Por Claudio Jacquelin
El horizonte que en la Casa Rosada auguraban tras la aprobación del acuerdo con el FMI se ensombreció demasiado rápido. La cruda realidad le acaba de confirmar al Presidente que las limitaciones propias, de su equipo y de su gestión son tanto o más poderosas que las trabas externas.
A los desafíos exógenos no solo debe sumarles el monumental conflicto que sostiene con la persona y el espacio dominante que lo llevó a la presidencia. Su propio gabinete y la organización administrativa que él configuró, pudo armar, aceptó o debió tolerar (elija cada uno) son hoy uno de los problemas más severos que debe afrontar para hacer lo mínimo indispensable que requiere la administración del Estado. Ni hablar de ir a una guerra, aunque sea solo una muy poco feliz metáfora.
Como dice uno de los más relevantes dirigentes de la coalición gobernante, a todos los problemas el Gobierno les agrega su propio desorden y la incapacidad o la impotencia para ordenarlo.
“El inodoro está en la cocina y el horno en el baño”, es la demoledora imagen con la que grafica la situación, parafraseando al DT mundialista César Menotti. Se conforman con un poco de orden. Ni siquiera demandan una evaluación de la eficiencia del horno o la capacidad de evacuación del inodoro.
La infuncional arquitectura del hogar frentetodista no es una novedad, pero ahora adquiere mayor dimensión y peso. La profundización del conflicto interno hasta honduras nunca alcanzadas y la urgencia que impone la situación económica aceleraron la necesidad de dar respuesta y expusieron las precariedades e improvisaciones.
El golpe de realidad lo impusieron el 4,7% de inflación de febrero y un índice superior al 5% que muchos auguran para marzo cuando la invasión rusa a Ucrania haga sentir plenamente sus efectos, junto a las encuestas que ponen a la suba generalizada de precios al tope del hartazgo ciudadano.
“Lo más importante de los anuncios de hoy [por el viernes] va a ser que el Presidente admita que hay inflación”, respondió con sorna un funcionario con acceso al círculo presidencial, pero que no ha perdido contactos con el cristicamporismo que pasó a la resistencia.
Horas antes de que el Presidente diera inicio a las maniobras bélicas por capítulos, el dirigente les había anticipado a los referentes del espacio que lideran Cristina y Máximo Kirchner algunas características de lo que se presentaría. “Van a ser anuncios en cómodas cuotas”, le explicó sin perder el humor ni resignarse. Es uno de los que alientan todavía visiones optimistas a pesar de la modestia del arsenal antiinflacionario que el Gobierno ha ido mostrando en las primeras incursiones. Como se preveía.
La Casa Rosada parece atrapada en varios dilemas. No demuestra tener claro por dónde ni con quién puede empezar para salir del pantano en el que se encuentra. Demasiados empujan para abajo en lugar de tirar para arriba. Y muchos están distraídos en tareas ajenas a su función, supliendo a otros que no cumplen con su rol, porque no quieren hacer lo que les ordenan, porque tienen otros jefes que no son los de la estructura a la que pertenecen o porque el Presidente no confía en ellos. Tal vez haya no solo demasiados funcionarios que no funcionan, sino demasiados funcionarios a los que les sobran jefes enfrentados. Crisis de liderazgo y ausencia de objetivos comunes.
Quién es quién
Un repaso de roles y funciones expone ese desbarajuste. Desde su falsa renuncia, el ministro del Interior, Wado de Pedro, se ha convertido en un viajero frecuente dentro y fuera del país, que difunde sus acciones promocionales con esmerada dedicación. Todavía no se sabe cuál es el producto que publicita. Su lugar en la relación con las provincias y los gobernadores lo ocupa el jefe de Gabinete, Juan Manzur, cuya tarea fue clave para sumar votos en el Senado. A veces el tucumano debe tolerar que De Pedro se le suba al avión. Pero sabe que Alberto solo confía en él para esa tarea. Igual que en Gabriel Katopodis y Juan Zabaleta para la relación con los intendentes bonaerenses.
De esa manera, por vocación y necesidad, Manzur no se ocupa de la tarea de ministro coordinador de la administración. Se nota. Esa tarea, de la que tampoco se ocupa el Presidente, como hacía Néstor Kirchner, quedó vacante desde que el dúo Santiago Cafiero-Cecilia Todesca Bocco (en especial la economista) fueron trasladados a Cancillería. Exigencias de la interna antes que capacidad y formación para ocupar el cargo.
Los furcios y los desaciertos del canciller durante la semana confirmaron presunciones y prejuicios, pero no impactan en la consideración que tiene de él el Presidente. Su función más importante es el rol de consejero político y de campaña de Fernández. Ayer Cafiero ratificó su papel en una columna de opinión en la que hizo un llamado casi desesperado al cristicamporismo para evitar una ruptura definitiva. No hablaba de cuestiones de política exterior, sino de rigurosa política doméstica.
Vale la pena reproducir un párrafo: “El quiebre de nuestra coalición también implicaría un divorcio muy grande de nuestra fuerza política (el peronismo) con la realidad que hoy viven las y los habitantes de nuestro país”. Como Fernández con la inflación, Cafiero está admitiendo (o descubriendo) al fin el desacople entre la dirigencia política y la sociedad, algo en lo que el Gobierno no tiene responsabilidad única, pero sí primaria. ¿Nunca es tarde?
Eligió bien el medio para llegar a los destinatarios a los que pretendía interpelar. Su texto fue publicado por El cohete a la Luna, el sitio de Horacio Verbitsky, que ayer mismo abrió la portada con una demoledora nota hacia la gestión albertista y el acuerdo con el FMI, en la que hace propio el punto de vista del cristicamporismo respecto de esas cuestiones. Continuidad de las dos notas previas en las que le envió a Fernández mensajes de Máximo y Cristina Kirchner. Misiles teledirigidos.
Ahora, para comprender mejor el galimatías de la administración, del seguimiento de la gestión se empezará a encargar el jefe de asesores de la Presidencia, Juan Manuel Olmos, una figura que reconvirtió en peso político los kilogramos que perdió con una rigurosa dieta. Olmos se ocupará de la coordinación con los ministros del gabinete económico Martín Guzmán, Matías Kulfas, Julián Domínguez y Claudio Moroni. Menuda tarea tendrá ese equipo, ya que muchos de los objetivos centrales de sus áreas están fuera de su control.
No sería nada si no fueran los principales desafíos que debe afrontar el Gobierno. Como se sabe, el control de precios, al que el Presidente ha repuesto como arma para bajar la inflación a pesar de su probada ineficacia, no está bajo el mando de Guzmán ni de Kulfas, aunque Roberto Feletti engrose formalmente la estructura del Ministerio de Producción. Rompecabezas inarmables.
Igualmente, escasa parece ser la incidencia de la opinión y de los principios (flexibles) del ministro de Agricultura respecto de algunas políticas sectoriales claves, empezando por las retenciones a las exportaciones. A pesar de ser el sector de “la gallina de los huevos de oro”, según su halagadora prosa que no logra condecirse con las acciones.
Tampoco tiene Guzmán control sobre el área energética, fundamental para la inflación y el déficit, variables que el Gobierno debe evitar que se le sigan desordenando, no solo para cumplir con el FMI, sino para que no termine de perder el control de la situación socioeconómica.
A “los Federicos” (Bernal y Basualdo), funcionarios cuya terminal está en el Instituto Patria y que ya les pusieron cepo a los aumentos tarifarios, se sumó la semana pasada el secretario de Energía, Darío Martínez. Se “filtró” una carta explosiva sobre la falta de recursos para la producción e importación de gas. El otoño acaba de empezar hoy. No es una metáfora política. Solo el inicio de una de las estaciones del año en las que la temperatura baja y el consumo de energía sube.
Con ese estado mayor y ese organigrama, Fernández afronta la guerra contra la inflación, el desánimo colectivo y el conflicto interno del ex Frente de Todos. Una coalición que, a juicio de uno de sus socios fundadores, se ha transformado “en un Frente de Nadie y de Nada, porque está todo roto y carece de significante: no representa nada para nadie. No se sabe si somos el gobierno del ajuste, como dicen unos; el de la producción y el desarrollo, como prometen otros–, o el de la supervivencia, como parece cada vez más”.
El crudo diagnóstico es tan duro como las críticas que salen de los demás socios de la fisurada coalición gobernante hacia el cristicamporismo, por su rechazo al acuerdo con el FMI sin ofrecer propuestas viables alternativas. El propio Máximo Kirchner y su organización son los principales destinatarios de las críticas y el enojo que no es solo del albertismo. “La Cámpora es un proyecto de poder sin un proyecto de gobierno”, disparan.
Parlamentarismo de ocasión
En medio de esta desorganización (sinónimo de desgobierno), no extraña que aparezca un curioso intento de apuntalar (o condicionar) el deshilachado presidencialismo de esta gestión con un parlamentarismo de ocasión. El argumento de venta es avanzar en una agenda productiva de mediano plazo. “Un horizonte para un gobierno en sombras”, sería el eslogan con el que intentarían vender el artefacto.
El envión que dio la aprobación transversal del acuerdo con el FMI es el plafón sobre el que emerge un actor central de esa votación, dispuesto a aprovechar su momentum, como suele hacer. Sergio Massa intentará instalar en la agenda parlamentaria proyectos de tinte productivo con tres ejes: agroindustria, construcción e industria automotriz. A río revuelto, ganancia de pescadores. En el Delta de Tigre lo saben muy bien. Pero no será nada fácil recrear las mayorías conseguidas para zafar del amenazante default.
Como bien advirtieron los politólogos Federico Zapata y Pablo Touzon, en un artículo publicado en el sitio Panamá Revista, “empieza a apagarse aceleradamente el sol en torno al cual orbitó este sistema solar, el elemento ordenador central del sistema político en los últimos 12 años: Cristina Kirchner”. Pero el ocaso de ese sistema no permite preanunciar aún un nuevo orden. Todavía cabe esperar una buena cantidad de sacudones hasta parir otra criatura superadora del actual bicoalicionismo en crisis. Aunque el proceso parece indetenible.
La nueva centralidad política que recuperó Mauricio Macri, a pesar de la concentración que le demanda el campeonato mundial de bridge, muestra que quienes pretenden inaugurar un nuevo ciclo todavía deben resolver cómo y con quiénes lo harán. Los polos pueden perder fuerza de atracción, pero todavía su magnetismo no fue desactivado.
Los extremos siguen ejerciendo influencia tanto desde adentro como desde afuera de las alianzas aún dominantes y estresan el funcionamiento de lo que queda del sistema. Mientras la ciudadanía se siente cada vez menos satisfecha con lo que hay, el descontento, y no la ideología, explica el crecimiento que sigue mostrando la imagen de Javier Milei.
En ese cambio de sistema en ciernes, el desorden de la administración de Fernández y la falta de respuesta a las demandas ciudadanas, que de eso se desprende, aceleran peligrosamente el malestar.
Articular un nuevo orden interno (burocrático-político) es el modesto, pero urgente y nada fácil, desafío que debe resolver el Gobierno, al que le cuesta identificar por dónde y con quién resolver los problemas. El Gobierno está obligado a reinventarse, pero no podrá hacerlo sin un acuerdo político interno. Es la trampa en la que está atrapado Fernández.
© La Nación
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