella de su taza. Salían círculos perfectos, pero a veces también formas curiosas que yo utilizaba como base para mis dibujos”.
Zehra vive en Londres desde 2019. Dice que a veces extraña la prisión: “A menudo sueño que me encuentro de nuevo en la cárcel. Pero cuando despierto lo que me sorprende es la nostalgia de esos raros momentos de serenidad con mis amigas de prisión. ¿No es extraño sentir la falta de un lugar tan terrorífico?”.
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