Por Marcos Novaro |
Hasta hace poco, los informes mensuales del Indec sobre la inflación servían para que el oficialismo se abroquelara contra sus enemigos más odiosos y propalara todo tipo de improperios contra “los remarcadores”, esos malditos que, como era fácilmente observable para cualquier cristiano, tenían la culpa de que la inflación destruyera el poder de compra de los salarios.
Pero desde hace un par de meses la escena cambió. Los precios suben más que nunca, pero los empresarios egoístas y especuladores pueden respirar tranquilos. Porque la culpa es ahora, según buena parte del oficialismo, de Alberto Fernández y de Martín Guzmán, y cada vez que el Indec comunique el IPC, para los voceros cristinistas se trata de “la inflación del presidente y su ministro”; a lo que Guzmán replica que es culpa de “la política”, es decir, de que Cristina y su gente generan incertidumbre y conspiran contra la eficacia de su “plan”.
Uno podría pensar que la creciente centralidad que adquirió el jefe de Economía para lidiar con este problema es una muestra de la confianza que deposita el presidente en sus capacidades. Así, si puso la secretaría de Comercio bajo su órbita es porque quiere transmitir la idea de que toda la gestión responderá a partir de ahora a sus designios. Lo mismo que cabría inferir de las amenazas lanzadas hace unos días, contra los funcionarios que resistan los recortes de subsidios a las tarifas, por el ministro Aníbal Fernández, pareja de baile seleccionada por el presidente para Andrés Larroque, por compartir su aflicción por las frases grandilocuentes y descalificadoras.
Y si Feletti renuncia, es porque no se banca ese cambio del organigrama, porque él y su jefa resisten el empoderamiento de Guzmán, no quieren que se vuelva un superministro.
¿Guzmán, cabeza de turco?
¿Hay confianza presidencial en las políticas en curso, y ese es el motor de todo este movimiento de fichas, amenazas y renuncias, o sucede más bien que, en particular Cristina y el sector que le responde, pero también el propio Alberto, todos se quieren lavar las manos, y entre todos preparan el terreno para descargar las culpas del fracaso en un solo integrante del Ejecutivo, un cabeza de turco? ¿Alberto lo quiere empoderar a Guzmán, o lo está preparando como fusible?
Tal vez en sus arranques de optimismo, que los debe tener, Alberto haga una apuesta sincera al éxito del ministro. Pero cada vez más parece estar protegiéndose por si acaso las cosas no salen bien, y pensando que le conviene concentrar la atención en su subordinado para tener él un poco más de aire, que va a necesitar si se cumple el pronóstico de los pesimistas y la inflación sigue por las nubes.
Que las chances de un fracaso son más altas que nunca es algo que el presidente no ignora. Así lo dio a entender en el infausto acto de la UOCRA la semana pasada: dijo allí que su objetivo es “lograr que los salarios le ganen a la inflación”, dejando entrever que ya se ha resignado a que los precios estén fuera de control. Lo que sostuvo ya más abiertamente este mismo lunes: “los precios van a seguir subiendo” afirmó.
Y lo cierto es que sobran muchos motivos para pensar así.
Los números de la economía no cierran por ningún lado
Todos indican lo mismo: que lo peor no pasó, sino que nos está esperando.
La emisión y la asistencia del BCRA al Tesoro siguen batiendo récords, igual que los subsidios, que seguirán aumentando, aunque se logren aplicar finalmente los recortes con la segmentación prometida, que tiene igual altas chances de judicializarse, y por tanto de seguir demorándose. Solo en virtud del retraso de las tarifas, los expertos calculan que hay escondido un 60% más de inflación.
Contra otro de los compromisos que el gobierno asumió ante el FMI, y Guzmán convirtió en su “plan”, el dólar oficial y las tasas de interés se han vuelto a retrasar, complicando la acumulación de reservas. Hacienda disimula el déficit fiscal, contabilizando ingresos ficticios, y pronto habrá que hacer lo mismo con los datos de consumo y actividad: la economía tiende a estancarse, y es dudoso que los generosos aumentos acordados en paritarias vayan a servir para romper esta tendencia, en vez de para acelerar aún más la carrera de los precios.
Mientras tanto, la deuda en moneda local, atada a la inflación y al CER, sigue creciendo en progresión geométrica, volviendo inevitable se encare alguna renegociación con los acreedores. Que, igual que todo lo demás, recaerá en la espalda de la próxima administración.
Como si no bastara, como si no tuviera ya ningún registro del ridículo, Guzmán se ha dedicado los últimos tiempos a diseñar e imprimir nuevos billetes, luciendo el rostro de nuevos y viejos próceres. No se lo merecen. Si se hubiera animado a darles mayores valores estaría al menos resolviendo un problema, de los muchos que enfrenta la economía estos días: el volumen infernal de papel que hay que mover en bancos y cajeros automáticos, y el enorme costo que todo eso supone para el fisco.
Vistas, así las cosas, es fácil imaginar quién va a respirar esta noche aliviado, y quién se va a quedar en vela. Antes Guzmán no podía echar a quienes se le insubordinaban, ahora no logra hacer que sus subordinados se queden y lo banquen en la mala. De Guatemala a Guatepeor.
© TN
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