Por Marcos Novaro |
¿Cristina Kirchner solo quiere descargar en Alberto Fernández toda la responsabilidad por lo que ha resultado de la gestión del FdT, quiere además someterlo hasta el extremo de que, en adelante, haga sólo lo que ella autorice, o está incluso dispuesta a forzar una crisis institucional, para sacárselo definitivamente de encima junto a los colaboradores que ella no tolera?
No se sabe muy bien, y puede que ni la jefa lo sepa: depende de si el Presidente se acomode o no a sus pretensiones, de que ella logre despegarse de la gestión ante la opinión pública, de que encuentre un ministro de Economía alternativo. Son demasiados imponderables y hay demasiada improvisación.
Esa duda se enmarca, para peor, en otra tan o más relevante para evaluar el proceso en curso: ¿los pasos de la vice están guiados por alguna estrategia más o menos pensada, o más bien por una mezcla de frustración y fantasía? En la terminología que ella misma usó el viernes pasado, ¿la mueven sus hormonas o sus neuronas?
Podría pensarse que pasó progresivamente de pelearse con Alberto a pelearse con la realidad, y sus acciones tienden a reflejar cada vez más su estado de ánimo, bastante cercano a la alienación, por su ya conocida propensión a construirse una realidad paralela que la ensalce y le dé la razón en todo. De lo que no cabría esperar nada bueno, no digamos para el país, siquiera para el orden que ella defiende.
Si eso es así, la posibilidad de una crisis aguda en las instituciones, que ponga en duda la gobernabilidad, se incrementaría alarmantemente.
Cristina tiene una meta bien práctica, claro: zafar en 2023, recuperar algo del capital político que perdió en los últimos años. Pero puede que esté persiguiéndola ganada por su narcicismo, cegada por la bronca con los que “le han fallado”, e improvisando demasiado, reaccionando sin pensar a lo que hacen los demás en el oficialismo, en la oposición, en la Corte, etc. Así, al no encontrar una salida mínimamente satisfactoria para sus intereses, se ha ido volviendo más y más peligrosa, más y más destructiva.
Una visión alternativa, que ella misma invitó a explorar en su conferencia en el Chaco, sugiere no exagerar el costado pasional del asunto, y advertir que el problema reside más bien en que trata de lograr objetivos difíciles de conciliar. Esto la empuja a actuar de forma cada vez más temeraria, es cierto, pero no sin saber que el borde del barranco está cerca, y sin ninguna intención de arrojarse al abismo.
Pretende recuperar autonomía, pero sin volver a fragmentar al peronismo. La unidad que ya no tolera es la que administra Alberto, y parece creer que es sustituible por otra, más acorde a sus gustos y necesidades. ¿Imagina que le será posible redefinir el pacto de convivencia en el peronismo, sin un nuevo mediador y sin fugas, pese a lo explosivo de la situación reinante? Tal vez esté confiando en demasía de su supuesta infalibilidad, a contraluz de la demostrada falibilidad de Alberto.
Pretende, al mismo tiempo, sacarse de encima los resultados de la gestión de Martín Guzmán, sin comprometerse, al menos en principio, a ofrecer ni gestor ni rumbo alternativos para reordenarla. En un contexto que vuelve ilusoria la pretensión de estirar las cosas, sin tomar decisiones duras y difíciles de administrar.
Por ahora reclama que el ministro se vaya, pero no ofrece reemplazante. Y sus laderos presionan por medidas puntuales, contradictorias entre sí: aumentar el gasto, acotar y demorar el aumento de tarifas, seguir con los “acuerdos” de precios como única otra medida antinflacionaria, etc.
Tal vez alguien podría hilvanar todas estas y otras iniciativas contradictorias en un plan, que dure aunque sea unos pocos meses, y pergeñar así un veranito preelectoral, que al oficialismo le baste para salvar las papas en las presidenciales. Pero va a necesitar mucha destreza y una fuerte concentración de autoridad.
Y no hay muchos indicios de que Cristina esté montando un artefacto por el estilo. Aunque tal vez sus neuronas estén en eso, moldeando un plan, o, en cualquier caso, se vea forzada a adoptar uno si termina por defenestrar a Guzmán. ¿Será este el tema que la reúne tan seguido últimamente con Sergio Massa? ¿Podrían entre los dos convocar a un ministro con credenciales para seducir a otras facciones del peronismo, ordenar el despelote reinante, administrar un salto devaluatorio y a continuación estabilizar mínimamente la economía, por lo menos hasta el año que viene?
Imaginando a Cristina Kirchner en acción
Tal vez la vice esté, por ahora, apenas preparando el terreno. Para, primero, hacer olvidar su responsabilidad en lo que ha sido hasta aquí la gestión del FdT. Y tras cartón, si los astros se acomodan, asumir más responsabilidades directas en la gestión. Si eso no implica una ruptura total con el Presidente, mejor: la idea que circuló en los últimos días, de una conducción colegiada del Gobierno, con ella, Massa, Kicillof y Alberto, va en esa dirección, es la forma que tiene la señora de ser “inclusiva” y cuidar las instituciones.
Claro que la resistencia de Alberto a acomodarse a esos planes complica las cosas, pero no tanto: como la inflación sigue a toda máquina, se carga más y más en sus espaldas y las de Guzmán. El ministro no lo ve así: celebra como un gran triunfo en estos días haber ganado un tardío apoyo del empresariado, fruto de la desesperación del mismo por evitar un control más amplio del kirchnerismo duro sobre el Gobierno; y también muestra orgulloso el porcentaje de aprobación a su figura en recientes encuestas, unos puntos más alto desde que el camporismo se dedica a bombardearlo. Pero no advierte que ni aquellos empresarios ni estos sectores de opinión que ahora prefieren que él sobreviva a los embates pesan en la interna oficial. O, al contrario, que, si algún peso tienen, es para mal: le agregan lastre.
¿Podría ser entonces que, con el paso de los días y el creciente deterioro de la situación política y económica, la única salida que le quede al oficialismo, y tarde o temprano también al Presidente, sea aceptar un control más directo y extenso de Cristina sobre la administración? Si la otra opción es una ruptura, es dudoso que tengan en verdad opción alguna.
La jefa va a tener pronto una oportunidad para forzar ese paso: el anuncio de la inflación de abril, que los expertos ubican apenas unas décimas por debajo de la de marzo. La catarata de pedidos de un paso al costado del ministro puede que entonces venzan la resistencia presidencial. Y si no es entonces, será en la siguiente ocasión. Ella tampoco tiene tanto apuro. Le conviene incluso en alguna medida que este estado de beligerancia e indefinición se estire un poco más si, como todo parece indicar, aún no tiene resueltos sus pasos siguientes. Aunque debe saber que cada minuto que pasa sin que el barco se hunda del todo, sin que la paciencia social se agote, y la protesta se descontrole, es un milagro.
Y sabiendo eso debe saber también entonces que sus planes tienen muchas chances de fracasar. Porque el Presidente se resista demasiado, o porque tire la toalla y todo se descontrole. Porque la inflación no baje, o porque aún logrando moderarla en los próximos meses, vuelva a acelerarse cerca de las elecciones. Si las cosas salen mal, y es muy probable que suceda, dentro de un tiempo recordará con nostalgia el momento en que tenía a quien echarle la culpa de los problemas y los errores.
Pero supongamos que no es así, y su operación cobra cuerpo y avanza. No hay que descartarlo, porque aun cuando la situación sea dramática, las reacciones de los demás no se pueden predecir ni ella puede controlarlas, y sus propios pasos estén guiados en gran medida por la fantasía, la improvisación y la bronca, se ha visto ya que, para convertir sus sueños, aunque sea en efímeras y muy guionadas realidades tiene gran talento.
En ese caso, ¿qué condiciones debería reunir la salida para resultarle satisfactoria?
Su plan requeriría, para empezar, de poder procesar la inicial agudización de la crisis: un salto devaluatorio y la consecuente aceleración inflacionaria en los próximos meses, para estabilizar y reactivar lo que se pueda el consumo en el período previo a las elecciones del año que viene. Y rezar para que los votantes, al menos los históricos del peronismo, o si no alcanza para todos ellos, al menos los bonaerenses, tengan memoria corta y se conformen con lo que se les ofrezca. Que ese rebote vaya a durar más bien poco no es algo que la desvele. Y que en el medio o después puede que se incendie todo, un riesgo no menor, tampoco parece arredrarla.
No es tampoco relevante si termina siendo ella o no la candidata (eso probablemente dependa más que nada de qué vaya a hacer Mauricio Macri). Ni si la marca de su escudería sigue siendo el FdT o alguna fórmula nueva que surja en el camino. Necesita sí, ante todo, que en el camino no se fragmente el peronismo. Lo que viene facilitado por la propensión de los gobernadores a ocuparse casi exclusivamente de preservar el poder en sus distritos. Pero puede que eso no alcance.
Lo fundamental, de todos modos, será empalmar el ciclo económico con el ciclo político, de forma que favorezca a su figura y su sector. Para que ella pueda volver a decir que protege al pueblo de la codicia y la insensibilidad de sus adversarios, y agregue ahora que salvó al FdT del naufragio.
Es un detalle nimio, entonces, que esté actuando como la más feroz capitalista de una mesa de dinero y las fichas con que apuesta seamos nosotros: invirtió su capital en el FdT, no rindió, hoy su participación accionaria en esa firma no vale nada, tiene que hacer lo imposible para que vuelva a cotizar decentemente a la hora de vender esos papeles en las urnas, lo demás, lo que pase en el medio o después de la venta, los daños colaterales digamos, no cuentan.
Necesita finalmente, como ya dijimos, alguien capaz de coordinar la gestión económica. Una pieza difícil de encontrar en las actuales circunstancias, en que la estrafalaria fórmula de gobierno montada por el FdT ha alimentado enormemente la facciosidad y la indisciplina interna, y nadie tiene por qué confiar en que eso vaya a cambiar, ni en que no se le vuelva rápidamente en contra una vez que terminen de echarle tierra encima a Alberto y Guzmán.
Para compensar, el escenario político le ha dado a Cristina muy buenas noticias en los últimos tiempos, como para alimentar las esperanzas de sus seguidores.
La división del voto opositor incrementa enormemente las chances de que, con muy poco, una módica reducción de la inflación y recuperación del consumo en la primera mitad del año que viene, el FdT haga una elección decente.
Con Javier Milei convertido en tercero en discordia, y atrayendo votos principalmente de JxC, Cristina y/o su candidato vuelven a soñar con un lugar en el ballotage: necesitarían muy poco más de lo que hoy tienen, alrededor de 30% del total de las preferencias. Claro que, para lograrlo, hace falta ante todo que no haya otro candidato del peronismo. Es decir, que Alberto no sobreviva como opción de refugio para los gobernadores que resisten la hegemonía kirchnerista. Y que a ninguno de estos se le despierte el sueño corajudo de recuperar un peronismo de centro. Otro motivo para sostener la ofensiva contra el Presidente y sus ministros, y someterlos.
Sin otros aspirantes de su partido que le roben porciones de su voto histórico, aun cuando éste esté cerca del piso, podría llegar a la segunda vuelta. Y si lo hace junto con Milei, no todo estará perdido. Para el oficialismo. Para el país es otra historia.
© TN
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