Por Guillermo Piro |
En el New York Times escribe un artículo Nick Haramis. Cuenta que en Los Angeles alguien está acaparando el trabajo que todos querrían tener: le pagan para decirle a la gente famosa qué libros tienen que leer. O mejor dicho: le pagan para decir con qué libros tienen que hacerse ver. Hasta el momento se desconoce el nombre de ese sujeto, pero se lo llama book stylist, porque su fin no sería tanto el de recomendar lecturas sino el de tratar a los libros como si fueran vestidos, o mejor, accesorios, joyas, sombreros, carteras. Su labor, a fin de cuentas, se parece mucho a la del crítico, con la diferencia de que el crítico no sabe a quién le habla, desconoce por quién es leído, y después de todo nadie le hace caso.
No es algo nuevo que los libros sean tratados para conseguir que el portador emane un aura determinada, o diga algo sin palabras: desde hace años existen diseñadores de interiores que sugieren los tonos de los lomos de los libros para que coincidan con la tonalidad del living. En cuanto al book stylist misterioso, carece de importancia si el interés por el libro recomendado es legítimo o responde solo a una cuestión de imagen, porque, como dice Haramis, el resultado en cualquier caso sigue siendo positivo: pone a los libros en circulación.
Uno de los momentos ejemplares de las nupcias entre la moda y la literatura se remonta a 2019, cuando la modelo Kendall Jenner, de la famosa familia Kardashian, se hizo fotografiar en un yate mientras leía Tonight I’m Someone Else (Esta noche soy otra), el libro de ensayos de Chelsea Hodson. Se criticó mucho que un libro como ese, considerado de “alta literatura” –si es que algo así existe– terminase asociado a una figura tan poco “intelectual” –si es que algo así existe– como Kendall Jenner, pero lo cierto es que demasiada gente fue a comprarlo a Amazon y el libro se agotó en un día.
Siempre en 2019, la modelo Gigi Hadid se hizo ver en Milán llevando en la mano un ejemplar del Extranjero de Camus –llevándolo de un modo un poco particular, como si fuera una pochette–, y su hermana, Bella Hadid, publicó en Instagram una foto donde se la veía llevando en la mano The Outsider (El visitante), que en ese momento era la última novela de Stephen King –y que casualmente combinaba muy bien con su bolso Louis Vuitton.
El New York Times entrevista a Karah Preiss, una de las fundadoras, junto con la actriz Emma Roberts, del club de lectura Belletrist, y ella dice que lo más interesante del asunto es que “las editoriales están felices. Es un poco como la chica tranquila e inteligente que de pronto recibe toda la atención en el colegio”.
La analogía es perfecta. Algún que otro autor puede mostrarse un tanto molesto, o mejor dicho desconfiado, como Chelsea Hodson, que cuando vio a Jenner tomando sol teniendo en mano su libro repleto de post-it verdes –lo que indicaba una lectura atenta y suponía la intención de una segunda lectura– se sintió desilusionada: “Nadie es inmune a la atracción de las celebridades”, dijo, “están en el centro de nuestra cultura y los libros están en los márgenes, por lo tanto pienso que ver las dos cosas juntas entusiasma a las personas”.
Preiss se muestra indiferente hacia quien considera los libros y la literatura en términos elitistas y asegura que cualquier escritor preferiría que Kendall Jenner y Gigi Hadid leyeran su libro. Y plantea la pregunta decisiva, que para los editores no es: “¿Tu libro se lee?”, sino: “¿Tu libro se vende?”. Y los lectores famosos venden libros. Fin del dilema.
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