Por Sergio Sinay (*)
En un nuevo round de la burda parodia de “Titanes en el ring” que protagonizan el presidente y la vicepresidente (trifulca que transcurre mientras el país se desliza por una pendiente sin fin) la segunda le lanzó al primero un nuevo misil verbal.
Aprovechando la reunión en Buenos Aires de Eurolat, uno de esos burocráticos organismos internacionales que nada resuelven pero que permiten a sus integrantes, en este caso parlamentarios de América y Europa, periódicas giras turísticas a costa de los ciudadanos de sus países, la titular del Senado nacional dijo el miércoles último: “Que te pongan la banda y te den el bastón no significa que tenés el poder”. Teléfono para el titular del Ejecutivo. Aunque algo de razón había en el insidioso comentario efectuado, como es costumbre en quien lo dijo, fuera de lugar e ignorando groseramente a los presentes, salvo a la barra brava que acudió a vivarla.
La banda y el bastón efectivamente no dotaron al presidente del poder que jamás tuvo dado que asumió con votos prestados, y por el cual tampoco demostró coraje suficiente para luchar. Pero eso no significa que el poder está en otro lado. Por ejemplo, en manos de quien alguna vez dijo que solo había que temerle a Dios y “un poquito” a ella. El drama argentino pasa en este momento por el hecho de que el poder no está en ningún lado. Cosa más que grave en un país con casi 40% por ciento de pobres y una inflación imparable que, a la luz de los datos conocidos, es posible que supere largamente el temible 60% anunciado por los pitonisos de la economía. Cabe recordar que el ministro del ramo, cuyo cargo pende siempre de un hilo y su contacto con la economía real parece nulo, la había previsto en 29%.
En el extraordinario intercambio de ideas que sostienen el sociólogo y pensador polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) y el politólogo lituano Leónidas Donskis (1962-2016), recogido en el libro “Ceguera moral”, Bauman advierte acerca de la absurda y degradante incapacidad de los Estados para cumplir con su cometido cuando se produce el divorcio entre el poder (la capacidad de hacer cosas) y la política (la capacidad de decidir lo que hay que hacer). Eso es precisamente lo que Fernández y Fernández han logrado: una absurda y degradante incapacidad para traicionar y desvirtuar la misión del Estado y el sentido de la política. Es probable que ni Dios ni la Patria se los demanden, dado que esa promesa (una simple fórmula retórica) jamás se cumple, pero la historia lo recordará, aunque posiblemente a ninguno de los dos esto les importe. Y también lo harán las generaciones que deberán crecer y vivir en un país económica y moralmente devastado.
El poder solo existe en su realidad, se ejerce o no se ejerce, dice la pensadora alemana Hannah Arendt (1906-1975) en “La condición humana”. No puede almacenarse para después, para un retorno o para situaciones de emergencia. Si no se lo instrumenta cuando se lo tiene, se pierde. Y haberlo tenido en algún momento no significa poseerlo para siempre. Además, el poder no se refleja en palabras, dice Arendt, sino en donde ellas y los hechos se conjuntan, se integran. De lo contrario, las palabras están vacías (acaso de ahí provenga la estéril logorrea presidencial) y los hechos son brutales (como suelen serlo los protagonizados por “los pibes para la liberación”, fans de la vicepresidente). Y hay un riesgo que la filósofa alemana señala y no se debe desoír: cuando quien no tiene el poder tiene la fuerza, sobreviene la tiranía. En el desprecio por las instituciones republicanas por parte de quien no soporta la privación de un poder que tuvo y perdió debido a la evolución de la realidad y a propias pésimas decisiones y elecciones, anida el huevo de esa serpiente.
Cuando el soberano pierde poder muere simbólicamente, reflexiona el filósofo coreano Byung-Chul Han en su ensayo “Sobre el poder”. Y agrega que, además de su cuerpo físico, el soberano posee uno político y teológico que, sin el poder, es un miserable trozo de carne. A eso se reduce esta gresca, en la que uno no accedió nunca al poder de su cargo y otra ya no tiene el que tuvo.
(*) Escritor y periodista
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