Por Gustavo González |
Yrigoyenismo, peronismo, alfonsinismo, menemismo, kirchnerismo, macrismo, son palabras que reflejan los momentos de la historia argentina protagonizados por liderazgos hegemónicos dentro de sus respectivos espacios políticos. Pese a tratarse de hegemonías partidarias, no fueron movimientos superpuestos, ya que el apogeo de cada uno estuvo relacionado de una u otra forma con el ocaso del anterior.
En el medio, también existieron hegemonías inconclusas (el frondizismo, el balbinismo, el cafierismo o el duhaldismo) que por distintos motivos no se terminaron de desarrollar.
Hegemonía ausente. Los individuos, por sí solos, no suelen ser muy relevantes para el devenir histórico, motorizado más por la acción y la reacción de las diferentes fuerzas que pujan en una sociedad. Pero a veces funcionan como aceleradores o ralentizadores de ciertos procesos históricos. Y en la conversación pública cotidiana, ayudan a simplificar y explicar fenómenos más complejos.
Hoy atravesamos uno de esos momentos atípicos de hegemonía ausente, tanto en el oficialismo como en la oposición.
En general, quienes dan cuenta de los cambios de ciclo no son quienes conviven con ellos, sino quienes los estudian con posterioridad. De ahí que se siga hablando de kirchnerismo como si se tratara de un movimiento activo y homogéneo, con un liderazgo único detrás del cual se encolumna un sector social bien diferenciado.
Hace mucho que dejó de ser así y, día a día, aparecen nuevos ejemplos de que esa palabra ya no significa lo que fue hasta el término del tercer mandato de Cristina Kirchner, el último del ciclo kirchnerista.
Aunque no hubo una ceremonia oficial de despedida, el kirchnerismo tal como se conoció hasta entonces, dejó de existir. Lo que existen son kirchneristas que militan en el cristinismo y en el peronismo en todas sus variantes (justicialismo, Frente Renovador, Peronismo Repúblicano, etc.).
El adiós a la hegemonía del apellido Kirchner sobre la totalidad del peronismo, tuvo su primer golpe público en 2013, cuando una lista dominada por peronistas y comandada por Sergio Massa venció al todavía llamado kirchnerismo en suelo bonaerense.
En 2015, el heredero electoral de la ex presidenta no pudo ser un kirchnerista, sino que se debió recurrir a un viejo adversario del matrimonio, un peronista clásico como Daniel Scioli, reservándose recién el segundo lugar para un K de paladar negro como Carlos Zannini.
En 2017, la propia Cristina perdió al competir como senadora por la provincia de Buenos Aires con el por entonces desconocido Esteban Bullrich.
Poskirchnerismo. En 2019, ella entendió que su apellido le impediría ganar si se presentaba como candidata. Ni siquiera después de una gestión macrista que incluso había arrojado peores resultados económicos que la suya. Por eso debió recurrir a otro ex adversario. Un hijo del peronismo porteño como Alberto Fernández.
El día que él asumió la Presidencia comenzó el poskirchnerismo: fue el primer kirchnerista importante en no aceptarla como jefa: “Tuve un solo jefe político, Néstor”. En ese instante también nació el cristinismo.
Ni él ni ella tuvieron intención de elaborar un plan de gobierno. Temían que, si empezaban a confrontar ideas, sus diferencias harían inviable el pacto electoral. Unidos y sin debates previos, en cambio, podrían ganar.
Lo que sí definieron es que a los ministros de Economía y de Producción los elegiría él. Que los nombres hayan sido Guzmán y Kulfas fue otro indicio de que el poder hegemónico del kirchnerismo, como Cristina lo imaginaba, había dejado de ser. Quedó más claro cuando completó el equipo con otros adversarios históricos de ella.
La pérdida de control de Cristina sobre el peronismo se expuso, como nunca antes, tras la derrota del oficialismo en las legislativas.
Por primera vez, la antigua líder indiscutida se vio obligada a reconocer en público que Alberto Fernández no la escuchaba y que su modelo económico no era el suyo. Para colmo, el amplio cambio de gabinete que ella pedía terminó con la sola renuncia del vocero presidencial. Además de la incorporación de ministros de típico perfil peronista, como Julián Domínguez, Aníbal Fernández y Daniel Filmus; y un gobernador como Juan Manzur (un adversario más de la vice), en la jefatura de Gabinete.
Duelo. Por aquellas semanas, un sondeo a nivel nacional de Giacobbe & Asociados preguntaba por la identidad política de los ciudadanos. Del 25% que se autopercibía peronista, solo un 2,6% decía ser kirchnerista puro.
El kirchnerismo dejó de ser el nombre del movimiento que durante una década mantuvo un relato unificado y conductores excluyentes, para convertirse en esta diáspora actual.
Ahora, dirigentes importantes de lo que fue aquella hegemonía ya no responden disciplinadamente a un liderazgo único. Empezando por el Presidente, pero lo mismo piensan los otros peronistas y ex kirchneristas de su gabinete. La excepción es el camporista Wado de Pedro. Hasta el vicepresidente del Instituto Patria, el ministro Jorge Ferraresi, parece más cerca de Alberto que de Cristina.
Entre los gobernadores, están quienes creen que, si la economía mejorara, el candidato 2023 debería ser el Presidente; y aquellos que esperan a que escampe para ver qué hacen. Después están el chaqueño Jorge Capitanich y Alicia Kirchner, que siguen alineados con Cristina Kirchner. Axel Kicillof, quien apoyó al Gobierno en acordar con el Fondo, debe convencerla de que en 2023 seguirá siendo el mejor candidato bonaerense.
Tampoco los intendentes están alineados a priori con algún liderazgo. Sí la mayoría de la CGT, que prefiere a Alberto o a cualquier peronista no cristinista para las elecciones. Lo mismo que la porción más importante de los movimientos sociales.
Aquella votación del acuerdo con el FMI sirvió para cuantificar el poder que aún ejerce la vicepresidenta, que operó en persona sobre algunos legisladores para que no votaran el proyecto del Presidente. Su posición obtuvo apenas 28 votos en Diputados (incluido su hijo) y 13 en el Senado.
Cristinismo. La enumeración de los choques de los últimos días en el FdT, es la declaración formal de extinción del kirchnerismo como relato hegemónico y liderazgo excluyente.
El peronismo vive una etapa de transición entre la desaparición de lo que fue y lo que todavía no llegó. Mientras unos esperan que aparezca un líder que los contenga, los que la siguen a ella pretenden construir una nueva hegemonía a través del cristinismo.
Su estructura más sólida es La Cámpora, pero incluye algunos movimientos sociales, sindicalistas, pequeños partidos y organismos de derechos humanos.
Como en 2019, ella y su hijo intentan volver a construir un poder nacional, empezando por quedarse con los partidos justicialista provinciales (Máximo en Buenos Aires, Mariano Recalde en la Ciudad, Anabel Fernández Sagasti en Mendoza), recuperar relaciones con gobernadores e intendentes, recibir a Daniel Scioli cuando él lo solicita (la última fue hace dos semanas) y seguir abonando la relación con Massa.
Su problema no es carecer de una masa electoral importante, que de hecho la tiene y la sigue apoyando. Su problema es que, desde hace diez años, ella perdió la capacidad de ganar elecciones por sí misma.
El experimento de un frente electoral gobernando sin un líder peronista hegemónico atraviesa su momento más complejo. En esta conflictiva transición están los herederos de Perón, tan desacostumbrados a la falta de un liderazgo indiscutido.
Ellos no se preguntan por qué cruje el Gobierno.
Saben que cruje por esto.
© Perfil.com
0 comments :
Publicar un comentario