José Félix Uriburu, el general que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen e
inauguró los golpes militares contra la democracia en la Argentina.
Por Adrián Pignatelli
El 12 de marzo de 1932 el general José Félix Uriburu se embarcó hacia Europa. Tenía planeado dirigirse a Alemania para tratarse el cáncer de estómago que sufría. “Aquí nadie ha podido curarme”, sostenía. No llegaría a ese país. En Francia viviría sus últimos días.
José Félix Benito Uriburu había nacido en Salta el 20 de julio de 1868 y pasaría a la historia por ser el que quebró por primera vez el orden constitucional en el país. Decía que había que salvar a la patria, en homenaje al pasado heroico que tenía Argentina, y que chocaba con un presente de corrupción, desorden e improvisación. Entre sus antepasados había guerreros de la independencia como el general Arenales y el coronel Evaristo Uriburu. Su padre había sido gobernador de Salta y su madre, hija de gobernador.
De su formación en el colegio militar, sus jefes apuntaron que era inteligente pero con poca inclinación al estudio.
Siendo subteniente en el Batallón 1º de Infantería, fue en su misma casa que quedó conformada el 18 de abril de 1890 la Logia 33 Oficiales, cuya principal misión fue la de derrocar al presidente Miguel Juárez Celman. Se puso en contacto con los jefes revolucionarios y participó de la llamada Revolución del Parque, en julio de ese año.
Juan Domingo Perón en el estribo del auto de Uriburu, el día del golpe
del 6 de septiembre de 1930, que derrocó a Hipólito Yrigoyen.
El presidente cayó, pero el movimiento fue sofocado y el vicepresidente Carlos Pellegrini se hizo cargo del gobierno. El joven Uriburu fue dado de baja del ejército, reincorporado el 20 de julio de 1891 y destinado a una unidad militar que mandaba el general Napoleón Uriburu, un pariente suyo.
En 1894 se casó con Aurelia Madero Buján, con quien tendría tres hijos: Alberto Eduardo, Elena Teresa y Marta Mercedes.
Como teniente fue miembro de la casa militar durante la presidencia de Luis Sáenz Peña y cuando ascendió a teniente coronel, fue colaborador del presidente Manuel Quintana. Estuvo en la represión de la revolución radical de 1905. El sabía de este movimiento, se había negado a participar pero no lo denunció. Lo terminó combatiendo al frente del Regimiento 8 de Caballería de Línea.
Dos años después fue director de la Escuela Superior de Guerra y en 1910 acompañó al presidente José Figueroa Alcorta en su viaje a Chile. También fue agregado militar en Gran Bretaña y Alemania.
Cuando egresó como oficial de estado mayor en 1901, ya estaba convencido de que el modelo militar a imitar en el país era el alemán. Se convirtió en el oficial más prestigioso que se había perfeccionado en ese país, donde estuvo dos años incorporado al Regimiento N° 1 de Artillería de la Guardia Imperial.
Su fanatismo por todo lo germánico le hizo ganarse el apodo de “von Pepe”. Era admirado por los residentes alemanes en Argentina por sostener la neutralidad durante la primera guerra mundial. Cuando finalizó la primera guerra le dio empleo a varios militares alemanes, como fue el caso del general Wilhelm Faupel, quien fue su asesor personal entre 1921 a 1926.
Sin embargo, su inclinación hacia Alemania le jugó en contra. En 1922, era el candidato a ocupar la cartera de Guerra en el gobierno de Marcelo T. de Alvear, con quien eran viejos amigos, pero su nombre fue borrado de la lista por la presión de los amigos aliadófilos del presidente electo.
Uriburu tenía como modelos los regímenes de Primo de Rivera, en España y Benito Mussolini, en Italia. Para él, eran sinónimo de paz social y orden político.
Entre el 30 de julio de 1923 y el 30 de abril de 1914 ocupó una banca de diputado por el partido Unión Provincial de Salta, que lideraba Robustiano Patrón Costas. Cuando quiso reelegir, no tuvo suerte. Intentó imponerse en las elecciones en Capital Federal con el partido Unión Cívica, pero fue derrotado por los radicales y socialistas.
Al ser amigo personal de Lisandro de la Torre, siguió incursionando en política en el flamante Partido Demócrata Progresista. Integró la junta nacional partidaria y la convención constituyente y tuvo una activa participación en la campaña de 1915-1916.
Ascendido a general de brigada, en 1919 fue nombrado comandante de la primera división de ejército, dos años después el Senado aprobó su pliego de general de división. Cuando en mayo de 1929 al llegar al límite de edad, pasó a retiro y evaluó que, con las manos libres, era el momento oportuno para conspirar. Se asoció a grupos de políticos conservadores y radicales antipersonalistas que querían ver fuera del gobierno a Hipólito Yrigoyen y desterrar ese particular estilo de gobernar.
Era un militar de prestigio y con carisma dentro del ejército, con una imagen de militar profesional, activo y con un tono convincente. El propio Juan Domingo Perón, un joven capitán, lo recordaba como “un perfecto caballero y hombre de bien, hasta conspirando, un hombre puro y bien inspirado”.
La derecha se encolumnó tras el golpe, que se veía venir. La agrupación fascista Legión de Mayo denunció que “La Patria está en peligro” y que “el Congreso no existe, la autonomía provincial no existe. El presidente de la República tampoco existe…”. Los porteños se asombraron con los afiches pegados en las paredes: “Advertencia perentoria: la Renuncia Presidencial o la Guerra Necesaria”. Firmados por el dirigente nacionalista Manuel Carlés, futuro admirador de Hitler y Mussolini, se dirigía a Yrigoyen: “Renuncie, señor; sea honrado como Rivadavia, que resignó el mando cuando le faltó, como a usted, la confianza de la República”.
Funcionarios del gobierno mantuvieron reuniones con los militares conspiradores, entre ellos Uriburu y Agustín P. Justo. Les dijeron que Yrigoyen sabía del complot en el que estaban, pero que privilegiaba al país y a las fuerzas armadas, y que por eso no detendría a nadie. Los militares se hicieron los desentendidos y solo alertaron sobre inquietud en el ejército.
Pero Uriburu ya tenía en mente asumir el poder total, mientras que el segundo, más inteligente, buscaba que la presidencia pasase al vicepresidente radical y que se llamase a elecciones en tres meses, abriéndole el juego a los partidos políticos.
El general -quien conocía a Yrigoyen desde la época en que habían peleado en el mismo bando en la Revolución del Parque, en 1890- confesaría tiempo después que no estaba haciendo una revolución, sino una operación de guerra. Cuando le ofrecieron liderar el golpe de estado, había puesto una sola condición: él solo mandaría y todos deberían obedecerlo.
No alcanzó con que el 5 de septiembre de 1930 Yrigoyen pasase el poder a su vice Enrique Martínez. Al amanecer del sábado 6, Uriburu salió de su petit hotel de la calle Tucumán rumbo al Colegio Militar. Su director el coronel Francisco Reynolds se había plegado aunque la mayoría de sus capitanes se habían opuesto, ya que el presidente ya había traspasado el poder. Aviones comenzaron a sobrevolar la ciudad arrojando panfletos.
Desde las carteleras del diario Crítica se anunciaba que el jefe golpista, al frente de tropas -600 cadetes del Colegio Militar y efectivos de la Escuela de Comunicaciones que en total no superaban los 1500 hombres- marchaba hacia el centro de la ciudad. Se le fueron uniendo civiles armados.
Entró a la casa de gobierno y hay una histórica foto frente a frente con el vicepresidente Martínez, anunciándole que todo había terminado. El 8 hizo jurar a sus ministros y el 10 recibió la convalidación de la Suprema Corte de Justicia.
Se autoproclamó presidente del gobierno provisional y disolvió el congreso. Al año siguiente al periodista del diario La Razón José Espigares Moreno le dijo que “yo no he querido ser presidente”, pero que fueron los ruegos y las insistentes súplicas de sus amigos los que lo habían convencido. Sostuvo que “el yrigoyenismo hizo un verdadera desastre; yo creo que ese pasado no volverá y hay que tratar de que no vuelva nunca”.
Uriburu se obnubiló con la gente que lo había ido a vitorear a la Plaza de Mayo y creyó que tenía un amplio apoyo popular. Evaluó que con Hipólito Yrigoyen detenido y con el partido Radical atomizado y desprestigiado no le sería difícil imponer a los candidatos oficialistas en las elecciones de marzo de 1931 en la provincia de Buenos Aires. Tanto estaban convencidos de la victoria que los conservadores no aplicaron el fraude. Sin embargo, los candidatos radicales se impusieron por amplio margen y al dictador no le quedó más remedio que anularlos, así como los de Santa Fe y Córdoba. Esta medida provocó el levantamiento militar del teniente coronel Gregorio Pomar en Corrientes y opositores fueron detenidos y torturados en la Sección de Orden Social que comandaba el hijo de Leopoldo Lugones.
Imperaba la ley marcial y hubo fusilamientos. Fueron detenidos dirigentes radicales, comenzando por Marcelo T. de Alvear y también políticos socialistas. La presión política que provocó la anulación de los comicios obligó a Uriburu a reorganizar su gabinete, a echar a Matías Sánchez Sorondo su ministro del Interior, responsable de la derrota en las elecciones bonaerenses, y llamar a elecciones generales en seis meses.
Cuando el gobierno de facto vetó la formula radical Alvear-Güemes, el radicalismo se abstuvo de participar en la elección.
Justo, que había acompañado a Uriburu en el golpe pero que tenía otros planes políticos, alejado del Estado corporativista con el que aquel soñaba, lanzó su candidatura que fue apoyada por conservadores, radicales anti yrigoyenistas y socialistas independientes. Por su parte Lisandro de la Torre y Nicolás Repetto era la otra fórmula de los Demócratas Progresistas y socialistas. Justo terminó imponiéndose en las elecciones del 8 de noviembre de 1931 por algo más de 100 mil votos de diferencia. El 20 de febrero del año siguiente el militar le pasó el mando.
El 29 de abril de 1932 Uriburu, quien debió ser intervenido de urgencia en París, vivía sus últimas horas. El padre Angel Urrutia, superior de la Misión Española del Corazón de María, le suministró la extremaunción. Dicen que sus últimas palabras fueron “perdono a todos mis enemigos y muero tranquilo”.
Murió el 30. Su cuerpo fue embalsamado y velado en la sede de la embajada argentina en París, y sus restos llegaron al país el 27 de mayo. Fue objeto de diversos homenajes y honores a pesar de ostentar el triste récord de haber sido el primero en quebrar el orden constitucional en el país.
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