Por Roberto García |
“Nada”. Más que una palabra, un consejo. Y fue ese término el mayor saldo de la reunión entre los “hermanos” Daniel Scioli y Alberto Fernández en el reciente y cerrado festejo del cumpleaños presidencial. Parientes ortopédicos por pertenecer a una misma fracción gobernante y, en particular, por compartir en épocas distintas las vejaciones de una misma mujer: Cristina de Kirchner. Según la versión, el mandatario interrogó al embajador designado en Brasil: ¿qué hiciste para sobrellevar los violentos ataques de ella cuando fuiste gobernador, luego candidato indeseado y, por último, resucitar?. “Nada”, habría respondido un Scioli tenuemente recuperado hoy ante la dama.
Por el olvido, tal vez. Tanto que ella confiesa: “Finalmente Daniel resultó bastante leal”. Claro, no era lo que pensaba antes con Néstor, cuando lo imaginaban golpista por cualquier declaración y, por esas sospechas, lo cargaron de agresiones, lo trataron de golpista y traidor, se sirvieron de la prensa adicta para condenarlo y hasta denunciaron a su entonces esposa por presunta corrupción. Un catálogo paranoico que el Presidente entiende que hoy se reitera empecinado en contra suyo en una crisis cupular semejante a la de los africanos del siglo pasado.
Alberto ha reconvertido al Derecho esa subordinada y presunta “nada” de Scioli. A los 500 años antes de Cristo, cuando los romanos ya disponían de una regla para las obligaciones: dar, hacer y no hacer. Optó, como el ahora embajador, por la última variante, muda o esquiva alternativa que suele irritar más a la Vicepresidente que se cree Presidente de acuerdo a la Biblia de Andrés Larroque, nuevo integrante del starsystem que antes se creía el hijo de Firmenich porque era compañero del hijo del jefe montonero en el Nacional Buenos Aires.
Lo ha soportado el mandatario como si mereciera los ultrajes del confidente de la Vice —quien la acompañó en el auto a varios actos—, aguanta los trapos con asombroso estoicismo. Y rechaza imputaciones que ella denuncia como supuestas traiciones, que en la mediática calle se vulgariza con “lo que quiere Cristina”. Vale la pena revisar ese resumen:
- Está indignada, cree que Alberto quiso enviarla a los vestuarios antes de tiempo cuando prometió internas para ir a la reelección desconociendo el mando de quien lo había ungido a la Casa Rosada. Una herejía contra su poder por parte de un subalterno.
- Se queja por cierta falta de compromiso presidencial para atenuar o liberarla de sus procesos judiciales, ni siquiera cuando ubicó en Justicia a su ex socia Marcela Losardo, hoy premiada en un cargo en Paris.
- Le reprocha inclinación por una política económica que, en términos electorales, aleja al cristinismo del poder. Cree que ya se perdió y se perderá en el 2023 si no hay cambios.
- Está molesta por el pacto de Alberto con empresarios y factores de poder que detesta, incluidos los mediáticos.
- Para ella, constituye una pesadilla el acuerdo con un FMI que condiciona un ajuste para la población, rechaza —por ejemplo— convalidar el aumento exigido de tarifas o el ritmo devaluatorio.
- Reprueba a un Martín Guzmán que no le contó toda la verdad sobre sus negociaciones y, desde ese ministerio, estima que no se favorece una distribución más generosa de recursos, se distrae de las necesidades de la provincia de Buenos Aires —el santuario político de la viuda— y poca atención brinda a los gobernadores que deben ser favorecidos. O, más importante, que no deben ser favorecidos.
- Esa importancia de la “caja” de Economía también se extiende a la de Producción, controlada por Matías Kulfas, a quien la Vice desea exilar con más empeño que al mismo Guzmán.
- Con Claudio Moroni en Trabajo se repite el cuestionamiento personal por sus vínculos con Alberto, ya que ellos se consideran “hermanos” desde que juntos triscaban en el negocio del seguro. Además, como se sabe, el ministro arbitra un sistema sindical con jugosas consecuencias, desde el reparto de planes de “capacitación” a interferir con entusiastas de la dama en la disputa renovada de Cavalieri con Muerza en Comercio, el último un admirador del camionero Moyano. Otra “caja”.
Es interminable la lista de reclamos, una esposa enfurecida en situación de divorcio. Como lo demostró su correveidile Andrés Larroque, quien hace horas se metió en Olivos —ya convertida la residencia en una carpa tumultuosa al mejor estilo Menem, pero sin el humor del riojano— y el inquilino principal no lo recibió para pagarle el alquiler. Recitó insultos amenazantes como si fuera el dueño de la Quinta y, convulsionado, hasta descargo puñetazos en alguna puerta inocente. Por último, se fue rumiando de Olivos con Martín Insaurralde, ambos quisieran ser candidatos a gobernador bonaerense y juran no entender la estrategia de Cristina aunque la comparten.
Temporal la reciedumbre de Alberto, quien dejó de ser el hombre que avanzaba para transformarse en un defensor de su propia alcazaba. Se refugia en un convencimiento: ha pasado casi todo el repertorio de agravios, ya ni piensa en la renuncia y tampoco en el desplazamiento de colaboradores inmediatos. Supone que puede resistir. Mas, en ocasiones hasta se viste de Salvador Allende por si le quieren tomar la Casa Rosada con rabiosos piqueteros.
Es cierto que, a ratos, esa personalidad enérgica se desvanece y se muestra más afligido y vulnerable. Cambiante en el ánimo, mantiene la doctrina Scioli de la “nada”. Al menos, en relación con la temperamental Cristina. Ni una respuesta. Aunque alienta la actividad de un especialista en terapia de parejas, Sergio Massa, quien se atreve a dialogar por la mañana con Cristina y al mediodía con Alberto, sin rasguños conocidos en las últimas 24 horas. Y confiando en que habrá de bajar la temperatura de la tumultuosa pareja.
No lo consigue aún, va del comedor al dormitorio y, si puede, desliza un proyecto con un megaministerio presidido por él mismo y que reúna a las dos cabezas en conflicto. Su simpatía con ambos, sin embargo, no alcanza para ocuparse de esa unificación de “cajas” en un solo funcionario, ni de reducir el número de ministerios a la mitad. Ni garantizar un cambio en la tendencia colectiva que salve del repudio al gobierno de los Fernández. Que viene a ser la opinión negativa registrada de todas las encuestas.
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