Por Carlos Ares (*) |
Ahora Nadie lee, dijo uno en la radio. Sonó terminante. Como una orden. Nadie me lo pide, pensé. A Nadie le interesa mi opinión. Decidí escribirle. ¿Cuál será el menú de dramas de los que Nadie se estará ocupando cuando reciba estas líneas? Sopa de gansos, lenguas a la vinagreta, un revuelto maloliente de noticias de ayer. ¿Cómo formar ciudadanos saludables con una ración tan escasa de buena leche, energía, estímulos, razones, ganas? La necesaria para sobrellevar, a suerte y verdad, victoria o derrota, la ilusión con la que cada mañana se sale a llenar, a la vez, panza y alma.
Hace, ¿un mes?, ¿dos?, la llamarada de ira amenazaba arrasar con funcionarios rapaces. El de Medio Ambiente, Juan Cabandié, quien no reaccionó a tiempo ante los incendios en Corrientes. Ardieron cuerpos, patrimonios, cosechas, campos, bosques. Un comprobado incapaz en todos los cargos que ocupó, Aníbal Fernández, ahora ministro de Seguridad, quien no puede detener la sangría continua de vidas perdidas por los crímenes narco en Rosario, o las que mueren por falopa envenenada en el Conurbano.
Es siempre un misterio por qué, quién, enciende la linterna que alumbra con su luz sesgada rincones de la memoria donde queda algo guardado. Cuando era intendente de Quilmes, Aníbal Fernández se fugó de la Justicia en el baúl de un auto. Sus pares, Felipe Solá, Daniel Arroyo, lo vincularon al tráfico de drogas. Funcionario soez, vulgar, misógino. No lo votaron ni para ser concejal en Pinamar. La relación aleatoria de hechos me llevó a recordar los saqueos que el peronismo alentó en 2001. Un graffiti pintado en la pared pedía: “Nadie se hace cargo, vote a Nadie”.
Bajo la tortura diaria de escuchar a los Pimpinela. “¿Quién es? /Soy yo /Alberto /¿Qué vienes a buscar? /A ti /Cristina /Ya es tarde /¿Por qué? /Porque ahora soy yo la que quiere estar sin ti”. Nadie debe pedir que se adelanten las elecciones. No hace falta más para saber cuánto peor puede ser la situación. “Por eso vete/Olvida mi nombre, mi cara, mi casa /Y pega la vuelta /Estás mintiendo, ya lo sé /Vete /Olvida mis ojos, mis manos, mis labios/Que no te desean.”
Nadie duerme ahora. Nadie sueña con algo mejor. Nadie imagina un país posible. Nadie tiene un plan integral para aplicar en los quince minutos de fama que le serán concedidos. Nadie se prepara para las embestidas que va a recibir. Nadie calcula de qué son capaces los capos gremiales, los empresarios, los funcionarios que viven del Estado. Los saqueadores pasados a “la resistencia”, los que administran planes, los periodistas militantes cuando les recortan la pauta publicitaria.
Nadie explica los riesgos de cruzar el puente colgante sobre el abismo bajo una tempestad. Los que vamos a correr cuando se angoste el sendero en medio de la cordillera alzada entre lo que somos y lo qué queremos ser. Durante el periodo más crítico de su mandato, bajo la catarata de insultos, piquetes, escraches, protestas, fogoneados por los capos de las mafias que pierdan sus privilegios, Nadie podrá hacerse el boludo, ignorar los estertores del derrumbe, los atronadores bombos del desplome, porque Nadie dijo antes la verdad.
Nadie tiene idea de cuántos son. No alcanza con decir tanto por ciento de pobres, de indigentes. Nadie los cuenta de a uno. Nadie les pone nombre. Es una masa informe de cuerpos que apenas si flota a la deriva del día con la cabeza afuera hasta desembocar en el pozo ciego de la noche. Nadie escucha el aullido callado del hambre, de la sed de Justicia, que desgarra la sombra. Nadie se pregunta, ¿qué hay para ellos, qué chance, qué aventura? Nadie está para otra cosa.
El sentimiento aquí, abajo, hace, ¿cuántos años ya?, es el del jugador a quien le atajan un penal. El mismo que al rato le pega con la rodilla a una pelota cruzada que venía para darle de voleo. En la jugada siguiente cabecea con la nuca, la tira afuera. Cuando al fin se la dejan picando frente al arco, la agarra muy abajo, se le va tres metros por encima del travesaño. Ni el gol del honor entra. Somos ese tipo vencido, caído, arrodillado, que todavía amanece, se levanta, se lava la cara, se peina, sale, señala al cielo con el índice y pide una.
Una pide, a Nadie.
(*) Periodista
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