Por Loris Zanatta |
La invasión rusa de Ucrania, la atroz agresión de Moscú contra un país soberano, no tiene justificación. Desconocer a los ucranianos el derecho a defenderse es una bajeza; negarles ayuda, cínico. ¿En nombre de qué? De la “paz”, dicen los “pacifistas”. Todos amamos la paz, todos queremos una negociación que termine con la guerra. ¿Pero qué paz? ¿Qué negociación con los que te quieren arrancar un pedazo de país, el cuchillo bajo el cuello? “Ciegopacifistas”, llamaba Giovanni Sartori a esta inmunda hipocresía.
¿Acaso los angloamericanos no le dieron armas a Stalin para repeler la invasión nazi? El Tercer Reich pretendió unir por la fuerza a todas las poblaciones de habla y cultura alemanas como el Russkyi Mir pretende extender su dominio sobre todas las de lengua y cultura rusas, vivan donde vivan, quieran o no quieran. ¿No tomó en nombre de ese principio Checoslovaquia el primero e intenta el segundo tomar Ucrania? Si Austria invadiera el Tirol italiano, que le perteneció durante siglos y donde la mayoría es de lengua y cultura alemanas, ¿qué haría como italiano? ¿Me quedaría de brazos cruzados y rechazaría la ayuda de los aliados? ¿Me resignaría a ese y más abusos?
En el futuro, no tengo dudas, no sé cuando, Putin será recordado como Hitler y su socio Lavrov como Himmler, Mariupol será ciudad mártir como Stalingrado, los rusos tendrán que lidiar con la culpa con la que se midieron los alemanes, y así como en el pasado les tocó “desestalinizarse”, igual que los italianos nos “defascistizamos”, tendrán ahora que “desputinizarse”. Si los estalinistas de todo el mundo lloraron lágrimas amargas, esta vez lo harán los putinistas, los más descarados y los más vergonzosos. Y pase lo que pase en la guerra, los ucranianos ganarán la paz, la razón moral prevalecerá sobre la fuerza bruta. Entonces se habrá dado otro paso hacia lo que esperábamos que ya fuera evidente, a saber, que la guerra no da derechos y que en Europa ya no es una opción: demasiado contraria al sentido común y a la conciencia civil para triunfar.
Pero no, los nazis rusos dicen que quieren “desnazificar” a los ucranianos, como el lobo se abalanza sobre el rebaño para “desovejizarlo”, como el borracho entra a la enoteca para imponer la ley seca. ¡Y hay quienes se lo creen! Quien se lo toma en serio, quienes realmente creen que el verdugo es la víctima y la víctima es el verdugo, como en Venezuela, en Cuba, en Hong Kong y una infinidad más de casos. Enfermo de una grave enfermedad moral, aquejado de un síndrome congénito de torpeza, así “razona” este personaje, doblegando la realidad a sus prejuicios, la complejidad de la historia a la banalidad de su esquema maniqueo: en el mundo hay bien y mal, y el mal se llama Occidente. Quien lo combate tiene que ser necesariamente bueno, piense lo que piense, haga lo que haga. ¿Llueve? Culpa de Occidente. ¿Hace calor? Lo causó Occidente. ¿Me duele el estómago? Comí Occidente. ¿Hay pobreza? Le conviene al Occidente. ¿Hay injusticia? Occidente la crea.
El régimen ruso no invadió Ucrania al ser el heredero de una larga historia imperial, no la bombardeó de acuerdo con su ideología nacional-popular, no masacra y viola porque ese tipo de régimen siempre ha masacrado y violado. ¡Qué va! La culpa, al menos un poco, quién sabe cuánto, es de Occidente, que “ladró” en sus fronteras. No la tiene el energúmeno que asaltó a la chica en la calle, sino la chica que llevaba una falda demasiado corta, que lo había “provocado”, que “se la había buscado”. ¿El hombre que intervino para defenderla? ¡Hace la “guerra de poder”! Qué descarada, esta Ucrania, que pretendía elegir por sí misma su destino, sus instituciones, sus amigos. Antes Putin era un buen hombre, pero qué se le va a hacer, no soporta los ladridos. Por la duda, compré un bozal para mi perro: ¡vaya a saber cómo podría reaccionar el vecino!
Un arrebato, pensarán algunos, estéril como todos los arrebatos, emotivo y un poco infantil. Quizá. ¿Quién, en estos dos meses de guerra, no se ha sentido aplastado por el peso del dolor y la impotencia? Pero es también otra cosa, es la premisa de una consideración menos humoral y más meditada y, en cuanto más meditada, más angustiosa aún. No hay dolor del que no se aprenda. Lo que ilustra el martirio ucraniano es que no hay un populismo solidario y popular de “izquierda” y un populismo de “derecha” egoísta y elitista, bueno el primero y malo el segundo, o viceversa según el gusto. El populismo es populismo y punto. Siempre lo he afirmado y no me consuela verlo confirmado. Los populistas de todo tipo y color sienten empatía por aquellos como Putin que invocan al pueblo y su “alma”, un pueblo caliente que tiene “cultura” e “identidad”, con sabor a “familia” y “comunidad”; un pueblo al que pertenecemos como si fuera el vientre de una madre, como si todos fuéramos Uno. En cambio, odian al pueblo frío basado en la ley y la razón, en la democracia y la Constitución, el pueblo plural que no actúa como padre o madre, que no pretende adueñarse de nuestras libertades y responsabilidades.
Así, ante el asalto de un pueblo populista contra un pueblo democrático, resuena por todas partes el grito: “¡Populistas de todo el mundo, uníos!”. He aquí Lula y Bolsonaro ir por una vez de la mano, el primero aún más fanatizado que el segundo. Sobre el caso ucraniano, el Brasil “neoliberal” habla y vota como la Bolivia “popular”; la “derecha” de Bukele, como la “izquierda” de López Obrador; la Lega de Matteo Salvini, como el Cinco Estrellas de Beppe Grillo; los “pacifistas” de Podemos cultivan la misma ambigüedad que Le Pen. Y todos juntos aman escudarse detrás de las palabras del Pontífice. Palabras que son obra maestra de ambivalencia, Pontífice que sorprende recibiendo entusiasta a Viktor Orban, ayer perseguidor de inmigrantes, hoy “hombre de paz” que le da todavía crédito al Kremlin, único en el este de Europa. Y así en todas partes, desde la India hasta Medio Oriente, desde las Naciones Unidas hasta África.
Dejemos por una vez en paz a los peronistas: el populismo de “izquierda” y el populismo de “derecha” conviven en su casa desde el principio y están demasiado ocupados en lanzarse puñetazos como para preocuparse por dónde va el mundo. Sin embargo, dado el rumbo que amenaza tomar, harían bien en hacerse una pregunta: ¿les conviene el “declive de Occidente”?
© La Nación
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