Por Guillermo Piro |
En realidad bastaría llevar el apellido Gramsci para poder decir cualquier cosa y ser escuchado con atención, al menos por cierta porción del mundo, digamos, la mitad. Y es probable que haya, más de un Gramsci diseminado por el mundo: al parecer, toponímicamente, el origen del apellido es albanés, y proviene de un pueblo lamado Gramsh, en el centro de Albania: probablemente los casi 25 mil habitantes de Gramsh se llaman Gramsci –o deberían llamarse. En cualquier caso hay uno solo que vive actualmente y se llama Antonio Gramsci: es el nieto del fundador del Partido Comunista Italiano muerto en 1937.
Gramsci Jr. nació en Moscú, ciudad a la que su abuelo llegó en 1921 enfermo de tuberculosis, y donde se enamoró locamente de Julia Schucht, quien le dio dos hijos, Delio y Giuliano, los destinatarios de sus breves relatos infantiles reunidos en El árbol del erizo y Fábulas en libertad. Gramsci Jr. es hijo de Giuliano, nació en 1965 y es un ferviente paladín de Vladimir Putin.Teníamos noticias de su existencia desde 2008, cuando publicó el libro La Rusia de mi abuelo, de 2008, al que siguieron Mis abuelos en la revolución, de 2010, y La historia de una familia revolucionaria, de 2014. Desde entonces lleva siete años de silencio, y si ahora lo rompió fue porque fue rastreado y entrevistado por Marco Imarisio, el corresponsal del diario milanés Corriere della Sera en Rusia, y quien desde hace quince días no tiene descanso.
Gramsci Jr., desde hace veinticinco años, es profesor de música y biología en la escuela que funciona en la embajada italiana en Moscú. “Ninguna de las personas con las que hablo está de acuerdo con los medios occidentales, que en mi opinión, no están entendiendo mucho cuando dicen que el presidente inició una guerra sin ninguna razón. El diablo está en los detalles de estos ocho años de tensiones con Ucrania, de un conflicto de baja intensidad en Donbass, sin que el gobierno de Kiev hiciese mucho por detenerlo.”
Gramsci Jr. tiene la edad promedio del votante de Putin: “En la Rusia de hoy no existen alternativas válidas a Putin. Esto la gente lo sabe, lo entiende. Es cierto, cuando uno vota tiene la posibilidad de elegir, pero ninguna garantiza la estabilidad de este país como Putin. Por eso lo voté y, cuando llegue el momento, lo volveré a votar.”
Imagino el desconcierto de Imarisio. El periodista habla de libertad y de métodos autoritarios, y Gramsci Jr. responde: este pueblo nunca conoció una verdadera libertad. Yo estaba en los tiempos de la URSS, nací en ella. Todavía existen pobreza y déficit. Pero la sensación de que solo Putin puede garantizar los intereses del país, y que por lo tanto lo que decide está bien, le puedo asegurar que está muy difundida.”
Gramsci Jr. ríe cuando Imarisio le pregunta si piensa que su abuelo habría votado por Putin. “¿Pero qué dice? –responde– hablar de comunismo es como hablar de antigüedades. Hasta el concepto del proletariado oprimido fue superado hace mucho tiempo. Yo me considero un anarquista. Y como tal considero a esta guerra un desastre”. Menos mal. Imarisio esperaba algo peor.
Pero Jr. tiene algo más que decir: Occidente está habituada a mirar a Rusia a través de sus dos grandes ciudades, Moscú y San Petersburgo. Pero la Rusia profunda es otra cosa. Basta correrse cien kilómetros y el panorama cambia. El aislamiento es algo que temen los occidentales, dice, “los otros, los que como yo crecieron en la época soviética, estamos inmunizados”.
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