Por Gustavo González |
Hay una parte de la sociedad (y de los políticos y medios que tan bien la espejan) que desistió de analizar a Cristina Kirchner como si se tratara de una dirigente que fue dos veces presidenta y hoy es vicepresidenta.
Al asumirla como encarnación del Mal, cualquier esfuerzo por entender por qué dice lo que dice y hace lo que hace parece superfluo. Porque el único fin del Mal es la maldad, más allá de lo que diga o haga.
No solo hay opositores que están convencidos de eso. También hay peronistas que lo dicen.
Tengo algunas objeciones a esa lógica. En principio, no creo que ni la maldad ni la bondad sean motores esenciales de la historia. Tampoco pienso que los individuos, por sí mismos, sean tan relevantes en ese sentido, aunque sus nombres suelen ser buenos facilitadores para dar sentido a los movimientos históricos.
A los cuestionamientos económicos y culturales del cristinismo su líder les sumó la política, que completa los anteriores
Entiendo que es la suma de los egoísmos e intereses individuales el principal motor de la evolución de los sistemas políticos y económicos, como sostenía Smith. Junto con la confrontación entre los egoísmos e intereses de unos sectores contra los de los demás, como creyó Marx.
Lo que sí consiguen algunos personajes claves es acelerar o retrasar ciertos procesos. En términos históricos quizá no represente demasiado, pero para los contemporáneos puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
Como pienso que este es el caso de esta mujer que marcó los últimos veinte años del país, y porque desestimo a la maldad como sujeto histórico, sí considero importante entender lo que dice y hace alguien que es seguida por millones de argentinos. Además de considerar imprescindible que luego se investiguen las consecuencias de lo que dice y hace.
La respuesta que faltaba
Esta semana, finalmente habló. Su discurso no puede entenderse separado de los otros dos pronunciamientos de la corriente ideológica que encabeza como respuestas al acuerdo con el FMI.
-En un documento de quince páginas sostiene que el acuerdo implica ajustes y estima que entre 2026 y 2032 el país deberá pagar unos inalcanzables US$ 20 mil millones anuales al Fondo y a los acreedores privados. Y concluye que el Gobierno cedió la soberanía del manejo económico.
-La segunda respuesta había sido cultural. Se conoció cuatro días más tarde en una carta de 16 mil caracteres firmada por intelectuales cristinistas. Está dirigida al ala dialoguista del oficialismo, por eso su eje es el cuestionamiento a la moderación como herramienta política: “Pretenden hablar suave, pero se vuelven inaudibles. Todo lo que se presenta moderado termina siendo débil y sin capacidad transformadora”.
-La tercera respuesta fue política y estuvo a cargo de la propia Cristina. Fue en la apertura de la asamblea de los parlamentarios europeos y latinoamericanos. Su discurso profundizó la mirada económica crítica del primer documento y asumió, al mismo tiempo, el cuestionamiento a la moderación.
La mayoría de los medios hizo foco en lo que supusieron un recordatorio amenazante a Alberto Fernández: “Que te pongan la banda y te den un bastón no significa que tengas el poder”.
Pero en realidad es lo mismo que viene diciendo desde sus últimos años en el poder. En aquel momento lo hacía para justificar que los malos resultados económicos de su segundo mandato eran culpa de la malignidad del “poder real”, en el que incluía al imperialismo y a las corporaciones políticas y mediáticas. Por eso agregó: “…lo digo por experiencia”.
El poder
Es cierto que hay factores de poder que inciden o intentan poner límites a quien encabeza el Ejecutivo. Pero el kirchnerismo permaneció doce años en el Gobierno, con lo que eso significa en la Argentina: el control de todas las cajas del Estado, de las Fuerzas Armadas, de los organismos de Seguridad y de los servicios de Inteligencia. Más la sumisión de los otros dos poderes, el Legislativo y el Judicial. Y la construcción de un aparato comunicacional estatal y paraestatal como nunca existió, ni antes ni después.
El dardo que Cristina le dirigió a Alberto Fernández no fue ese, sino la frase que Página/12 eligió para titular el discurso: “Las desigualdades son producto de decisiones políticas”. “O de falta de decisiones políticas”, agregó.
Esa es la “tibieza” que la vicepresidenta asocia a la moderación y le achaca al Presidente. Tanto en materia económica como política: critica la moderación de AF para no confrontar como debería con el establishment.
Esta tercera respuesta del cristinismo, puede estar equivocada en uno o varios aspectos, pero es coherente y le da sentido a las posiciones económicas y culturales de la corriente ideológica que Cristina lidera.
Rol del Estado
En su discurso volvió sobre un debate histórico y esencial como es el rol del Estado. Para explicar su trascendencia, afirmó que si no hubiera sido por los Estados, la humanidad habría sido arrasada por la pandemia: “Que alguien siga afirmando que el Estado no es importante en la vida de las personas, o es un necio o es un cínico. Que los hay de los dos”.
Es una falsa disyuntiva: ninguna escuela ideológica relevante plantea en el mundo que la salud pública, la educación y la seguridad, sean temas ajenos al Estado. Lo que estuvo y está en discusión es si los Estados deben avanzar sobre los negocios de los privados, hasta dónde deben subsidiar los emprendimientos y necesidades particulares, su rol frente a la globalización o cómo deben actuar ante los derechos en pugna de los distintos sectores.
Como lo hizo otras veces, CFK volvió a desafiar a los que descreen del modelo capitalista: “El capitalismo se ha demostrado como el sistema más eficaz para la producción de bienes y servicios. Está claro que la producción de bienes y servicios que necesita la humanidad, desde las proteínas hasta la tecnología más sofisticada de un celular o de cualquier otro, se desarrolla más eficientemente con mayor escala en este sistema”.
Está claro que ella no es ni antisistema ni una rupturista de las tradiciones (recordó que es una fervorosa creyente y usó un rosario como único accesorio). Pero sí retomó el debate histórico entre el Estado de bienestar y el liberalismo más ortodoxo al que denomina neoliberalismo, en medio de la problemática sobre la desigualdad.
Ese fue el punto sobre el que más habló, pero el que menos repercusión tuvo. Ni siquiera por haber dicho que “las desigualdades no nacen por un orden natural e ineluctable. Las desigualdades no son un producto de la naturaleza. Son un producto de decisiones políticas o de falta de decisiones políticas”.
Según esta teoría, todas las personas nacerían con igualdad de condiciones físicas, psicológicas e intelectuales, y con las mismas capacidades e intereses para desarrollar actividades productivas. Lo que las terminaría haciendo desiguales es la política.
Habiendo tantas críticas para hacerle a sus posiciones, muchos opositores y oficialistas prefieren satanizarla
Quizá quiso decir que a las diferencias innatas de las personas, las fallas de los sistemas políticos las exacerban o, al menos, no logran atenuarlas. Pero en las diez veces que se refirió al tema, no lo dijo. Lo que dijo y reiteró es que la política es la responsable de la desigualdad social. La misma crítica que hace Javier Milei.
Santa Cristina
Recomiendo leer los cientos de comentarios en la web de Página/12 debajo de la amplia cobertura que le dedicó al evento. Allí se ama y santifica a Cristina con la misma intensidad con la que en otros portales se la maldice.
El mecanismo de satanizar al otro, tan usado por ambos bandos de la grieta, es un gran facilitador que evita el esfuerzo de leer, analizar y tratar de entender.
Pero quienes aspiren a liderar y a pensar el cambio de época, tienen la obligación de rebelarse frente a las simplificaciones mitológicas de la realidad.
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